10. Sana y salva

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No me parecía un lunático, pero decirle dónde vivía nada más conocernos tampoco me parecía la mejor opción.


- Emmm... - intenté buscar palabras para decírselo de forma delicada.

- Está bien – abrí la boca para explicarme, pero antes de que pudiera hacerlo, habló él: - No te preocupes, lo entiendo. A cambio... ¿Puedo hacerte una última pregunta?

- Claro.

- ¿Me das tu número de teléfono? – acepté y me tendió su teléfono para que se lo escribiese. Se lo devolví, y a los pocos segundos, mi móvil empezó a sonar. – Me alegro de que me hayas dado el de verdad – rió mientras colgaba. – Ese es el mío.

- Lo guardaré – dije tecleando en el teléfono y él hizo un sonido de aceptación. – Listo – alcé la vista para mirarle. De nuevo me estaba mirando fijamente con una expresión indescifrable.

- Ve con cuidado, ¿vale?

- Siempre lo hago – repliqué de inmediato.

- Lo cierto es que no te creo del todo... ¿Por qué crees que será? – bromeó. Asentí con la cabeza. Ciertamente, en los dos primeros encuentros que había tenido con él, yo no había ido con nada de cuidado. - Ah, ¿qué tal tu mano? – se interesó.

- Oh... - la alcé para enseñársela. – Completamente curada – sonreí.


Entonces, de forma completamente inesperada, él la tomó entre sus manos y se inclinó para depositar un suave beso sobre el dorso de mi mano. Mi corazón se aceleró. Noté que el calor inundaba mi cara, debía de estar sufriendo el más intenso de mis sonrojos. Me miró de nuevo antes de soltarla y sonrió. Hubiera jurado que su expresión era de pura satisfacción. Aparté la vista muerta de vergüenza.


- B-bueno... Hasta luego – me despedí balbuceando. Hice una leve inclinación y me di la vuelta alejándome a toda velocidad.


No me había escandalizado porque alguien a quien acababa de conocer me hubiera besado. En España es normal saludarse y despedirse con dos besos, uno en cada mejilla, incluso entre desconocidos. Pero había sido algo completamente inesperado, y la verdad es que me pareció uno de los gestos más dulces que alguien había tenido conmigo en toda mi vida. Por eso mi corazón se había acelerado. Iba pensando en esto, cuando mi teléfono comenzó a sonar. Era Jaehwan. Dudé un momento antes de contestar. Todavía estaba demasiado afectada por lo que acababa de ocurrir. Llevé el teléfono a mi oreja y esperé que me saliera algo de voz, aunque sólo fuera un hilito.


- No te acompaño a casa pero, ¿podemos seguir hablando por teléfono hasta que llegues? preguntó antes de que yo pudiera articular palabra. – Me quedaré más tranquilo cuando sepa que has llegado sana y salva.

- Está bien – acepté. Otro detalle que me pareció demasiado adorable. Sonreí.

- Sé que te dije que ya no te iba a hacer más preguntas por hoy, pero lo cierto es que tengo una más.

- Adelante.

- ¿Vamos a volver a vernos? – me preguntó.

- ¿Se supone que eso es decisión mía? – pregunté.

- Así es.

- Pero tú sabes dónde trabajo... Incluso aunque yo no quisiera verte, no podría hacer nada si tú fueras allí – reí.

- Si no quieres volver a verme, no iré más por la librería – dijo él en tono serio. – Aunque de verdad quiero que tú quieras verme – dijo un auténtico trabalenguas.

- Me parece bien.

- ¿Qué te parece bien?

- Que volvamos a vernos.

- ¿En la librería?

- O en otro lugar. Otra cafetería, un parque... Lo cierto es que desde que llegué, aún no he ido a pasear por el resto de la ciudad.

- ¿Todavía no conoces Seúl?

- Mi amiga Carol, de quien te hablé antes, iba a llevarme a hacer turismo, pero ha estado muy ocupada con el trabajo y aún no ha podido.

- ¿Y si vas sola?

- Me da un poco de miedo perderme – admití. – Es una ciudad demasiado grande, soy extranjera, y bueno...

- Entiendo - hizo una pausa – Tendrás que esperar a que ella te acompañe, entonces – se quedó callado y yo no dije nada.


La verdad es que esperaba que se ofreciera él. ¿Quién mejor para enseñarte una ciudad que alguien que siempre ha vivido en ella?


- Ahh... Te juro que me encantaría ser tu guía, de verdad. Sinceramente, creo que podría decir que es una de las cosas que más me gustaría hacer en este momento. Pero no creo que sea posible.

- ¿Por qué? – pregunté curiosa.

- Digamos que tengo la capacidad de convertirme en un atractivo turístico más – dijo riendo.


Pensé que sólo estaba bromeando, pero en realidad no podía estar hablando más en serio. Aunque claro, en aquel momento yo no tenía ni idea. No quise insistir, pero la verdad es que me sentí un poco decepcionada.


- Ya – le avisé mientras entraba en el bloque y saludaba al conserje. – Ya he llegado a casa. Estoy sana y salva.

- Me alegro – respondió. - Entonces... ¿Nos volvemos a ver?

- Sí. Aunque no sé cuándo te venga bien... - entré en el ascensor.

- Ya buscaremos un día. Estamos en contacto, ¿vale?

- Claro.

- ¿Prometido? – me preguntó.

- Prometido – aseguré. A pesar de no estar viéndole, supe que estaba sonriendo. Me miré en el espejo del ascensor. Yo también lo estaba haciendo. – Buenas noches.

- Buenas noches, Alice – su voz adquirió una suavidad y una dulzura que de nuevo aceleró mi corazón.


Sentí que podría dormir siempre feliz si aquella voz me despidiese todas las noches.

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora