44. Princesa

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- ¿Ves? No es tan difícil – me dijo.

- La otra vez parecía que fuésemos a bailar un vals – reí.

- Alice...

- ¿Sí?

- El sábado de la semana que viene es tu cumpleaños – me dijo. Sonreí.

- Así es. ¿Lo memorizaste?

- Claro. ¿Y tú el mío?

- El 6 de Abril – sonreí.

- Bien – se inclinó y me dio un besito rápido en los labios. - ¿Qué quieres que te regale? – me preguntó.

- Tu compañía – dije de inmediato.

- ¿Y aparte de eso?

- Con eso es suficiente – respondí. – Las cosas materiales se deterioran, las vivencias y recuerdos son eternos – él sonrió.

- ¿Así que me lo vas a poner difícil?

- No quiero nada, de verdad – respondí con sinceridad.

- Está bien. Recuerdos y vivencias, entonces. ¿Tienes ropa elegante?

- ¿Ropa elegante? ¿Para qué?

- No te lo digo.

- ¿En qué estás pensando para que no pueda ir con unos jeans y un jersey? – se rió.

- Porque en tu día debes ser una princesa.

- ¿Y las princesas no podemos vestir con jeans y jersey? – fingí que me sentía ofendida. Se rió.

- No le metas en un apuro, nena. Si te pide que te vistas como una princesa, hazlo y punto. Yo te ayudaré – dijo de repente una voz a nuestro lado. Jaehwan sonrió, me soltó e hizo una inclinación a modo de saludo.

- ¡Carol! – corrí a abrazarla. – No sabía que volvías hoy.

- Cambio de planes, de nuevo. Vengo a hacer la maleta. Me voy a China en menos de 5 horas.

- Vaya...

- Y después de volver de China, vendré un par de días y me volveré a ir a Japón. No podré estar contigo el día de tu cumpleaños... - me dijo apenada y me abrazó. – Pero estarás en buena compañía, ¿verdad? – Carol miró a Jaehwan.

- Por supuesto – respondió él.

- Bien, si es así, yo misma me ocuparé de acompañarla a comprarse el traje de princesa – rió Carol. – Esos dos días que tengo entre viaje y viaje, resérvamelos para mí, ¿eh? Para una salida de chicas.

- Claro – respondí sonriendo.


Jaehwan y yo volvimos a sentarnos en el sofá y continuamos reproduciendo algunos vídeos. Carol preparó la maleta en un santiamén, se preparó algo rápido para cenar y se sentó a comerlo con nosotros mientras veíamos los vídeos. Me di cuenta de que prestaba mucha atención tanto a los vídeos como a todo lo que Jaehwan contaba.


- ¿Quién es ese? – preguntó señalando a uno de los chicos. – Tiene una sonrisa preciosa – Jaehwan rió.

- Se llama Hongbin. Es el que consideramos el más guapo del grupo – explicó.

- Pero yo discrepo – dije. Jaehwan me miró y sonrió. – El más guapo es Hakyeon – le chinché.


Jaehwan chasqueó la lengua decepcionado y me hizo cosquillas. Nos reímos. Pasamos un rato más viendo vídeos y escuchando anécdotas que Jaehwan nos contaba sobre los rodajes y las coreografías.


Al cabo de un par de horas, Carol llamó a un taxi para que la llevase al aeropuerto y se despidió de nosotros. Jaehwan se marchó poco después.


Durante los días siguientes terminé por completo mi traducción de la guía turística. La había terminado una semana y media antes de la fecha oficial de entrega, pero también era verdad que durante 2 meses y medio me había metido auténticos palizones a traducir durante horas y horas. Y había necesitado la ayuda de Jaehwan. Pensé que con ese primer sueldo debería invitarle a comer algo delicioso en algún sitio, o algo así.


El domingo de esa misma semana Carol volvió de China, y como habíamos prometido, pasamos el lunes juntas, antes de que volviera a irse de viaje. Después de salir del trabajo en la librería, comimos rápido en casa y nos fuimos a comprar mi vestido "de princesa". Ese día me salté las clases de cocina.


- ¿Vais a celebrarlo el mismo sábado? – me preguntó curiosa mientras caminábamos por una calle comercial.

- Vendrá a buscarme el viernes por la tarde – le expliqué. – Pero me ha dicho que el sábado también tiene todo el día libre, así que supongo que lo pasaremos juntos.

- Ohhhh... ¿Entonces vais a pasar la noche juntos? – Carol me golpeó con su codo. Me reí.

- Es posible.

- ¡En ese caso tenemos muuuuuuchas cosas que comprar hoy! – me dijo emocionada abriéndome la puerta de una tienda. – Adelante, su alteza.


Era una tienda de vestidos de fiesta que parecía súper elegante. Los vestidos estaban dispuestos en perchas y colocados alrededor de toda la tienda por colores.


- Carol... No quiero gastarme demasiado dinero – le advertí.

- Oh, venga... ¡Vas a cumplir 25 años! ¡Es un cuarto de siglo! Eso no se cumple todos los días, ¿sabes?

- "Un cuarto de siglo" me hace sentir vieja – reí mirando algunos vestidos.

- Veamos... ¿Algún color en específico? – la miré con una ceja enarcada. – Azul, claro. A juego con tus ojos – dijo riendo y dirigiéndose a la zona de los azules. - ¿Claro... oscuro?

- Puesto que es por la tarde-noche... Mejor algo oscuro, ¿no?

- Sí, más serio. ¡Mira este! – me enseñó uno de estilo greco-romano de color azul marino.

- Es muy bonito, pero mejor algo más corto. Por la rodilla, o así.

- Ah, ¿mejor uno de cóctel? Creí que buscabas alguno de noche... ¿Qué tal este? – me mostró uno con la falda demasiado pomposa.

- Quiero que tenga vuelo, pero que no sea tan pomposo – señalé.

- Ay, está bien, mejor vamos a pedir ayuda a alguien que trabaje aquí porque si no, no acabaremos nunca – Carol fue a buscar a una dependienta.


Tras explicarle mi idea a la dependienta, ésta me buscó un montón de vestidos que se ajustaban a la descripción que le había dado. Durante más de una hora, estuve probándome uno tras otro, hasta que por fin me decidí por uno de color azul eléctrico. Era un vestido de tirante grueso, muy cerrado por delante y también por detrás. En la cintura tenía una cinta de pedrería plateada, y a partir de la cintura, caía en vuelo.


- Te queda precioso, como los otros 30 que te has probado... ¿Pero éste no es demasiado simple? – me dijo Carol.

- Me gusta así – señalé.

- ¿No deberías ir algo más provocativa? – preguntó en tono pícaro. Me reí.

- Si voy así de tapada, ¿no le darán más ganas de desenvolver el regalo? – insinué. Carol dio un grito ahogado.

- ¡Mírala, qué pillina! – dijo riendo. – No había pensado en eso, pero tienes razón. Además, ya lleváis 3 meses saliendo y todavía nada de nada, debe estar subiéndose por las paredes, el pobre – me reí.

- Pues decidido. 

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora