22. Encuentro

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– ¿Y la señora hizo eso?  – El agente parecía enojado.

– ¿Hice qué?

– ¿Rompió las reglas de seguridad nacional en beneficio propio?

Abuela aparentó pensar en la pregunta.

– Por supuesto que no.

El agente suspiró, aliviado.

– Fue en beneficio de ellos. No fue para mí.

– Eso sigue siendo ilegal, señora.

– Creí que ya estábamos de acuerdo en que estoy por encima de la ley, Gus. Dios, qué memoria tan mala. ¡Y después soy yo la que está senil!

Dulce

– ¿Anahí? ¿Alfonso?

Dudaba si debería ver si Christopher estaba bien, abrazar a mi hermana o devolverle el golpe a Alfonso.

– ¡Hola! – Anahí me abrazó y después empujó a Alfonso. – Imbécil, ¿por qué le pegaste?

Alfonso chasqueó los dedos.

– Él te besó. Dos veces. Trató de robarte de mí. Y estaba tocando a tu hermana de forma inapropiada.

– ¿No fuiste electo el Soltero del Año por Playboy? – Preguntó Anahí. – Solo por curiosidad.

– Pero ya cambié, y ahora estoy muy bien casado. – Alfonso rodó los ojos. – ¿Estás bien, Dulce?

Ignoré su pregunta y pasé el brazo por los hombros de mi hermana

– ¿Desde cuándo ese defiende la honra femenina?

– El matrimonio lo convirtió en un hombre nuevo. – Anahí rodó los ojos. – Es una desgracia, en serio. Ya ni responde cuando le digo gallina. Una tragedia, lo juro.

– ¡Te escuché! – replicó Alfonso, y derramó un poco de agua de una botella en la cara de Christopher, tratando de ahogarlo o despertarlo, no supe decir.

– ¿Qué están haciendo aquí?

– La abuela no paraba de colgarnos el teléfono en la cara. – Anahí rodó los ojos. – Y Rick está tratando de hablar con Christopher y no ha dejado de llamarnos. Parece que nuestro senador se metió en la cabeza que no es una figura pública y no necesita tener prendido el celular.

– Eso es medio culpa mía. – Levanté la mano, tímida. – Pero, para ser justa, ninguno de los dos siquiera tocó cualquier aparato electrónico en los últimos tres días.

– Lo sabemos. – Anahí me dio unos golpecitos en el hombro. – Además, esa dra. Z necesita calmarse. Cuando estábamos tratando de ponernos en contacto con ustedes, ella no dejaba de decir que ustedes no debían ser molestados. Lo que, francamente, dejó a ese asustado. – Anahí apuntó a Alfonso, que estaba en cuatro, dándole golpecitos leves a Christopher.

– Levántate, maldito. Pelea como hombre.

– ¿Pelea como hombre? – Gruñó Christopher, sin abrir los ojos.  – ¿Desde cuándo atacar a alguien a traición es pelear como hombre?

– Respiré muy alto. Debiste haber sentido mi presencia.

– Lo que él dice tiene sentido, Thor – Concordé.

– ¿Thor? – preguntó Anahi, y después miró a Christopher. – Ah. Miren nada más.

– ¿Te dice Thor? – Alfonso puso cara de enojado.

– ¿Quieres ver mi martillo? – Preguntó Christopher, levantando el puño.

– Qué chistoso – Comentó Alfonso, seco. – El senador corrupto hace chistecitos.

– Muy chistoso. El billonario borracho viene al rescate.

– ¡Niños! – Gritó Anahí. – ¿Bájenle, ok? Pero qué feo, esta luna de miel es un infierno.

Alfonso se levantó y fue a abrazar a Anahí.

– Lo siento mucho, querida.

Ella soltó un largo suspiro con el rostro metido en su pecho.

– Todo bien. Todo es culpa de la abuela.

– ¿La economía está hundida? – Alfonso soltó una mala palabra. – Es todo culpa de la abuela.

– ¿No puedes dormir? – Continuó Anahí. – Es todo culpa de la abuela.

– Ya parece. – Christopher trataba de levantarse. – Dudo que ustedes hayan pasado por algo peor que nosotros.

– No encontraron nuestra reserva en nuestro hotel, entonces fuimos a otros. Que también estaba lleno, lo que era muy conveniente. – Gruñó Alfonso. – Entonces, mira nada más qué maravilla, la abuela encuentra un lugar perfecto para nosotros. Y con todo incluido, además de cabañas hermosas...

– ¿Cabañas? – Tragué en seco.

– Hay dos lugares como este. – Alfonso hizo una mueca. – Odio la terapia de pareja idiota. Ciertas imágenes y palabras quedan grabadas en nuestra mente para siempre. Necesito un trago y...

– ¡Ella me drogó con Viagra! – Disparó Christopher.

– ¡Dulce Saviñón! – Gritó Anahí.

– ¡No fui yo! – Levanté las manos, demostrando ser inocente. – Fue la abuela.

– Pero la abuela estaba con nosotros. – Replicó Alfonso.

– No, ella estaba aquí con nosotros. Es nuestra terapeuta.

– No... – Anahí entrecerró los ojos. – Es nuestra terapeuta.

– Pero qué mierda. – Alfonso se apretó el puente de la nariz. – Voy a estrangularla. Y no me importa lo que digas, Anahí. Lo voy a hacer. Me voy a la cárcel.

– Ay, mi amor, sabes que eres demasiado hermoso para ir a la cárcel. – Anahí le dio unos golpecitos en la espalda. – Te comerían vivo.

– ¿Alguien quiere algo de tomar? – Ofrecí, derrotada. – Ya saben, antes de que decidan enterrar a su propia abuela.

– Ay, qué bueno – dijo una voz en el muelle. – Están todos aquí, según lo planeado.

Me viré lentamente para mirar a la abuela. Esa mujer no tenía alma.

– Bueno... – Alfonso carraspeó. – Terminemos ya con esto. ¿Por qué estamos todos aquí, abuela?

– Eso – dijo una tercera voz. – ¿Por qué diablos estamos todos aquí?

– ¡Hola, Maite! – Anahí agitó la mano, saludando.

Alfonso bajó su brazo y soltó una mala palabra.

– Todos mis bebés. – Abuela aplaudió e hizo algo que nunca la había visto hacer antes.

Estallar en llanto.

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