12. Día largo

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— ¿Y la señora le pagó al capitán del yate para maldecir al senador?

— ¡Pero claro que no! — Abuela negó con la cabeza. — No le di nada de dinero.

El agente tomó un gran trago de café.

— Sin embargo — Abuela dudó —, hubo otra forma de pago.

El agente casi se ahoga.

— Señora, la prostitución es un crimen.

— Yo nunca vendería mi cuerpo. — Abuela negó con la cabeza con vehemencia. — Además, el capitán ya ha experimentado la mercadería. Él es un caso antiguo, ¿entiende? Estuvo muy feliz de... ayudarme en mi trabajo.

— ¿El trabajo en busca del amor? — El agente frunció el ceño.

— Podemos decirle así. ¡Suena bien!

Christopher

Acabo de hacer un pacto con el diablo. Yo había firmado el contrato con sangre, y ahora solo me quedaba sobrevivir a los seis días siguientes. ¿Y saben cuál era la buena noticia? Podría salvar mi carrera. Y Dulce tenía razón. Ella era la respuesta. Le enviaría un mensaje a Rick apenas pudiera. ¿En cuanto a darle seis días de cuento de hadas? Me imaginé que sería más o hacerle de su niñera. Llenarla de regalos, llevarla a cenar, hacerla beber enormes cantidades de vino y hacerla dormir en la noche. Ok, tal vez solo fuera como hacerle de su niñera si yo quisiera ir a la cárcel. Solo necesitaba hacerla feliz y repetir el proceso por seis días, y sería libre para partir. No debía ser muy difícil, ¿no? ¿Ser galante con una mujer? Era galante las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana en mi profesión. Pero nunca con personas por quienes estaba interesado desde mi primer baile de graduación.
El otro problema era aquella maldición. Yo no era idiota, no creía en maldiciones, pero ese hombre tenía razón. Habíamos llegado a la isla hace solo treinta y dos minutos, y por treinta y dos minutos no hice otra cosa que mirar la boca de Dulce, observar sus manos mientras ella tenía los cubiertos y cerrar los ojos cuando la brisa hacía que su olor invadiera mi espacio personal.
Mierda.
Seis días.
Menos de una semana.
Podía hacer lo que sea por una semana.

— Christopher. — La voz suave de Dulce sonó del otro lado de la mesa. Por lo menos ella ya no se veía enojada. — ¿Escuchaste algo de lo que dije?

— Claro. — Tomé un trago de vino.

— ¿Entonces estás de acuerdo?

— Por supuesto.

— En el cuello es mejor, ¿no te parece?

— Este... — Era eso lo que hacía soñar despierto. — En el cuello me parece perfecto.

— ¿Y por cuánto tiempo?

— El tiempo que sea necesario. — Era el rey de las respuestas vagas. Podía responder preguntas el día entero sin decir nada realmente. Punto para Christopher.

— ¿Y el color?

— Prefiero colores vivos. — Agité la cabeza. — Me parece... que llaman más la atención. — Le di mi mejor sonrisa de político.

— Mmm... tal vez tengas razón. — Miró al papel que tenía en las manos y comenzó a escribir. — ¿Mañana está bien?

— Por supuesto. — Me incliné para ver lo que estaba escribiendo, pero ella alejó la hoja.

— Necesito que firmes.

— ¿Qué tengo que firmar? — Pregunté, dándole otra sonrisa educada.

El RiesgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora