El Riesgo

25. Orgulloso de ti

– Me parece difícil de creer que la señora haya conseguido convencer al juez de hacer un viaje de última hora a Hawaii para ir al matrimonio falso del hijo desobediente.

– Ah, fue bien fácil. – Abuela se rió. – Al final, le dije que era una cuestión de vida o muerte. Y, como eso no funcionó, le dije al juez que su hijo había sido secuestrado por piratas en las islas hawaiianas.

– ¿Y él le creyó?

– No tenía motivos para no creerme.

– ¿Por qué?

– Es maravilloso lo que se puede hacer hoy en día con un micrófono, un software de cambio de voz y un e-mail. Eso nunca deja de impresionarme.

– ¿Debería agregar eso a su récord criminal?

– ¿Lo genio que soy?

– No. Mentirle a un juez.

Abuela suspiró.

– Ya que insistes... Pero él no va a presentar cargos. Y me parece que eso no importa mucho, considerando que el hijo está desaparecido.

– El hijo que la señora secuestró.

– Eso es un mero detalle.

Christopher

Desde niño, detesté darle broncas a mi papá. Raramente pasaba, al final, mi meta de vida era hacer que se enorgulleciera de mí. Así que, cuando casi causé problemas, fue traumático.
Después del accidente, las cosas solo empeoraron. Me desperté sin acordarme de cómo había llegado al hospital – mis papás decían que ya no tenía el mismo brillo en los ojos. Y me reventaba que, aún después de todo ese tiempo, yo todavía estaba tratando de recuperar al viejo Christopher. A ese que creía en la magia y en los cuentos de hadas, a ese que creía que era mejor ser optimista que escéptico.

Todavía sentía el olor de la oficina mohosa de mi papá. Estanterías que ocupaban todas las paredes de la habitación, del suelo al techo, y un sillón de cuero verde, siempre frente al escritorio caoba. Mi papá no se viraba a mirarme, no hasta que yo me anunciara. Entonces, muy lentamente, él giraba la silla, se inclinaba poco a poco sobre la mesa y preguntaba:

– ¿Estás listo?

Yo asentía mientras las lágrimas caían por mi rostro, mientras confesaba lo que había hecho mal. No era común que necesitaran decirme, yo siempre sabía cuando hacía algo mal, ya sea faltarle el respeto a mi mamá o comer galletas antes de la cena. Mi papá siempre era justo a la hora de dar bronca, siempre me daba el chance de defenderme antes de determinar el castigo.

De repente, yo tenía diez años otra vez. Esperando las malditas palabras que sabía que me diría en cualquier segundo. Caminamos por la playa en silencio mientras las olas reventaban a la orilla. ¿Cómo una sola semana podía arruinarme la vida? No podía culpar a nadie más que a mí mismo.

– ¿Mamá vino?

– Está en una de las cabañas – respondió mi papá, seco, todavía sin mirarme.

Asentí, con miedo de que mi voz fallara. Caminamos algunos metros más, alejándonos de cualquiera que pudiera estar observándonos y de los bañistas brincando en el agua.

Finalmente, me senté en una de las perezosas y esperé. El silencio era casi tan pesado como el aire cargado de olor a flores, denso con toda esa tensión y vergüenza. Él estaba decepcionado, y, aunque yo tratara de hacer todo bien desde que comencé a tomar mis propias decisiones, parecía aún no ser suficiente. No es que él me dijera eso – pero se notaba por su rigidez, siempre escupiendo órdenes.

– ¡Estoy... – el rostro arrugado de mi papá se abrió en una enorme sonrisa – tan orgulloso de ti!

– ¿Qué?

– Nadine, o mejor dicho, abuela – rodó los ojos – me contó todo. Cómo te enamoraste, cómo trataste de mantenerla lejos de la prensa y hasta decidiste escondérnosla a tu mamá y a mí. – Suspiró. – Estoy orgulloso de ti por no haber expuesto tu relación. Hiciste las cosas bien esta vez, Christopher. Lo que pasó con Natalia... – Bajó la voz. – Nos equivocamos al apoyar su relación. Debimos haber visto quién era esa mujer en realidad. Deberíamos haberte hecho esperar, en vez de presionarte a comprometerte para avanzar en tu carrera. Pero ahora, por lo menos, estás haciendo las cosas bien. Y yo te admiro por eso.

Era oficial: el infierno había llegado a la tierra. Y, como era un idiota, había tomado la primera balsa para allá y ahora estaba a la deriva, sin darme cuenta de ninguna de las manipulaciones de la abuela hasta ahora.

– ¿Qué fue lo que te contó la abuela, exactamente?

– Todo. – Mi papá se rió. – Estás enamorado. Estás usando la luna de miel de tus amigos para encubrir tu matrimonio. Debo decir que, al principio, dijo que habías sido secuestrado por piratas. Pero, para serte sincero, eso me llamó la atención. Tomé el primer vuelo para acá, después de la conversación. Esa mujer es de otro mundo.

– Lo es, eso mismo.

– Entonces, ahora que estamos todos aquí, no hay razón para que no se casen. Me imaginé que sería mejor ahora, ya que la prensa se calmó por un tiempo.

– Casar. – ¿Cómo me iba a zafar de esa? – Mira, papá, pasa que...

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero qué mierda. ¿Estaba llorando?

– Discúlpame. – Se sorbió la nariz. – ¡Estaba preocupado por ti! Sé que te importa tu carrera. ¡Hasta usaste un terno para ir al colegio en sexto año!

– Era el día de interpretar la profesión que quería – gruñí.

– Ya sé, hijo. – Me dio una palmada en el hombro. – Es que finalmente parece que tienes todo lo que siempre quisiste. Solo necesitas tomar la oportunidad. Solo necesitas decir sí.

– ¿Sí?

– A tu futuro. – La sonrisa de mi papá aumentó. – Y entonces, ¿qué ibas a decirme?

Debí haber dicho algo. Debí haberle contado la verdad. Al fin y al cabo, había sido sincero con Dulce toda la semana. ¿Por qué estaba teniendo problemas con eso de repente? Ah, cierto, porque la verdad destruiría a mi papá. Por ende, me destruiría a mí también, porque él sabría que no era el hombre que él pensaba.
Porque yo me había quedado con una chica bajo falsos pretextos, engañando a todo el mundo, y después había aceptado un desafío para que ella pudiera mentirle a la prensa sobre sus razones para quedarse conmigo.

Era un imbécil.

Y él me estaba mirando como si fuera el hijo perfecto. Me estaba mirando como siempre he querido que me mire.

Y fue por eso que terminé diciendo:

– Qué bueno que hayan podido llegar a tiempo para la ceremonia.

Fregado: Cuando la única salida es la muerte. Ver también: Abuela Nadine.

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