18. La cena

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– ¿La señora dice que el senador fue... incitado a? – El agente carraspeó. – ¿Cómo así?

Abuela se miró las uñas.

– De la misma manera que te pones tú cuando comienzas a babear por esa rubia que me esposó.

– La señora es buena.

– Yo soy la abuela – Dio una sonrisa enorme.

– Deberíamos mandarla a Corea del Norte.

– Un pueblo adorable. – Abuela asintió. – Adorable.

Dulce

Está bien, tal vez no era realmente republicana. Era indecisa. El tipo de persona que odiaba molestar a otros, así que solo se encogía de hombros y decía que prefería no tomar partido. Lo que le molestaba más a las personas, porque ahí decían que yo era una cobarde. Pero, la verdad, odiaba los conflictos, y siempre que alguien empezaba a hablar de política, siempre terminaba en pelea, griterío o ambas.

El regreso al hotel fue silencioso.

Bueno, excepto por el burro.

Hey, no es culpa mía si siempre digo mierda.

El pobrecito rebuznó hasta quedarse ronco, y cuando llegamos al resort estaba bastante segura de que Christopher estaba a punto de hacer un sacrificio animal.

Solo teníamos unos minutos para cambiarnos de ropa, así que me di un baño rápido, me arreglé el pelo y me puse mi vestido blanco con unos tacos de plataforma beige. Las instrucciones que la dra. Z nos entregó decían que solo podíamos expresarnos con ropa diferente en las cenas y en los paseos. Acepté la sugerencia. Ya estaba harta de los pantalones y las blusas de lino blancas sin gracia.

– ¿Listo? – Entré al cuarto en busca de Christopher.

Él estaba afuera, apoyado en el balcón, observando el mar. Su espalda musculosa estaba frente a mí y parecía que estaba fumando un cigarrillo.

Mi Thor del cielo.

Esta sería mi nueva divinidad para exclamaciones: Ay, mi Thor. Mi Thor del cielo. ¡Mi buen Thor! Eso, lo usaría bastante.

Sus músculos se contraían al sol, y puedo haber babeado un poco mientras lo miraba, como la persona extraña y aburrida que era.

¿Cómo es que yo, Dulce, la Aburrida, había conseguido convencerlo de escenificar un cuento de hadas conmigo? Gracias a Thor él estuvo de acuerdo.

Por mis cálculos, quedaban solo cinco días.

Cinco días con él.

Después, de vuelta a la realidad.

Entonces me quedé mirándolo por más tiempo del apropiado. Y, cuando, tiró el cigarrillo y exhaló el humo, llegué a sentir el sabor de aquella lengua en mis labios.

Era raro que las personas fueran así de hermosas en vivo. La mayoría de los actores eran bajos, y los modelos, más flacos que yo, ¿pero Christopher? Cada pedacito suyo era tan hermoso tanto en vivo como en la TV, si no es que más.

Tal vez, respecto a Christopher, no estaba indecisa. Yo probablemente entraría en la cabina de votación y quebraría la punta del lápiz al marcar mi voto al lado de su nombre.

– ¿Lista? – Preguntó él, sin virarse.

Asentí.

Idiota, él no podía verme.

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