*debido a una pequeña discusión, habías estado ignorando a Wade desde hace algunos días.*
Entré a mi departamento, dejé las llaves sobre la cómoda y caminé hasta la sala.
—¿Rasmus? ¿dónde estás, gato tonto?—
Caminé a ciegas hasta la cocina, donde encendí la luz, encontrándome con cierta persona.
—¿cómo es posible que una mujer sólo tenga leche y cereales en la cocina?—soltó Wade comiendo de un tazón—. Se supone que los que olvidan comprar para comer somos los hombres.—
—¿qué demonios haces aquí? Te dije que no quiero volver a verte.—
—Oh, no vine por ti.—dejó el tazón en el fregadero y se acercó a la barra—. Vine por este señor.—acarició al gato que disfrutaba de su tacto—. Eso es ¿te gustan mis mimos?—rió tontamente—. Igual que a tu dueña...—rodeé los ojos.
—Escucha, imbécil. No sé cómo diablos logras meterte en mi casa, pero deja de hacerlo. Llamaré a la policía.—
—¡ja! Esos imbéciles no pueden resolver ni el crimen de quién se comió las donas del jefe, mucho menos podrán atrapar al genial Wade Wilson ¿cuántas veces tengo que disculparme?—intentó tocarme pero lo aparté.
—No lo sé ¿una, tal vez?—
—Mmm no, mejor no. Porque si lo hago, estaría admitiendo que tuve la culpa, y no fue así.—
—¡le tocaste el trasero a mi prima EM-BA-RA-ZA-DA! ¿cómo puedes ser tan imbécil?—
—Para que sepas, yo quería tocarle el vientre. Ella justo se dio vuelta, apoyé mi mano en su retaguardia, tú me viste... ¿lo ves? Todo un malentendido.—
—Sí, claro. Porque la barriga y el trasero están a la misma altura.—enarqué una ceja.
—Vamos, nena.—Wade me tomó de la cintura—. Tú sabes que tu trasero es el único digno de estas hermosas manos.—soltó sonriente mientras bajaba las manos hasta mi trasero—. Vamos, perdóname.—suspiré.
—Sólo con una condición.—sus ojitos se iluminaron—. Me llevarás a comer unas chimichangas en este instante.—Wade se mordió el labio.
—¡Dios! Por eso te amo.—besé fugazmente sus labios.
—Pero una advertencia... vuelves a mandarte otra cagada como ésta y te golpearé tan fuerte que tendrás que licuar tu comida y beberla con una pajita ¿entendido?—
—Entendido.—
Ambos salimos de la casa y, mientras me encargaba de cerrar la puerta, Wade me apretó el trasero.
—Ya te lo dije, tienes un trasero glorioso.—
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