21. El fin de la aventura

9 2 0
                                    

Terminé de extenderme la crema, me aclaré las manos en el río, y decidí recoger mi pelo, que hasta ese momento había tenido suelto, en una coleta. Él había vuelto a sentarse en el tronco. Más calmada, me giré hacia él. Me estaba observando pensativo.


- ¿Qué pasa?

- Nada – me respondió.

- ¿En qué piensas? - le pregunté. Bajó la cabeza hacia el suelo y sonrió.

- En que nos quedan 6 kilómetros – me dijo.

- ¿Qué hora es?

- Las 3 de la tarde – respondió mirando su teléfono.

- Si seguimos al mismo ritmo, en hora y media habremos llegado – indiqué.

- Sí... - dijo con un tono triste. Me senté a su lado.

- ¿Has pensado en un plan para después? – pregunté.

- ¿Para después?

- Para después de terminar con el río. Si terminamos dentro de una hora y media, a las 4 y media habremos terminado. Otra hora y poco en lo que volvemos a casa... Serán más o menos las 7 como muy tarde. Me dijiste que esto era una excursión de un día – le indiqué. Sonrió y miró hacia el río.

- ¿No estás cansada?

- Ya te he dicho que estoy bien. Me estoy divirtiendo mucho.

- Podemos improvisar algo – me dijo. – Podemos quedarnos un rato más en esta playa... Podemos recorrer otros 3 kilómetros y hacer otra parada antes de hacer los otros 3... Así alargamos esto un poco más.

- ¿Hay más opciones?

- Podemos terminar aquí y cuando volvamos a casa, ir a cenar a algún sitio.

- Buena idea.

- O dar un paseo por el parque...

- O las dos cosas – me aventuré a decir.

- O las dos cosas – asintió con la cabeza.

- Pues ya está decidido. ¿Ves qué fácil? – pregunté poniéndome en pie y dirigiéndome a la canoa.

 

Volvimos a ponernos en marcha, aunque creo que ambos decidimos disminuir el ritmo. Al menos yo si lo hice, porque la verdad es que, en mi interior, quería que aquel día y aquel momento durasen todo lo posible. Al final, decidimos parar un ratito en la playa de los 12 km, para hacernos una foto que pudiéramos guardar como recuerdo.


- Oh, por Dios, qué horror – dije mirándome en la foto. Se notaba bastante que habíamos pasado todo un día en mitad de la naturaleza. Aunque sólo se me notaba a mí. Él seguía estando guapísimo – Ni se te ocurra subirla a ninguna red social, ¿eh? – le advertí. Jaehwan rió.

- No lo haré. Guardaré esta foto sólo para mí. Es la primera que nos hacemos juntos – me susurró al oído.

- Lamento estropear este preciado recuerdo con esa cara – señalé su teléfono. Jaehwan rió. – ¡Después me la envías!

- No. Éste es mi recuerdo – dijo. – Además, estás diciendo que no te gusta.

- No me gusta cómo salgo, yo... Tú sales bien.

- Entonces sólo quieres una foto mía, no un recuerdo – me dijo en tono triste.

- Ah... No quería decir eso... - sentí que había sido grosera.

- Sea lo que sea, tendrás que conseguirlo por ti misma – me dijo sonriendo. - ¿Vamos a por los últimos 3? – asentí con la cabeza.


Todo lo que empieza, más tarde o más temprano termina, e inevitablemente, terminamos llegando al embarcadero que puso fin a nuestra primera aventura. Eran casi las 6 y media de la tarde cuando devolvimos la canoa y los remos y entramos de nuevo en la cabaña para quitarnos los trajes y volver a vestirnos con nuestra ropa. Nos despedimos del señor que nos había atendido por la mañana y volvimos a nuestro coche.


Jaehwan había vuelto a cubrirse con sus gafas de sol y su mascarilla. De verdad tenía muchas ganas de preguntarle por qué siempre se cubría tanto con esa cara tan bonita, pero temía ser grosera de nuevo. ¿Quizá era tímido? A mí no me lo había parecido nunca, pero quizá era por eso.


El camino de vuelta transcurrió con mucha calma, pasada la emoción de la aventura me sentía realmente cansada, no sólo por lo que habíamos vivido ese día, sino también por el cansancio acumulado del día anterior, y estaba prácticamente segura de que al día siguiente tendría mis brazos doloridos después de las horas que había pasado remando. El coche avanzaba de forma muy relajante por la carretera, la música sonaba suavemente y Jaehwan seguía cantando las canciones en bajito con su preciosa voz. El sol poco a poco se fue poniendo, oscureciendo el día y dando paso a la noche, y con todos aquellos factores actuando a la vez, me quedé profundamente dormida. 

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora