04. La Mona Lisa

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Algo aturdida por el impacto, alcé mi vista para mirar a la cara al chico con el que me había chocado. Y, aunque suene a tópico, cuando nuestras miradas se cruzaron, aunque sólo fue un instante, de verdad sentí que el tiempo se paraba.


- Ah... Sí, sí, estoy bien, perdona – respondí cuando fui capaz de articular palabra.

- Iba mirando mi teléfono y... - dijimos los dos a la vez mientras él me ayudaba a levantarme.

- ... no te vi – terminé.

- ... no pude esquivarte –explicó él.


Se mordió el labio inferior sin dejar de mirarme durante un instante que me pareció una eternidad y, avergonzada, sonreí tímidamente y recogí mi pelo tras mi oreja. Fue entonces cuando miró al suelo y se agachó. Al volver a levantarse me tendió mi teléfono.


- Oh... G-gracias – lo agarré con las dos manos e hice una ligera inclinación de agradecimiento.

- Creo que está de una pieza – rió él.

- Menos mal, porque es absolutamente nuevo... – sonreí de nuevo echando un vistazo para comprobar que no tenía nada roto – Sí. Tanto él como yo estamos bien. ¡No ha sido nada! – sonreí de nuevo e hice un gesto de "OK" con la mano.


Él seguía mirándome fijamente con una expresión que no pude descifrar. Mi teléfono comenzó a vibrar entre mis manos.


- Gracias y perdona – hice una inclinación de nuevo y me despedí apresuradamente.


Él asintió con la cabeza y cada uno proseguimos nuestro camino. Respondí al teléfono:


- ¿Carol?

- Ali, cariño, lo siento mucho, pero esta noche también te dejo solita.

- ¿También? Buuu... - la abucheé e hice un puchero, aunque ella no pudo verme - Y yo que había hecho todo lo que me dijiste...

- ¿En serio? Buena chica. Te daré una golosina cuando te vea.

- ¿Qué insinúas que soy?

- Ya te lo dije, mi perrito guardián – respondió ella riendo. – Lo siento mucho, ¡pero mañana te acompañaré a esa entrevista! Es a las 9 de la mañana, ¡no te olvides! Te llamo cuando esté llegando.

- De acuerdo.

- ¡No te pongas nerviosa!

- No lo estoy – aseguré.

- Es todo pura formalidad, ¡ese puesto ya es tuyo! – exclamó. – Espera... ¿No estás nerviosa?

- No.

- ¿No deberías estarlo?

- ¿Por qué? El puesto ya es mío, ¿no?

- ¿Pero ni un poquito?

- Ni un poquito.

- ¿Ali la nerviosa no está nerviosa por su primera entrevista de trabajo en Seúl? ¿Su primera entrevista en coreano?

- Ay, calla, al final me pondré nerviosa de verdad – escuché que Carol se reía de nuevo.

- ¡Cena bien y ponte guapa mañana! Bueno, qué tontería, si tú siempre estás guapa...

- "Siempre"... - repetí sus palabras. – Buenas noches, unnie. Que te sea leve.

- ¡Te quiero! - Carol me mandó besitos desde el otro lado del teléfono.

- Yo más~ - canturreé. Yo también le mandé besitos.


Colgué y me dirigí directamente a la tienda de pollo frito. Mientras esperaba a que me entregasen mi pedido, recordé al chico con el que me había chocado. Debía ser más o menos de mi misma edad. Tenía el pelo castaño y lo llevaba como de punta, dejando al descubierto su frente.


Me había hablado en coreano, pero sus ojos, oscuros, no eran tan rasgados como hubiera esperado de un coreano... ¿Quizá no lo era? Su nariz ocupaba buena parte de su cara, pero a pesar de ello, lo que más me había llamado la atención habían sido sus labios, tan gorditos y rositas que incluso parecían maquillados. La palabra que vino a mi mente cuando lo pensé fue "atractivo".


- Aquí tienes, jovencita – me dijo la dueña interrumpiendo mis pensamientos.

- ¡Muchas gracias! – respondí haciendo una inclinación y saliendo del local.


Sí, sin duda era muy guapo. Y mi subconsciente se había dado cuenta muchísimo antes que yo, por eso me había sentido tan avergonzada. Por eso, y porque él me había mirado tan fijamente. ¿Pero qué había sido esa expresión? Mirarlo había sido como mirar el cuadro de la Mona Lisa, esa dama misteriosa que retrató Leonardo Da Vinci y que, dependiendo de a qué parte de su cara mires, no sabes qué expresión tiene. ¿Está feliz? ¿Está triste? Algo así.


Había una extraña mezcla de expresiones en su mirada. Por un lado, parecía sorprendido. Supongo que quizá por el susto del accidente. Pero por otro lado, también percibí curiosidad. Bueno... La verdad es que suelo causar esa reacción en la gente. Tengo los ojos azules de mi padre y la forma rasgada de mi madre. No son unos ojos típicos orientales, pero tampoco unos típicos occidentales. Supongo que no son un tipo de ojos que se vean todos los días.


Pero sobre todo, y lo que más me inquietó, fue darme cuenta de que sus ojos sonreían. Él estaba mordiéndose el labio y parecía serio mientras le explicaba que mi teléfono y yo estábamos bien, pero sus ojos estaban sonriendo. ¿Acaso dije algo gracioso? ¿O algo vergonzoso por lo que él estuviera intentando contener la risa? Bueno, en cualquier caso, cuando había que sonreír, él había sonreído con su boca también, y su sonrisa, algo torcida, era tan deslumbrante como todo él.


¿Por qué sonreía con la mirada? La verdad, no tenía ni idea, pero bueno. En bromas, mientras devoraba el pollo frito, pensé en preguntárselo si me lo volvía a encontrar, aunque eso parecía demasiado improbable.


Jamás hubiera imaginado lo equivocado que era ese pensamiento.

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora