Epílogo

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Cinco años después

– ¡Pero no puede ser, abuela! ¡Te dijimos que no queríamos ponies! – Alfonso parecía estar a punto de perder la cabeza.

Christian soltó una risa y tomó otro trago del ponche de huevo, sin importarle el hecho de que la casa en la que vivía estaba hecha un caos por culpa de cuatro niñitos, ni siquiera porque la abuela le hubiera comprado un pony a cada uno. Dos para las gemelas de Alfonso, uno para la nena de Christian y uno para el chiquito de Christopher y Dulce.

Abuela había dicho que todo niño necesitaba una mascota. Christian había esperado algo como una tortuga, no un caballo. Pero no servía de nada discutir con la abuela – ella siempre ganaba. Y él estaba harto de pelear, estaba demasiado exhausto después de estar toda la noche consolando a su hija de dos años, que había tenido una pesadilla. Para ser sincero, hasta la pesadilla era culpa de la abuela. Ella había dejado que Arabella comiera el equivalente de su propio peso de galletas, y el exceso de azúcar siempre hacía que los niños tuvieran sueños feos.

– ¿Quién quiere oír una historia? – gritó abuela.

Christian hizo una mueca. Maite juntó a todos los niños en un círculo, pero parecía más estar juntando a un grupo de viciados en adrenalina. Sasha jalaba el pelo de Taryn, Arabella gritaba "fornicar" – una palabra que abuela había usado sin querer hace unos minutos – y el pequeño George se comía los adornos del árbol de Navidad.

– Vamos para allá, niños. – Christopher sintió pena de Maite y la ayudó a reunirlos, mientras abuela agarraba un libro de cuentos.

Abuela sonrió. Tenía casi noventa y dos años, pero todavía era linda.

– Ahora, le voy a contar un cuento a cada uno. Una historia especial, sobre sus papás y sus mamás. Miren, ellos no siempre han estado casados. Hace mucho tiempo atrás, en un reino muy, muy lejano...

– Portland – comentó Christian, bajito, recibiendo una mirada fría.

– En una tierra mágica... – Abuela entrecerró los ojos – había una linda abuela, que decidió que sus nietos necesitaban una manito. Entonces ella hizo lo que cualquier abuela haría. Creó historias especiales para cada uno de ellos, y hasta sintió pena del tío Christopher, cuando él estaba triste.

– ¿Por qué estaba triste? – Preguntó la gemela mayor.

– Eso, ¿por qué estaba triste? – Repitió Dulce, divertida.

– Esa es fácil. – Christopher dio una sonrisa astuta. – La tía Dul se había comido todas mis galletas.

– No fue lo único que ella se...

– ¡Abuela! – gritaron todos, interrumpiendo.

– ¿Dónde estaba? – Abuela dio una sonrisa. – A veces, niños, la magia pasa. El amor es igualito a la magia. Es necesario un cuidado especial para descubrirlo, pero, después de que lo tienes en la palma de la mano, él se esparce por todo sus corazones y sus almas. Cuando encuentren el amor, tienen que agarrarlo con firmeza. Tienen que prometer nunca más soltarlo.

La mayor levantó la mano otra vez.

– ¿Qué pasó, Sasha?

– ¿Abuela, y si perdemos la magia? ¿Y si no lo encontramos a tiempo? ¿Y si la magia pasa y no la vemos? Abuela, ¿qué hacemos si no la encontramos?

– A ver, mi amor... – Abuela le dio unos golpecitos en la cabeza – Eso es fácil. Abuela ya sabe dónde está tu magia. – Abuela le dio un codazo suave en el pecho a Sasha. – Está justo aquí, querida. Y, si todo lo demás falla, yo siempre estaré cerca, acompañándolos, esperando y ayudándolos en cada paso.

– ¿Nos prometes que nunca te vas a ir? – Se sorbió la nariz.

– Lo prometo. – Guiñó el ojo. – Y las abuelas nunca mienten. Además – miró a Christian, Alfonso, Mai, Anahí, Dul y Christopher –, parece que mi trabajo por aquí todavía no ha terminado.

¡¡¡FIN!!! 😭😭😭😭

El RiesgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora