08. La librería

12 3 0
                                    

El fin de semana con Carol fue absolutamente genial. El sábado, después del salón de belleza, fuimos a comer a un buffet de comida coreana, y Carol, convencida de que le había gustado a ese chico, decidió por su cuenta que a partir de ese momento, yo debía ir guapa siempre, siempre, siempre. (insistió varias veces en que debía ir "más guapa de lo que ya iba normalmente") Así que, tras la comida, nos fuimos de compras. Para cerrar el día, compramos helado para comerlo en casa mientras veíamos una película que habíamos alquilado.


El domingo, que Carol también libraba, habíamos planeado ir a hacer algo de turismo, pero ambas estábamos demasiado cansadas del día anterior, así que anulamos los planes, dormimos casi hasta el mediodía y no salimos de casa hasta última hora de la tarde, cuando decidimos salir a pasear de nuevo por el barrio.


Y por fin llegó el lunes. Mi primer día de trabajo. No me quedé dormida, lo cuál agradecí enormemente, porque pude realizar mi camino hacia la librería con toda tranquilidad y casi sin riesgos. El paseo hasta la librería era de lo más agradable en las fechas primaverales en las que nos encontrábamos, y yendo con calma pude fijarme mucho más en los detalles en los que no me había fijado el primer día. Desde luego que era una zona muy bonita y tranquila, tal y como Carol me había dicho.


Una vez en la librería, el señor Park me presentó ante mis compañeros y le pidió a su nieto, un chaval de unos 18 o 19 años, que me acompañase durante el día y me enseñase todo lo que debía aprender. El trabajo allí era relativamente fácil, la librería estaba separada en secciones dependiendo del género de los libros, y básicamente todo estaba ordenado e informatizado de forma que al introducir el título de un libro en un ordenador, te indicase la sección y la estantería exacta donde se encontraba almacenado. Mi trabajo (y el del casi todos los trabajadores allí), consistía en ofrecerle ayuda a los clientes tanto para encontrar el libro que buscasen en aquel gran laberinto de estanterías, como para recomendarles y aconsejarles si no tenían del todo claro lo que buscaban. Una vez decididos, cobrarles y envolverles muy cuidadosamente su compra. También había que encargarse de la limpieza, por supuesto, y del orden, porque para encontrar algo en un lugar tan grande, todo debía mantenerse más o menos ordenado.


Mi "media jornada" en realidad era un poco extraña en cuanto a horarios, ya que podía variar entre las 4 y las 7 horas de trabajo al día, dependiendo del volumen de trabajo que hubiera. No me importaba, tenía mi mejor voluntad y todo el tiempo del mundo. Me pagaban un sueldo fijo bastante generoso por una jornada media de 4 horas, y las horas que hiciera de más contaban como horas extra y tenían un plus. 


Las dos primeras semanas de trabajo transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos, tardé tan sólo unos días en acostumbrarme a mis labores y las desempeñaba con entusiasmo, tanto, que empecé a querer leer algunos libros de los que allí había para poder hacer recomendaciones a los clientes con más conocimiento de causa. Carol estaba bastante ocupada con su trabajo, y aunque de vez en cuando trataba de salir a tomar algo con mis compañeros después del trabajo para integrarme más en la cultura y también había dedicado tiempo a aprenderme de memoria todo el plano de la zona de Seúl por la que me movía, seguía sobrándome demasiado tiempo que pasaba sola en casa, así que los libros fueron, una vez más, mi mejor compañía.


El lunes de la semana siguiente, a primera hora de la mañana, casi nada más abrir, estaba ordenando la sección de cómics y mangas, cuando alguien golpeó suavemente mi hombro.


- Disculpe, señorita... - me giré para atender a mi cliente. – ...Alice – dijo leyendo mi plaquita.


Era él. Había colocado sus gafas de sol sobre su cabeza y se había bajado la mascarilla, de forma que su cara quedaba completamente al descubierto. Me sonrió y me saludó con la mano en un gesto que, sinceramente, me pareció adorable.


- ¿Me cobra esto, por favor? – me tendió un par de tomos del popular manga "One Piece."

- Por supuesto. Acompáñeme a la caja, por favor – le pedí amablemente. 


Me empecé a sentir nerviosa. De verdad había habido otro encuentro. Y, al contrario de lo que pensaba, no me sentía asustada (Carol se había encargado de tranquilizarme con respecto a los chicos coreanos), sino contenta por haberle vuelto a ver. Me mordí el labio.


- Sé que quizá esto suene muy extraño, pero... - carraspeó y se inclinó sobre el mostrador. – "Quisiera conocerte"... - susurró muy cerca de mi oído. Un escalofrío me recorrió de abajo arriba.


Se separó del mostrador y me miró expectante. Pero yo estaba paralizada.


- ¿Tienen algún libro que se titule así? – añadió de repente. Me quedé confusa. ¿"Quisiera conocerte" era el título de un libro o me estaba enviando un mensaje? No sabía cómo debía reaccionar, así que por si acaso, tecleé en el ordenador en busca del libro.

- Ammm... No, lo siento. No aparece nada por ese título – supe que él se estaba aguantando la risa. Estaba casi segura de que acababa de hacer el ridículo más grande de mi vida.

- ¿Seguro? Vaya... Creí que se titulaba así... - se mordió el labio y asintió con la cabeza. – Está bien. Entonces sólo los mangas. Pero quíteme la publicidad que viene dentro, por favor.


¿Publicidad? No viene publicidad en... Abrí el primer tomo y encontré un papel con una hora y una dirección escrita en una caligrafía en hangul que me pareció muy bonita. Alcé la vista y él me guiñó un ojo. Noté que me ruborizaba y de nuevo bajé la mirada. Me guardé el papel en el bolsillo trasero de mi pantalón y terminé de cobrarle y de envolver los tomos. Le tendí la bolsita con su compra, hice una inclinación y le di las gracias.


- Oh, ¡Jaehwan! ¡Cuánto tiempo sin verte por aquí! ¿Ya te vas? – saludó el señor Park, que aparecía desde su oficina. ¿Le conocía?

- ¡Así es, señor! ¿Qué tal su resfriado? – preguntó saludando con una ligera inclinación de cabeza.

- ¿Qué resfriado? ¿Cuánto hace que no venías por aquí, chico? ¡Hace años que no me resfrío! – exageró el señor Park.

- Ah, ¿sí? Discúlpeme, creí haber estado aquí hace poco más de dos semanas... - me miró. Por supuesto que había estado aquí, aunque no llegó a entrar... Creo – Supongo que el tiempo pasó más rápido de lo que pude asimilar – añadió. El señor Park rió de nuevo.

- Me alegro de verte, chico. ¡Sigue trabajando duro!

- Por supuesto, como siempre – asintió sonriendo y se dispuso a salir de la tienda. – Nos vemos.

- Hasta pronto – añadí haciendo una inclinación y nuestras miradas se cruzaron de nuevo. Esperaba que él sí hubiera entendido mi mensaje.

No pude esquivarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora