11. Aburrimiento

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Esa semana y la siguiente transcurrieron con una normalidad tremendamente aburrida. Todo lo que hice fue ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Como mi jornada siempre solía terminar antes que la de mis compañeros (yo era la única con contrato a tiempo parcial), al salir del trabajo me iba directa a casa. A veces, cuando ellos terminaban sus jornadas, salía de nuevo de casa y volvía a reunirme con ellos en el bar o puesto de comida de turno, pero lo cierto es que, por más que lo intentase, no parecía terminar de encajar entre ellos. Seguía siendo una extranjera, y aunque fuese perfectamente capaz de tener conversaciones sobre temas muy variados en su idioma, parecía haber una especie de muro invisible que me mantenía un poco al margen.


Carol estuvo trabajando esas 2 semanas en China. Continué llevándome libros del trabajo para matar mis horas de soledad y aburrimiento infinito en casa, e incluso aunque me costaba más leer en coreano que en cualquiera de mis otros idiomas, me devoraba un libro tras otro.


Incluso hacía video-llamadas a mis padres prácticamente todos los días, a pesar de que no había sucedido nada interesante que contarles. Pero ellos estaban felices de verme, y yo me sentía algo más acompañada. 


Tampoco había vuelto a tener noticias de Jaehwan. Me había dicho que trabajaba en una empresa, y yo sabía que la gente que trabajaba en oficinas en Corea se pasaba más tiempo dentro que fuera de ellas. A veces pensaba que quizá debía enviarle algún mensaje, pero me daba cosa molestarle.


Una noche, mientras preparaba la cena, pensé que debía hacer algo con ese tiempo libre del que disponía en abundancia. Hacía ya algo más de un mes que había llegado a Seúl y todavía no conocía la ciudad más allá de la zona alrededor del apartamento y de la librería. Lo normal cuando llegas a un país nuevo es querer salir a verlo todo, hasta el detalle más insignificante. Pero lo cierto es que nunca había estado sola en una ciudad tan grande y la idea de perderme por ahí me daba mucho respeto. 



No obstante, sabía que no podía estar dependiendo de tener siempre a alguien que me acompañase. Le pediría a Carol que me recomendase otras zonas de la ciudad interesantes para ver (y que me advirtiese de los barrios más peligrosos, para no acercarme a ellos, por supuesto), y con ayuda de internet, me aventuraría a ir a conocerlas aunque fuera yo sola, de forma que poco a poco, la zona por la que me movía se fuese ampliando más y más.


Pero eso sería en mis días libres, que generalmente, coincidían con los fines de semana. Durante la semana debía buscar actividades de menor duración que pudiese compaginar con el trabajo. Lo primero que se me ocurrió fue empezar a hacer ejercicio. Tenía un parque más que hermoso frente a mi casa, y tampoco me había adentrado aún en él. Al levantarme por las mañanas, siempre veía desde mi ventana a gente haciendo deporte, corriendo o andando en bicicleta. Podía empezar por ahí. De hecho, necesitaba hacerlo. El aburrimiento al que estaba sometida me había hecho comer más snacks de los que debería, sobre todo cuando me sentaba en el sofá a ver algún drama (era lo único para lo que usaba la televisión) y si seguía a ese ritmo, mi cuerpo pronto empezaría a pasarme factura.


Decidí que lo mejor sería dedicar al ejercicio esa hora y media que siempre me sobraba desde que me despertaba por las mañanas hasta que entraba a trabajar. Y para después del trabajo... ¿Qué actividades podría buscar? Pensé que quizá podría apuntarme a algún arte marcial, el taekwondo era el arte marcial coreano por excelencia. Pero con la ración de deporte de la mañana, seguramente ya tendría suficiente ejercicio. La idea era mantener el tipo, no quedarme en los huesos.


Le pregunté a mis compañeros de la librería por cursos o actividades que se realizasen en el barrio. 


- ¿Qué tal se te da cocinar? – me preguntó el señor Park.

- Me defiendo bastante bien, aunque la verdad es que no sé prácticamente nada sobre cocina oriental. Mi madre me enseñó algunas recetas japonesas, pero eso es todo – admití avergonzada. – Toda la comida coreana que he comido desde que llegué ha sido comprada – El señor Park rió.

- Conozco a una vecina que imparte cursos de cocina. Si te apetece, puedo preguntarle si admiten a una alumna más.

- ¡Eso sería genial! – exclamé emocionada. – Muchas gracias, señor Park.


Ya tenía una idea, que además me resultaba muy atractiva. Aún así, ¿cuánto podían durar esas clases? ¿2 o 3 horas? Seguramente tampoco fueran todos los días. Tenía que buscar más actividades. Le pregunté también a Carol.


- ¿Y si buscas otro trabajo a tiempo parcial? – me sugirió.


No había pensado en ello. El sueldo de la librería en principio me había alcanzado para vivir aquel primer mes sin haber tenido que recurrir a los ahorros que traía de España, aunque también era cierto que Carol estaba ocupándose por completo del alquiler y las facturas. De haber tenido que ocuparme yo, entonces el sueldo de la librería definitivamente habría sido insuficiente. Sabía que a Carol no le importaba ayudarme con mis gastos al principio, pero me sentí culpable por haber estado disfrutando de la casa completamente gratis. Me pareció una buena idea buscar otra fuente de ingresos para poder al menos ayudar con los gastos de la casa. Ya había abusado de su hospitalidad durante un mes, ahora debía convertirme en una digna compañera de piso. 

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora