29. La cala

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Al entrar en la casa, todo lo que se veía era un comedor-cocina perfectamente equipado y amueblado. En la pared a nuestra derecha, había un mueble con una televisión. Frente al mueble, una mesita baja, y al otro lado, de frente a la televisión, dos sofás de 3 plazas cada uno colocados en forma de L. Al fondo, una cocina perfectamente equipada con nevera, microondas, unos fogones y un fregadero. Tenía una puerta que iba a dar a una zona ajardinada detrás de la casa. Nada más salir por esa puerta, había un pequeño porche con un par de bancos y una mesa de madera. Rodeando casi todo el porche, en el suelo, una pequeña zona ajardinada, interrumpida en la mitad por una pequeña zona de tierra para permitir el paso hacia el resto del terreno. El resto del terreno era sólo tierra. El muro de piedra seguía rodeando toda la extensión de la parcela, y más allá del muro, todo lo que se podía ver era una zona de campo (en el lateral de la casa), y al acabar esa zona, rodeando toda la parte trasera, una zona de bosque. Observé que en la parte izquierda del muro, había una barbacoa y un pequeño almacén de leña y carbón.


Volviendo al interior de la casa, en la parte izquierda del comedor y la cocina, había una escalera que conducía al segundo piso, y bajo esa escalera, un pequeño cuarto de baño con un lavabo, un inodoro y una ducha.


En el piso de arriba, todo era una sola habitación, con el suelo recubierto de tatami. Tenía una puerta corredera que daba paso a un pequeño balcón desde el que se veía la parte trasera de la casa, es decir, que estaba justo encima del porche. En un rincón de esa amplia habitación había un gran armario, con futones, ropa de cama y de baño, y mucho espacio libre para que los huéspedes pudieran guardar cómodamente su equipaje.


Era una casa encantadora y acogedora, que transmitía una sensación de intimidad desbordante.

 

Tras haber dejado nuestras pertenencias dentro de la casa, Jaehwan me llevó a dar un paseo por el pueblo. Visitamos el mercado local, un mercado situado en una de las calles principales, donde cada día los comerciantes se reunían para vender sus productos más frescos. Decidimos comer en un restaurante de fideos que había en esa misma calle, pero aprovechamos nuestro paseo por el mercado para comprar ingredientes para la cena. Pensábamos aprovechar para ello esa barbacoa que había en la parte trasera de la casa.


De regreso a casa, eran cerca de las 3 de la tarde, y tras haber colocado toda la compra, Jaehwan me dijo que quería llevarme a otro sitio. Como estaba algo lejos, volvimos a subirnos en el coche y él condujo de nuevo siguiendo la costa, hasta que llegamos a una zona algo alejada del pueblo. Aparcamos el coche y caminamos unos minutos hasta llegar a una pequeña ladera, al pie de la cuál, se extendía una pequeña y hermosa cala de arena blanca. No había nadie allí, una playa para nosotros solos. Jaehwan me tendió su mano para ayudarme a bajar por la ladera, y una vez en tierra firme, lo primero que hicimos fue quitarnos nuestras zapatillas para que no se nos llenasen demasiado de arena.


- Así que me has traído a la playa.

- El día de las canoas dijiste que querías ir a la playa – hizo un gesto señalando el lugar. – Aquí estamos – dijo sonriendo. – Y la tenemos para nosotros solos – Jaehwan se quitó su mascarilla y sus gafas de sol, dejando su rostro al descubierto una vez más. Sonreí y correteé por la arena en dirección al mar, dejándole atrás. Al llegar a la orilla, sentí que el agua estaba fresquita, pero como la temperatura era alta, se agradecía. Me quedé mirando al horizonte y escuchando con atención el sonido de las olas. Era uno de mis sonidos favoritos en el mundo.


Jaehwan se acercó a mí y se colocó a mi lado.


- ¿Qué haces? – preguntó en voz bajita.

- Escucho el sonido de las olas – respondí. - ¿No te encanta?

- Claro. Es relajante.

- Gracias – dije.

- ¿Por qué?

- Por hacer siempre planes tan divertidos y traerme a lugares tan bonitos – respondí sonriendo. Él asintió y se quedó mirando al mar, distraído.


Aproveché para mojar mis manos en el agua y salpicarle en la cara. Se mordió el labio y presintiendo su venganza, empecé a correr por la orilla. Él me persiguió. Tras un rato corriendo, terminamos forcejeando y haciendo una pelea de equilibrio, que perdimos los dos. Acabamos ambos metidos en el agua, sin siquiera habernos quitado la ropa, y empapados hasta los huesos.


Después de pasar un rato más chapoteando sin alejarnos de la zona donde hacíamos pie (no olvidaba que Jaehwan no sabía nadar), él salió del agua y se sentó en la arena. Me quedé un ratito más aprovechando que estaba sola para nadar, pero me daba pena dejarle mucho tiempo solo, así que enseguida salí para hacerle compañía.


A pesar de que la temperatura era cálida, corría una brisa fresquita y al salir del agua, mojados, se notaba frío. Mientras me acercaba a él temblando por el frío, él se rió y buscó algo en su mochila. Se puso de pie y me envolvió con una toalla. Wow. De verdad había pensado en todo.


- ¿No tienes frío? – pregunté. – Tú también te has bañado.

- Un poco, pero se secará enseguida.


Entonces, me acerqué más a él y lo abracé.  

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora