20. Reponiendo fuerzas

14 2 0
                                    

Eran cerca de la 1 y media del mediodía cuando alcanzamos el kilómetro 9. El ejercicio al remar nos estaba desgastando poco a poco, y ya era hora de tomar un buen descanso y llenar los estómagos para recuperar energías. El calor a esas horas también era algo más intenso, así que necesitábamos una sombra o algo así. El kilómetro 9 era perfecto, pues la playa era más bien un metro de orilla del río, y a continuación, puro bosque.


Sacamos la comida del bidón y nos sentamos sobre un tronco que había sido talado, seguramente para poder hacer aquel lugar una parada de verdad en el recorrido.


- ¿Qué es esto? – me preguntó Jaehwan cuando vio la tartera.

- ¡Ah! Ábrelo – le pedí. Obedeció al instante y al ver el contenido, me miró sin entender. – Te había prometido comida de mi país, ¿no? – dije sonriendo.

- ¿De verdad lo habías preparado para hoy? No me lo esperaba.

- Pensé que en algún momento a lo largo del día tendríamos que comer – confesé. – Y si acaso ya habías pensado en comer otra cosa, entonces podías llevártela a casa y comerla allí.


Jaehwan parecía gratamente sorprendido.


- Adelante – le di permiso para hincarle el diente.


Pero él se quedó paralizado un instante. Después, rebuscó en el bidón, y sacó su teléfono móvil. Y le hizo una foto. Me reí.


- No hagas eso... La presentación es horrible – dije. Había cortado la tortilla en pequeños cuadraditos para que se pudieran comer de un solo bocado y también para que encajase en la forma de la tartera. – Hay mil formas más bonitas de presentar una tortilla, cortarla en trocitos y meterla en una tartera no es la mejor opción.

- No importa la presentación. Es lo primero que cocinas para mí - dijo toqueteando su teléfono. – Es un acontecimiento digno de recordar – me miró y me sentí algo avergonzada. Miré hacia el suelo. - ¿Cómo se come? – me preguntó.

- No la cuajé mucho, así que posiblemente se desmorone si intentas cogerla con palillos. La tartera tiene un tenedor escondido... - lo busqué. – ...justo aquí – se lo iba a tender, pero cuando lo miré, había cerrado los ojos y esperaba con la boca abierta, para que yo le diese de comer. Otro gesto que me pareció adorable. No pude negarme. Pinché un pedacito y se lo metí en la boca. Él abrió los ojos al recibirlo, y lo masticó con tranquilidad, saboreándolo.

- ¡Está riquísimo! ¿Qué lleva?

- Cebolla, patata y huevo.

- ¿Sólo eso?

- Así es – él abrió la boca para que le diese otro trozo. Me reí.


La comida transcurrió sin prisa pero sin pausa. Estuvimos charlando animadamente de todo tipo de cosas triviales mientras la hacíamos desaparecer. De verdad nos sentíamos hambrientos, parecíamos pozos sin fondo. Incluso comimos algunos de los snacks que había comprado de más.


Aquel día estaba siendo realmente divertido y sentí cómo poco a poco nos estaba haciendo también más cercanos. Cuanto más lo pensaba, mejor me parecía la idea que había tenido Jaehwan.


Después de comer, Jaehwan se acercó al río para mojarse el pelo y refrescarse. Yo busqué el botecito de protector solar para volver a echarme. Recordé que Jaehwan no se había puesto crema en la parada anterior y, por supuesto, él también podía quemarse. Seguramente que esa carita preciosa que él tenía (y que desde que nos subimos en la canoa estaba pudiendo ver mucho más), se vería adorable si estuviera algo enrojecida, pero mejor que ese enrojecimiento no fuera por el sol.


Mientras se peinaba el pelo mojado hacia atrás con las manos, me acerqué por detrás de él, y le di un golpecito en el hombro. Cuando se giró, le aplasté la cara con mis dos manos, llenas de crema. Me miró sorprendido, pero segundos después sonrió maliciosamente y mi atrevimiento se desvaneció.


- Tú no te pusiste crema antes – expliqué. – Sería una pena que se quemase una cara tan bonita. – dije empezando a extendérsela.

- ¿Tu crees?

- ¿Creer qué? – se agachó para que nuestros ojos quedasen a la misma altura.

- ¿Crees que soy guapo? – me quedé paralizada un momento. Claro que era guapo. Muy guapo.

- Sí, lo creo – admití. Él sonrió complacido.

- Bien. Entonces continúa, por favor – me pidió. – Es normal querer proteger lo que nos gusta, ¿no? Yo también lo estoy protegiendo – admitió y sentí que me ruborizaba. ¿Acaso se estaba refiriendo a mí?

- C-cierra los ojos, por favor – le pedí. Me volvió a sonreír y obedeció. Aproveché ese instante para serenarme mientras terminaba de extenderle la crema. – Listo – le avisé cuando hube terminado.


Entonces, abrió los ojos de nuevo, mirándome fijamente de nuevo, y antes de poder reaccionar, posó sus labios sobre mi mejilla.


- Gracias – me dijo sonriendo. - ¿Ahora te la aplico yo?

- ¡N-no es necesario! Puedo yo sola – de nuevo me había puesto nerviosa. Me di la vuelta y volví a sentarme en el tronco. No le miré, pero estaba segura de que estaba riéndose de nuevo. 

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora