Prólogo

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Graduación de secundaria, 2000.

Alisé el vestido blanco y sedoso que mi mamá me había comprado. Anahí me miró con escepticismo mientras analizaba el vestido y, después, mi rostro.
— ¿Estás segura de que te invitó?
— ¡Anahí! — Rodé los ojos — Por segunda vez, sí, me invitó la semana pasada, en la clase de biología.

Como si yo fuera a olvidarme de uno de los mejores momentos de mi vida en la secundaria. El chico del que estaba enamorada había hablado conmigo y no fue sobre algo idiota, como pedirme que haga su tarea o pasarle una nota a la más sexy del salón. Fue porque se fijó en MÍ. Sabía que la ropa nueva estaba funcionando. Era la única explicación. Yo había cambiado mis jeans viejos por unos nuevos, de marca, y me había comprado algunas camisetas de Abercrombie.
— Pero ¿estás segura? — La voz de Anahí estaba aguda, lo que significaba que estaba estresada.
— ¿Por qué no paras de preguntarme eso?
Anahí enrollaba en su dedo un mechón de su pelo oscuro y ondulado.
— Es que juro haber escuchado que él iría con Jessica.
— Bueno... — Me puse un poco de perfume y suspiré. — Escuchaste mal. Entonces... ¿cómo estoy?
Anahí sonrió.
— Hermosa. Pareces una princesa de cuento de hadas. —
Llena de alegría, uní mis manos enguantadas. El tema del baile de graduación era blanco y negro. Yo estaba usando un vestido pegado, sin tirantes y blanco, con corpiño brillante tipo Cinderella, y guantes negros. No conseguía contener la emoción. Yo iría al baile de graduación con Brett Xander, que era simplemente el chico más sexy del colegio. ¡Y él me había invitado! O sea, yo no era una completa nerd, pero tampoco estaba en el top de la pirámide social del colegio. Había sido escogida como oradora y era presidente de los Futuros Líderes de Negocios de los Estados Unidos. Pero él se había fijado en mí, me había invitado, y, el día anterior, cuando me llamó a confirmar todo, yo casi me muero.
El timbre sonó.
Bajé las escaleras corriendo, casi tropezando en el último escalón, respiré profundo y abrí la puerta.
— Dulce. — La sonrisa de Brett era maravillosa, hacía que mis rodillas flaquearan. — Te ves hermosa.
Humedeciendo mis labios, solté algo bien parecido a un suspiro soñador.
Le había dicho a mis papás que si trataban de tomar la foto que fuera jamás me casaría ni les daría nietos.
Entonces los dos, a regañadientes, se quedaron en la oficina, permitiéndome aprovechar este momento solita.
— Entonces, ¿estás lista? — Brett me dio su brazo y comenzó a guiarme a la limosina que nos esperaba.
Una limosina.
Suspiré otra vez.
Incapaz de formar una frase coherente, asentí mientras él abría la puerta. El asiento suave de cuero era muy llamativo. Tal vez iba a recibir mi primer beso? ¿O un trago de vino?
O...
— ¡Hola, Dulce! — Me dijeron unas voces en coro.
¿Eh? Entré a la limosina y casi me atraganto con mi propia lengua. Cuatro chicas estaban bien sentadas allá adentro, tomando refrescos. Todas eran de mi clase de biología. Ninguna era popular. Creo que eran aún menos populares que yo.
Confusa, miré a Brett, buscando una respuesta, pero la puerta fue cerrada en mi cara.
— ¿Él no viene con nosotras? — Pregunté, comenzando a entrar en pánico.
— ¿Estás bromeando, no? — Una de las chicas se rió. — ¿Brett Xander? ¿Aquí adentro con nosotras? ¿Respirando el mismo aire? Eh, no. Esta es su buena acción del año. Él necesitaba una nota en biología, y parece que la Miss Sims tiene una debilidad por todas nosotras y por nuestro desempeño en la clase. Le ofreció puntos extras a cambio de que hiciera algo bueno por todo el departamento, y, conociendo a Brett Xander, me puedo imaginar qué fue lo que decidió hacer.
— ¿Nosotras? ¿Entonces él va o qué? ¿Va a llevarnos a todas al baile?
— No — Respondió la misma chica, tomando su refresco.
— Él nos recoge en casa con una limosina, va con la novia en otra y nos acompaña hasta la fiesta. Pero por lo menos todas nosotras vamos a poder bailar una canción con él. Al final, todo el mundo sabe que él va a ser el rey del baile.
— Ya sé.
Me humedecí los labios y me pregunté si debería o no saltar fuera de la limosina, pero, justo cuando decidí abrir la puerta, el carro comenzó a andar.
De repente mi vestido se veía demasiado apretado y yo me sentía una idiota. A fin de cuentas, ¿quién querría estar con una súper nerd controladora con una predilección por los gatos? Brett Xander no. Yo debía estar loca por pensar por un segundo que él me prestaría atención a mí.
— Hey, ¿quieres un refresco? — Una de las chicas me lanzó una lata de pepsi. Yo la atrapé, pero la dejé en el asiento.
— No, gracias.
Dejé de lado el largo discurso sobre el hecho de que el refresco causa cáncer y, en vez de eso, presté atención a mis guantes negros. Los guantes por los que mi mamá había pagado treinta dólares, emocionadísima porque yo tendría una cita.
No podía regresar. No podía ir a mi casa y decir la verdad.
Algún día, un hombre mucho más lindo que Brett se fijaría en mí. Iba a asegurarme de que eso pasara. No me iba a convertir en la loca de los gatos ni la chica que pasaba la secundaria entera sin darse sus fajecitos.
Solo necesitaba encontrar al hombre correcto.
Uno que no rompiera mi corazón en miles de pedazos.
O que no fuera tan guapo.
Mejor dicho: uno que no fuera más lindo que yo.
Y alguien en quien pudiera confiar.
Entonces, básicamente, no podía salir con ningún abogado, doctor, modelo, celebridad o bombero. Y, sobre todo, nunca podría casarme con un político.
Digo, nadie se desespera hasta tal punto...

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