32. El baile

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- Espera, espera, ¡no sé bailar! – dije riendo mientras él tiraba de mí para que me levantase.

- ¿Y cómo te atreves a venir a una fiesta sin saber bailar? – bromeó.

- No sabía que habría baile – respondí.

- Tampoco sabías que habría playa. Ni barbacoa – señaló. - Pero improvisaste, ¿no? – me reí de nuevo.

- Está bien, está bien...


Jaehwan tiró de mí hacia una zona vacía de la habitación. Después, se dio la vuelta, se inclinó para besar mi mano como todo un caballero, y nos colocó a ambos en posición de baile. Empezamos a movernos lentamente y de forma totalmente descoordinada con respecto a la música. Estallé en carcajadas.


- Casi me convenciste de que tú sabrías bailar mejor que yo – dije en tono burlón.

- Bueno... Es que este no es el tipo de música que suelo bailar – me explicó.

- ¿Ah, sí? No me digas que normalmente bailas break dance, o algo así.

- Sí, algo así – dijo riendo.

- Te he pillado... Tú tampoco sabes bailar, admítelo.

- Pero si no escuchamos la música, tampoco está tan mal... – bromeó.


Entonces, llegamos a la zona donde habíamos extendido los futones, y sin querer, nuestros pies se liaron y terminamos tropezando y cayendo al suelo. Quedamos los dos tirados sobre los futones.


- ¿Estás bien? – me preguntó.

- Sí... Definitivamente, deberíamos dormir – reí mientras me recostaba de lado. – Incluso hemos terminado aquí – golpeé con la mano el futón sobre el que estaba. – Es una señal de Morfeo.

- Vale, dejemos de lado el baile por ahora. Pero tenemos que trabajar en ello. Es algo que quiero hacer contigo – me miró sonriendo.


Me mordí el labio y no dije nada. Él se quedó pensativo un momento y se movió para quedar recostado también de lado, justo pegado a mí. Nos miramos. Y entonces, alzó su mano para acariciar mi mejilla y la movió hasta mi cintura. Se acercó aún más a mí, y cuando creía que me iba a besar, cerré los ojos.


Pero el beso no llegó. Jaehwan aprovechó el momento para empujarme y hacer que me quedase tumbada boca arriba y a continuación él se apoyó suavemente sobre mí, con mucho cuidado de no aplastarme. Abrí los ojos y nuestras miradas se volvieron a encontrar. Los dos deseábamos continuar. Alcé mi mano para acariciarle la cara y el pelo y me mordí el labio, y entonces sí, se inclinó para besarme.


Sus besos eran realmente deliciosos. Sus gruesos labios eran suaves y cálidos, y atrapaban los míos con delicadeza, moviéndose muy lentamente, casi haciéndome desesperar. Había oído que los asiáticos no sabían besar (o al menos no del modo en que besamos los occidentales), así que nunca hubiera imaginado que besase tan bien. Nunca hubiera imaginado que con tan solo un beso me pudiera hacer sentir así, me pudiera volver tan loca. Y eso sólo era el comienzo.


Jaehwan deslizó su mano por mi costado, subiendo lentamente hacia arriba, arrastrando con ella mi camiseta, dejando mi abdomen al descubierto. El contacto de su piel contra la mía me hizo estremecer. Inconscientemente, por la simple sed de más contacto, deslicé mis manos por su espalda y lo atraje hacia mí. Jaehwan rompió nuestro beso y me miró sonriendo.


Después, volvió a inclinarse sobre mí, esta vez para besarme el cuello. Su respiración y sus suaves besos sobre la sensible piel de mi cuello enviaban oleadas de calor por todo mi cuerpo, y noté que empezaba a faltarme el aire. Sin darme cuenta, emití un leve gemido. Me sentí tan avergonzada que me tapé la boca, pero Jaehwan agarró mi muñeca y la apartó.


- Déjame oírte – me susurró al oído.


Entrelazó su mano con la mía y volvió a besar mis labios, pero entonces...


- ¡Jaehwan! ¿Jaehwan? – dijo una voz de mujer en el piso de abajo.


Nos separamos de inmediato y nos miramos extrañados por un momento. Jaehwan puso cara de fastidio, se rascó la cabeza y se puso en pie para bajar al piso de abajo. Gateé hacia las escaleras para intentar escuchar la conversación.


- ¡Señora Kim! Buenas noches – la saludó él.

- Así que estabas arriba... ¿Estabais dormidos? – preguntó la señora.

- Ehh... No, no, estábamos... Extendiendo los futones... - mintió. - Mañana saldremos temprano, así que ya estábamos por irnos a dormir - explicó

- Ya veo. Bueno, aquí te traigo las hortalizas que te dije esta mañana. Repártelas bien con tus amigos, ¿eh? Y dales recuerdos de nuestra parte. Diles que no nos olvidamos de ellos, y que a ver cuándo vienen a hacernos una visita.

- Claro, se lo diré – dijo Jaehwan.

- Cada vez que os vuelvo a ver estáis todos más y más guapos, de verdad tengo ganas de verlos. – rió la señora Kim.

- Muchas gracias, aunque usted no se queda atrás...


Noté que Jaehwan intentaba dar por terminada la conversación, pero la señora Kim continuaba cambiando de tema o haciendo preguntas, y tras unos minutos, dejé de escuchar y bostezando, me tumbé en el futón.


Si minutos antes había habido riesgo de incendio, aquella visita había sido como el más grande de los diluvios. Qué mala suerte...


Con el cansancio acumulado de todo el día y el repentino bajón ocasionado por la interrupción, el sueño llegó antes de que Jaehwan volviera, así que me entregué por completo a él. 

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora