31. Su chica

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Jaehwan se separó de mí y me miró con admiración. Me sentí avergonzada, pero antes de que pudiera soltarme, me atrajo de nuevo hacia él y me abrazó. Apoyé mi cabeza sobre su hombro y le rodeé con mis brazos.


- Gracias – susurró en mi pelo.

- ¿Por qué?

- Por abrirme tu corazón. La verdad es que tenía dudas de si el sentimiento era mutuo. A veces me correspondías pero otras veces intentabas guardar las distancias... La verdad es que me estaba volviendo loco.

- Perdona. Al principio me daba miedo corresponderte – confesé. – Porque no quería que nada cambiase. Pero no pude evitar seguir encariñándome...

- Está bien – me acarició la cabeza. – Entonces... - hizo una pausa. Rompí el abrazo y me alejé para mirarle.

- ¿Entonces...?

- A partir de ahora... ¿Puedo decir que eres.... mi chica? – me preguntó. Sonreí.

- Sólo si yo puedo decir que eres mi chico – respondí mordiéndome el labio.

- Claro – sonrió. Agarró sus palillos, cogió un pedazo de carne y me lo ofreció. – Di "Aaah". – me reí y obedecí.


Después de cenar, necesitaba una ducha para quitarme de encima toda la arena de la playa, la sal del mar, y el olor a barbacoa. Al salir de la ducha (no me olvidé de ponerme mi conjunto de ropa interior negro debajo de la camiseta de tirantes dos tallas más grande y el pantalón corto que usaba como pijama), Jaehwan estaba en el balcón de la habitación, apoyado sobre la barandilla.


- El baño está libre – le acaricié la espalda y me apoyé sobre la barandilla yo también. Se giró y me miró de arriba abajo.

- Ya voy – me dijo.

- ¿Estás viendo las estrellas? – pregunté mirando al cielo.

- Desde aquí no se ven bien... – me respondió haciendo un adorable puchero.

- Tendremos que buscar otro lugar para verlas – dije riendo.

- ¿Ahora?

- U otro día. Vamos a volver a vernos, ¿verdad? – le pregunté bromeando. Me sonrió.

- Vale. Es una promesa – me ofreció su dedo meñique. Enlacé el mío con el suyo.


Cuando Jaehwan se fue a duchar, me quedé sola en la habitación. Aproveché para llamar a Carol y contarle todo lo que había sucedido mientras sacaba dos futones del gran armario y los extendía en el suelo.


- ¡Oh, Dios! ¿Lo ves, lo ves? ¡Estaba loquito por ti desde la primera vez que te vio! – exclamó emocionada. - ¿Y bien? ¿Qué vais a hacer ahora? – me preguntó.

- Dormir, supongo. Ya me he puesto el pijama.

- ¿Dormir? Venga ya, ¿estás de broma? Tomaos algunas cervezas más, deja que te quite ese pijama y al lío.

- ¡Carol! – la reñí. - Mañana tenemos que estar de vuelta en Seúl al mediodía, así que supongo que madrugaremos – le expliqué sentándome en un rincón.

- Venga, venga, no te eches atrás ahora, ¡ayer estabas súper decidida!

- Si se daba la oportunidad... – aclaré.

- Y si no se da, se crea – me reí. Jaehwan entró en la habitación secándose el pelo con una toalla.

- Tengo que dejarte, Carol.

- ¿Ya ha vuelto? ¡Dale caña, nena! – me animó. Me reí de nuevo.

- Buenas noches~ – canturreé, le tiré besitos y colgué.


Jaehwan me miró y sonrió. Se sentó a mi lado.


- ¿Estabas hablando en español?

- Sí.

- Suena bonito. ¿Me enseñarás alguna palabra?

- Claro. ¿Ahora?

- U otro día. Vamos a volver a vernos, ¿verdad? – bromeó. Parecía que esa iba a ser nuestra frase.

- Vale. Es otra promesa – le tendí mi dedo meñique y él enlazó el suyo.


Se quedó mirando los futones.


- ¿Vamos a dormir juntos? – me preguntó en tono pícaro.

- Sólo hay una habitación – le recordé. - ¿Cómo duermes cuando vienes con tus amigos?

- Cada uno en una punta de la habitación – rió.

- Bueno, puedes llevar tu futón a cualquier punta. Tienes varias para elegir – le señalé la amplia habitación.

- ¿Y si no quiero? – de nuevo ese tono pícaro.

- Entonces así están bien puestos – respondí. Jaehwan sonrió y toqueteó algo en su teléfono. Apoyé mi cabeza sobre su hombro.

- ¿Estás cansada? – me preguntó.

- Un poco.

- ¿Quieres que vayamos ya a dormir?

- ¿Tienes más planes para hoy?

- Claro. Estamos celebrando tu nuevo contrato, ¿no? – asentí con la cabeza.


Jaehwan dejó su teléfono en el suelo, se puso de pie y me tendió su mano. Una música empezó a sonar.


- ¿Me concedes este baile? – me preguntó con una encantadora sonrisa.

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora