El ataque de las sandías asesinas | Denise Lopretto

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Esta reseña va a ser corta—o eso creo—pero ya sabéis lo que dicen: lo bueno y breve, dos veces bueno y la verdad es que eso resume muy bien el cuento  El ataque de las sandías asesinas de Denise_83 que es tal y como dice su título, el episodio de lo más desagradable que vive Próspero Príncipe la noche de su cumpleaños con unas sandías con instintos homicidas... ¿o depredadores?

No os cuento más porque es cortito y ya estaría excediéndome, pero es que tampoco es necesario

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No os cuento más porque es cortito y ya estaría excediéndome, pero es que tampoco es necesario. Es lo que es, una obra con mucha intención vaga. Con vaga me refiero a que la autora no necesitó complicarse la vida con una historia de 600 páginas y conflictos metafísicos para armar un episodio divertido con estructura, homenajes al terror literario y mucha, mucha ironía.

Por ser corto y un proyecto más bien efímero no lo pienso desvirtuar, porque tiene tanta o más esencia que los tratados kilométricos y las trilogías. De hecho, ahí está el mérito. En siete episodios más bien escasos, con una sola localización y dos personajes, sin contar a las sandías que a pesar de que formen el centro del relato, no tienen ni peso, Denise revienta con ironía sutil y elegante de la mano de un narrador omnisciente muy mordaz al que yo me imagino con la voz de Kevin Spacey las novela tradicionales de chupócteros noctívagos.

Tomad Formalismo ruso queridos. ¿Por qué siempre que nos dicen vampiros pensamos en seres ojerosos y blancos como los cadáveres? Si no es el de Bran Stocker, es el de Nosferatu, pasando por nuestro querido Edward Cullen. Qué malo ha sido Voldy...convirtió a Cedric Diggory en un vampiro que brillaba con la luz del sol.

Ojo, que yo no critico esa idea, al menos intentó renovar el género y oye, hacer dinero, que ya es bastante. También he de decir que en libro es bastante digno, no como en la película. Pero bueno, cualquier cosa es digna al lado de esa protagonista. En fin, no nos desviemos. Aquí hemos venido a hablar de mi libro, digo, del cuento de Denise.

¿Por qué los vampiros no pueden ser un par de monstruosas sandías que llenan sus cuerpos de sangre y no de agua? No tenéis ni un solo argumento para llevarle la contraria a Denise, ya lo sé. ¿El contenido? Irrelevante. ¿La forma? Maravillosa en solo siete capítulos, reitero.

La chispa de ingenio que tiene el narrador omnisciente siempre desde la perspectiva subjetiva de Próspero es todo cuanto necesita este relato para demostrar que la autora, incluso pasando el tiempo, sabe lo que es la Literatura, ya no solo por evidencias como el homenajear o rendir tributo sin copiar o hacer un pastiche digno de Tarantino.

Detalles: la plasticidad del cuento. Con la descripción de la casa de Próspero uno puede visualizar a la perfección la grotesca escena que crean las sandías. Me explico, que en mi cabeza tiene sentido, lo prometo.

El cuento trata sobre sandías asesinas, así que todo está acomodado para que la estrella del relato sea esa escena que presencia Próspero, para mostrar algo grotesco y a la par hilarante. Es intenso, es preciso, es divertido, es asqueroso, es violento, es cómico. ¿Pero por qué es todo eso? Por dos cosas, o eso alcanzo yo a entender.

En primer lugar, porque se ha ceñido solo a describir lo visceral desde un tono serio y frío muy particular, no hay distracciones superfluas que nos pierdan. Queremos sangre. Tenemos sangre, nada de el tipo de luz que emanan los adornos de Navidad. Sangre. Sangre bien explicada y visualizada porque previamente, ya nos ha descrito todo lo bonito, el tipo de lucecitas y la distribución del piso para además de conocer la personalidad de Próspero sin que él abra la boca, prepararnos el escenario para cuando las protagonistas hagan su ansiada aparición. Magia, señores.

Nah. Magia no, sabiduría y estudio.

El ataque de las sandías asesinas es un cuento surrealista entendido aquí tal cual y no como corriente que nos lleva poco a poco al clímax, en contrapartida al fugaz encuentro entre Próspero y Laura (¿o Paula?), una enseñanza con ejemplo de cómo se debe escribir pero a la vez divertido, no solo para la persona que lo ha inventado, sino para el que tenga un rato y quiera sonreír cuando lo termine.

Lo mejor: el narrador Kevin Spacey posmoderno

Lo peor: no poder volver a mirar una sandía con los mismos ojos

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