73. Dulzura

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Me desperté ridículamente temprano para llevar cuatro días sin apenas pegar ojo. Recordaba haberme dormido muy pasada la medianoche, y ahora eran tan sólo las 4 de la madrugada. Jaehwan dormía plácidamente a mi lado. Le miré un momento y cerré mis ojos, concentrándome en su respiración. Con un poco de suerte, me volvería a dormir.


Pero por supuesto, eso no sucedió. Ya que estaba despierta, mi cerebro empezó a torturarme con todo tipo de preocupaciones y pensamientos negativos y mi imaginación los ilustraba con todo lujo de detalles. Sintiéndome cansada de intentar alejarlos y volver a dormir, una hora más tarde decidí levantarme y dejar que al menos Jaehwan disfrutase de su descanso.


Me cubrí con una bata y salí de la habitación. Fui al baño de la antigua habitación de Carol para no usar el mío y no hacer ruidos que pudieran despertar a Jaehwan. Tan pronto como me miré en el espejo, se me cayó el alma a los pies. Estaba más pálida de lo habitual y mis ojeras se marcaban hasta un punto que me hacían parecer realmente moribunda. Mi pelo estaba enredado, sucio y pegajoso debido al refresco que me habían tirado por encima esas chicas. Podría protagonizar una película de terror sin necesidad de perder ni un minuto en caracterizarme. Suspiré. Decidí asearme y lavar mi pelo antes de que se enredase más y tuviera que raparlo. Necesité darle champú 3 veces y dedicarle un buen rato y mucha paciencia a desenredarlo mechón a mechón, tarea que además se me complicó porque mi mano dominante seguía hinchada y me dolía, y la no dominante no tenía tanta práctica.


Con mi pelo recuperado, me miré de nuevo en el espejo. Seguía teniendo un aspecto horrible. Me bajé la bata para ver mis hombros. Observé que estaban empezando a aparecer algunos moretones, aunque por suerte sólo me dolían al apretar la zona. Me mordí los labios y volví a cubrirme con la bata.


Faltaba poco para las 6 de la mañana cuando salí del baño. Me senté en el suelo del salón, entre el sofá y la mesita, y encendí mi ordenador portátil. Revisé mi cuenta bancaria y mis ahorros. Ahora que Carol ya no estaba para pagar su mitad del alquiler, y puesto que Jaehwan aún no se iba a ir a vivir conmigo, tenía que hacerme cargo yo sola de todos los gastos. Hice un cálculo aproximado de lo que gastaría en un mes entre el alquiler, las facturas y la alimentación. Suspiré. Ni en mis mejores sueños podría mantenerlos sólo con mis trabajos puntuales como niñera y traductora. Y según mis cálculos, los ahorros que me quedaban sólo darían para 2 o 3 meses más como muchísimo. Ese era el tiempo del que disponía para encontrar un trabajo estable y decentemente pagado siendo extranjera.


Empecé a sentirme muy agobiada de repente. Cuando había llegado a Seúl un año y medio atrás, lo había hecho con un trabajo ya asegurado que Carol me había hecho el favor de buscarme. Y mis trabajos puntuales como niñera y como traductora también los había conseguido gracias a que Carol me había facilitado los contactos. Era la primera vez que iba a tener que enfrentarme a todo el proceso de repartir currículums por todas partes y hacer entrevistas. Y sinceramente, era algo que me aterraba. En parte porque en aquel año había vivido algunas experiencias de discriminación por ser extranjera, y en parte porque en ese momento no me sentía anímica ni mentalmente preparada para recibir más golpes.


2 o 3 meses que podría alargar a 4 o 5 si dejase de vivir ese mismo mes en aquel piso y buscase un alquiler más barato en otra zona. Pero en ese piso habían sucedido prácticamente todas las cosas desde mi llegada a Corea. Cada sitio al que miraba era especial y estaba cargado de recuerdos preciosos y maravillosos con las personas que me habían querido y acompañado todo este tiempo. Por nada del mundo quería mudarme, no quería que ninguna otra persona ocupase esos rincones que tan especiales eran para mí.

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora