72. Estoy en casa

9 0 0
                                    

El viaje hacia el hospital transcurrió en completo silencio. Mi lloro descontrolado no me permitía hablar, cosa que a decir verdad agradecí, porque mi estado de ánimo se encontraba por los suelos, y Jaehwan no sabía qué decir o qué hacer para tranquilizarme. Me había sentado en el asiento trasero para ocultarme tras los cristales tintados del coche del mánager y desde ahí pude ver que no paraba de mirarme una y otra vez a través del espejo retrovisor. Su cara reflejaba auténtica preocupación y su mandíbula apretada y las numerosas veces que se mordía los labios me hacían notar su frustración.


Poco a poco fui calmándome, lo suficiente para ser capaz de contarle al médico lo que me había sucedido sin estar sollozando como una niña. No dejé que Jaehwan entrase a la consulta conmigo. Le pedí que mientras hiciese el favor de encargarse del papeleo con el hospital para poder volver enseguida a casa.


Tras contarle brevemente al médico sobre los empujones y mi caída, éste me examinó los hombros y la muñeca obligándome a moverlos de varias formas. No había nada fracturado, de lo contrario, no podría moverlos en absoluto. Sin embargo, había una inflamación en la muñeca, causada posiblemente por el traumatismo al caer. El médico dijo que tal vez tendría una pequeña fisura, pero que bastaría con inmovilizarme la muñeca y tomar antiinflamatorios y analgésicos para el dolor durante unos días. Respecto a los golpes en mis hombros, dijo que posiblemente me saldrían hematomas, pero que no era nada grave. Después de su diagnóstico, me puso una muñequera que podía quitarme y ponerme yo misma, y me recomendó aplicarme frío varias veces al día para ayudar a que bajase la inflamación.


Allí mismo me dieron también las medicinas que debía tomar, así que tan pronto como salí de la consulta, Jaehwan me llevó a casa. Durante el viaje, sólo le hablé del diagnóstico que me había dado el médico y de las medicinas que me había recetado. Jaehwan se dio cuenta de que no estaba muy comunicativa, así que no insistió más en preguntar qué era lo que me había sucedido.


Ya era cerca de medianoche cuando llegamos a casa. Aparte de los dolores obvios que tenía por no haber descansado los días previos, y por los golpes que me habían dado las sasaeng, me dolía la cabeza hasta el punto de que creía que me iba a estallar. Sólo quería meterme en la cama y morir.


Me dirigí hacia la habitación de forma casi automática y me tiré sobre la cama sin ni siquiera encender la luz ni desvestirme. Pensé que Jaehwan se iría a casa, pero descubrí que no lo hizo cuando un rato después entró en la habitación y me habló.


- Ali, tienes que comer algo y tomarte las medicinas – me dijo encendiendo la luz de mi mesita de noche y dejando sobre ella un plato con fruta ya cortada y pelada.

- No tengo hambre – respondí girándome en la cama y dándole la espalda.

- Vamos, no seas cría, no puedes tomarte las medicinas con el estómago vacío – se sentó en la cama y posó su mano sobre mi hombro. – Por favor – me suplicó.


Suspiré. Jaehwan sólo intentaba cuidar de mí y yo no se lo estaba poniendo nada fácil. Me invadió una gran culpabilidad al darme cuenta de que, independientemente de lo mal que yo me sintiese, le había tratado mal y había descargado mi ira contra él sin darme cuenta de que en realidad, él no tenía culpa de nada de lo que me había pasado aquel día. Empecé a odiarme por ello.


- Por favor, Ali... - suplicó desesperado.

- Está bien – acepté y me incorporé en la cama, acomodé las almohadas y apoyé la espalda sobre el cabecero. Cogí un pedazo de manzana y le pegué un mordisco. Jaehwan me observó comer en completo silencio. Le tendí el plato. - Come tú también, no has cenado, ¿verdad?

- Piqué algo antes de verte, pero la verdad es que sí que tengo hambre – admitió. – Pero cómetelo tú, después comeré algo.

- Es demasiado... No tengo tanto hambre - dije mirando el plato y agarrando otro pedazo de manzana.

- Bueno, está bien – Jaehwan se acomodó a mi lado y cogió unos gajos de mandarina. Cerré mis ojos mientras masticaba. La verdad era que me dolía tanto la cabeza que hasta la tenue luz de la mesita me molestaba.

- ¿Podemos apagar la luz? – pregunté. – Ya está todo pelado y listo para comer, podemos usar sólo la luz que entra por la ventana – propuse.

- Claro, ¿pero por qué?

- Me va a estallar la cabeza – expliqué. Él asintió y apagó la lamparita. – Gracias – dije abriendo los ojos y llevando mi mano de nuevo al plato. Agarré un pedazo de plátano.


Vaciamos el plato en completo silencio. Estaba comiendo los últimos gajos de mandarina, cuando Jaehwan se levantó y salió de la habitación. Volvió a los pocos minutos con un vaso de agua, mis medicinas y un poco de hielo envuelto en una toalla.


- Ten – me dijo tendiéndome el vaso y las medicinas.

- Gracias – respondí tomándomelas obedientemente. Después le devolví el vaso y él me lo cambió por la toalla. - ¿Es para mi cabeza o para mi muñeca? – pregunté.

- Para tu muñeca. ¿Quieres otra para la cabeza?

- No importa, iré pasando de una a otra – Jaehwan asintió. Me tumbé en la cama boca arriba y me puse la toalla en la cabeza.

- ¿No vas a desvestirte? – me preguntó. Negué con la cabeza. – Bueno, lo haré yo por ti – se ofreció y comenzó a desabrochar mis pantalones. Tiró de ellos con suavidad hasta que salieron del todo. – Ahora la camiseta – me dijo para que me incorporase. Obedecí y alcé mis brazos para que pudiera sacarla.


Jaehwan buscó uno de mis camisones de tirantes en el armario, y del mismo modo, me vistió de nuevo. Me quité el sujetador para dormir más cómoda y envolví mi muñeca con la toalla mientras él deshacía la cama. Me tumbé de nuevo y dejé que me arropase. Él se inclinó sobre mí y me dio un suave beso en la frente.


- Que descanses, mi amor – me susurró dirigiéndose a la puerta.

- ¿Te vas a ir a casa? – pregunté.

- Estoy en casa – respondió. – Recogeré la cocina, enviaré unos mensajes y enseguida vendré a dormir contigo – emití un sonido de aceptación.


Dediqué un rato a pasarme la toalla de la muñeca a la cabeza y viceversa, hasta que el hielo se derritió y sólo me quedó una toalla húmeda. Poco a poco me fui relajando y fui sintiendo cómo los dolores, sobre todo el de cabeza, se aliviaban. Gracias a Dios. Aún no me había dormido cuando Jaehwan volvió a la habitación caminando de puntillas y se desvistió con todo el sigilo del que fue capaz y quedó sólo en calzoncillos. Se metió en la cama conmigo y se tapó con las sábanas. Esperé a que se hubiera acomodado para tirar la toalla al suelo, girarme hacia él y abrazarle por la cintura.


- ¿Aún estás despierta? – me preguntó entre susurros.

- Sí.

- ¿Hacen efecto las medicinas? ¿Te encuentras mejor?

- Un poco... - Jaehwan se giró hacia mí y me acarició la cara con ternura. Volvió a besar mi frente y llevó su mano a mi cabeza.

- Hueles a refresco.

- Lo sé, estoy hecha un asco, perdón – me disculpé por meterme así en la cama. – Mañana me bañaré – le escuché sonreír.

- Está bien, preciosa – dijo acariciando mi cabeza.


El efecto de las medicinas, el sonido acompasado de su respiración, su calor y sus caricias fueron relajándome y haciendo que poco a poco fuese perdiendo la conciencia y quedándome dormida.

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora