— No tenemos alcohol en la comisaría. — El agente se frotó la cabeza otra vez y gruñó. — Y, aunque tuviéramos, me lo tomaría todo antes de dárselo a la señora.
— Óigame, qué falta de educación. — Dijo la abuela.
— ¿La señora puede decirme algo útil? ¿Cualquier cosa? ¿Cualquier información?
— Sí. — Abuela suspiró. — Creo que puedo, pero tendrá un precio.
— ¿La señora está intentando sobornar a un agente de gobierno?
— Usted mismo dijo que secuestré a un senador estadounidense. ¿Usted cree que sigo la ley? Aparte, ¿cree que me importa?
— Estoy absolutamente seguro de que la señora vive en una burbuja donde no necesita respetar ninguna ley o regla.
— ¡Oh, gracias! Qué gentil. — Abuela se reclinó en la silla. — ¿Por dónde debo comenzar?
— Por el comienzo.
— Todo comenzó con una maldición.
— ¡Maldita sea!
— No se preocupe, fue una maldición buena. Y no era real, pero él no lo sabía. Mire, a veces solo necesitamos recibir permiso para hacer las cosas. Necesitamos que nos digan que no hay problema.
Dulce
Parecía que Christopher había acabado de ver un fantasma. Balanceé mi mano en su rostro, que inhaló y comenzó a toser y a intentar sacarse el collar de cuentas del cuello.
— ¿Cuándo saliste a hacer compras? — Pasé el dedo por el collar.
— No toques eso. ¡Estoy maldito! — Gritó él.
Nunca había visto a alguien sufrir una crisis nerviosa, pero estaba casi cien porciento segura de que eso estaba pasando. Christopher tiraba del collar de su cuello, casi ahorcándose, y no paraba de mantener la respiración.
— ¡Sácame esto! — Gritó él.
— Christopher, respira.
Él miraba, alarmado, a todos lados, menos a mí. Por último, lo agarré y empujé hacia mí para abrazarlo.
— Todo va a estar bien. Son solo seis días.
— No me puedes tocar. Estoy hablando en serio, Dulce. ¡Esto es serio!
— Está bien. Tu collar ese y tú están malditos. — Le di unos golpecitos en la espalda, de una forma bien maternal. — Estás muy estresado. No hay problema en desaparecer de vez en cuando. Solo respira profundo, y vamos a buscar algo para que comas.
— Yo no... — comenzó a decir, hinchado. — ¿Qué perfume estás usando, eh? — Se alejó, con una mirada demente.
— No estoy usando perfume.
— Ah, mierda. — Finalmente, Christopher se liberó del collar y lo lanzó al mar, casi dislocándose el brazo.
— ¿Mejor ahora? — Me crucé de brazos.
— Mucho. — Su pecho todavía subía y bajaba rápido, resultado de toda la agitación. — Por cierto, discúlpame.
— Ah, todo bien. Siempre me pregunté cómo sería ver a alguien perder la cabeza. — Sonreí.
Él me sacó el dedo del medio.
— Wow, Senador, ¿qué modales son esos?
Él entrecerró los ojos.

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El Riesgo
RomanceEsta historia es una adaptación de @firesvondy, pero algunas amigas mías están interesadas en leerla y ellas no hablan portugués, así que yo hablé con ella y me dejó traducirla para todas ustedes, bellas mías. -- Dulce nunca hizo nada arriesgado. Na...