17. Burro

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– ¿La señora se siente culpable? – Preguntó el agente.

– ¿Por qué?

– Por haber puesto en riesgo a inocentes con sus esquemas y sus planes.

– Lo siento mucho. – Abuela negó con la cabeza. – No entendí la pregunta.

Christopher

– ¿Cómo va el burro? – Preguntó Dulce, volteándose, cuando solté una serie más de malas palabras hacia los árboles.

– Enojado.

– Tal vez tenga hambre.

– No, me parece que está realmente enojado. Yo también estaría bastante enojado si un tipo de 90 kilos estuviera cabalgándome.

– Creo que tienes que quedarte quieto un momento. Estás diciendo cualquier cosa.

– Esa historia de las arañas en época de apareamiento me confundió.

– Repito, parece que tengo razón. Tal vez este es tu momento de hacer silencio, mirarme con deseo, después decir que soy preciosa, irresistible y...

– ¿Podemos cambiar de caballo? – refunfuñé, mientras el Burro relinchaba otra vez y se tiraba un pedo que olía a gallina muerta y enchilada.

¿Qué clase de paseo romántico era ese?

Ella se viró y sonrió mientras Burro hacía otro sonido e intentaba mantenerse de pie.

– No.

– Por favor...

– ¡Tienes que ser el príncipe, Christopher!

– ¡Mi semental es más viejo que la abuela! ¡Necesito un semental!

Burro se tiró otro pedo, esta vez presentándose con aroma a rosas – si las rosas olieran a carne quemada.

– Y qué semental. – Dulce soltó unas risitas.

Ella mantenía la postura perfecta mientras el caballo trotaba, lo que la hacía ver como una especie de princesa invadiendo el castillo en busca de venganza.

Mierda. Entonces, ¿yo era la doncella?

– Dulce... Supongo que la situación no es muy impresionante y que no te estés sintiendo en un romance cursi y todo eso.

Ella paró el caballo y se viró.

– Quítate la camiseta. De ahí hablamos.

– No. – Negué, con vehemencia. – Tengo un límite. No voy a andar sin camiseta en un burro viejo por la selva hawaiiana.

– Cuento de hadas – dijo ella, haciendo como que tosía. Sus malditos ojos brillaban, divertidos, mientras los míos se entrecerraban con rabia de mí mismo, derrotado. – Ah, sí, periodistas del noticiero del Canal Seis, soy una prostituta. ¿Quieren ver mi lista de clientes? Ay, ¿el senador Uckermann? ¡Es tan indecente!

– Buena jugada. – Con movimientos bruscos, logré hacer frenar a Burro y me quité la camiseta. – ¿Feliz?

– Bastante. – Suspiró, contenta. – Más rápido, caballo.

– No estás en un trineo manejado por caballos. – Le avisé.

– ¿Entonces cómo los obligamos a acelerar? El guía ya está allá  adelante, y no quiero perderme de nuevo.

– No sé. ¿Di "por favor"?

Realmente, no tenía experiencia con los animales o la naturaleza. Las caminatas que hice fueron cerca del río Columbia, no en el territorio de las arañas.

El RiesgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora