22. El hada

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Un cosquilleo en mi mejilla me despertó. Abrí los ojos poco a poco, con mucho esfuerzo, y estiré mis brazos hacia delante. Giré mi cabeza intentando desentumecerla y entonces me di cuenta de dónde estaba. Pegué un bote en el asiento, y me di con la cabeza contra el techo del coche. Escuché una risita y miré a mi izquierda. Por la posición de su cuerpo, Jaehwan llevaba un rato disfrutando del espectáculo.


- Aigoo... - se mordió el labio inferior intentando contener la risa. - ¿Te has hecho daño? – me preguntó acariciando mi cabeza.

- L-lo siento... Me quedé dormida... - dije sintiéndome muy avergonzada. - ¿Qué hora es?

- Queda poco para que den las 9 – me informó. Me di cuenta de que Jaehwan había aparcado en un párking del barrio, cerca de mi casa.

- ¿Cuánto hace que hemos llegado? – pregunté.

- Un rato – confesó. – He conseguido mi segundo recuerdo de hoy – me picó enseñándome una foto que me había hecho mientras dormía.

- ¡Bórrala! – me incorporé del asiento para intentar quitarle el teléfono, y entonces tiré algo que tenía encima. Al recogerlo, me di cuenta de que era una sudadera suya. Me la había puesto por encima para taparme mientras dormía. Sonreí y a modo de agradecimiento, decidí dejar que se quedase con su recuerdo.


Entonces, mi teléfono sonó. Había recibido un mensaje de Carol. Lo leí.


"Estoy con Jesse en casa. ¿Nos das un par de horas solos? Ya sabes ;D ¡Te quiero, nena!"


Jaehwan me miró con curiosidad.


- Ah... Mi amiga Carol... Está en casa con su novio y quiere que les conceda un par de horas de intimidad – expliqué.

- ¿Un par de horas? – se quedó pensativo. - Está bien – respondió.

- Pero no es necesario que me acompañes todo ese tiempo. Después de todo el día, tú también estarás cansado. Trabajas mañana, ¿verdad? – él asintió con la cabeza.

- Sigamos adelante con nuestro plan – me dijo. - ¿No tienes hambre?

- Un poco... - admití.

- Bien. Busquemos algo delicioso para comer y después demos un paseo por el parque – sugirió. Asentí con mi cabeza. – Ponte esa sudadera, no te resfríes – me dijo saliendo del coche. Obedecí y salí yo también.


Después de todo el día comiendo comidas frías, nos apetecía darle a nuestros estómagos algo calentito. Paramos en un puesto callejero, una especie de carpa que estaba casi vacía y pedimos dos raciones de tteokbokki, que nos devoramos sentados en uno de los rincones más alejados de la entrada.


Tras la cena, comenzamos nuestro paseo nocturno por el parque frente a mi casa, según lo planeado. Todavía no había estado allí de noche y la verdad es que, como me había explicado Jaehwan, era muy tranquilo. Había algunas personas paseando, pero muchísimas menos comparado con las que había por las mañanas, y seguramente también muchísimas menos comparadas con las que había durante el resto del día.


El estanque estaba completamente iluminado con luces instaladas en el fondo que iban cambiando de colores ofreciendo un espectáculo realmente atractivo para los ojos. En el camino de tierra por el que caminábamos había unas luces bajas de color amarillo, prácticamente enterradas en el suelo, a ambos lados del camino, que ofrecían una atmósfera bastante íntima. En la parte ajardinada entre la que se abrían los diferentes espacios de recreo del parque, la iluminación era a base de pequeñas lucecitas también de colores, como las que se usan en Navidad, extendidas entre los árboles. Para complementar a esta iluminación (que era hermosa pero algo débil, había altas farolas cada ciertos metros)


Si de día era un sitio hermoso, de noche era casi como un lugar de ensueño. No me hubiera extrañado ver a algún pequeño hada revoloteando entre los jardines.


Caminamos tranquilamente charlando de cosas triviales. Cuando llegamos al espacio con los puestos de golosinas, compramos un enorme algodón de azúcar para comerlo entre los dos mientras paseábamos. La zona que había olvidado ver los anteriores días que había estado corriendo por allí con él, era una pequeña plaza con una fuente en el medio y bancos para sentarse alrededor. La fuente también estaba iluminada del mismo modo que el estanque, y decorando la zona más alta, había una escultura de una mujer con alas. Me reí. Así que después de todo sí que había hadas allí.


Nos sentamos en uno de los bancos mientras comíamos nuestro enorme algodón de azúcar y seguíamos charlando de todo un poco. Estábamos solos. De vez en cuando pasaba alguna pareja acaramelada, echaban una moneda en la fuente, pedían un deseo, y continuaban su camino.


- ¿No quieres pedirle un deseo al hada? – me preguntó Jaehwan cuando terminamos de comer el algodón.

- La verdad es que no sabría qué pedir – admití. Jaehwan sacó una moneda de su bolsillo y me la tendió.

- Cualquier cosa que se te ocurra - me dijo.

- Está bien... - cogí la moneda, me acerqué a la fuente, la tiré dentro y le pedí un deseo al hada. Jaehwan se acercó por detrás sin que me diese cuenta, y me susurró cerca del oído:

- ¿Qué has pedido? – sentí un escalofrío al sentir su aliento sobre mi piel.

- Si te lo digo, no se cumplirá.

- Claro que sí – afirmó. Me reí.

- ¿En serio?

- Sí. Tú dime qué has pedido, y después yo le pediré que te perdone por habérmelo contado – me dijo.

- ¡Me acabas de decir lo que vas a pedir! ¡Tampoco a ti te lo concederá! – indiqué.


Jaehwan chasqueó la lengua en señal de rendición. Entonces escuchamos una voz a nuestro lado.


- ¡Hyung!

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora