Capítulo III

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Minato encendió la luz de la sala después de que casi se tropezaban en el pasillo con una lata de refresco, ridículo. ¿Quién se tropezaba con eso? Y peor aún, ¿por qué ella en lugar de enfadarse se había reído? En un tono bajo, casi en un murmullo, la risa más rara que había escuchado aunque... angelical y maravillosa también. La miró e instantáneamente le regaló una sonrisa discreta, sus labios apenas se curvaron, de nuevo siendo amable, esta era la hora en que se sentía como un idiota por gritarle de esa manera en el lago.

Ser abandonado e insultado, se lo merecía, en lugar de eso estaba allí, acompañándolo y cuidándolo. Sorprendente, ella no había hecho ninguna pregunta, habían caminado en silencio después de negarse por, al menos diez veces a ir al hospital para que lo revisaran porque ¿qué excusa darían? Oh señor ninja médico, encontré a Minato intentando suicidarse en el lago ¿puede ayudarnos, por favor? Ah y no le diga nada a Naruto, enloquecería si lo supiera.

Casi deja escapar una risa, casi. Por lo absurdo de la situación, había fallado horriblemente y con cada sonrisa tímida que ella le daba empezaba a creer que quizá, sólo quizá había sido lo mejor.

—¿P-puedo?

Por un segundo su mente no procesó su petición, comprendió cuando se aproximó al sillón lleno de ropa, ella quería...

—Sí.

Recogió todas las prendas con delicadeza haciendo un espacio para que pudiera recostarse.

—Gracias.

Tenía que agradecerle, ella hizo que Minato pasara su brazo por su cuello, sujetándolo con fuerza lo ayudó a recostarse, todavía estaba confundido, aturdido y muy dolido. Muchas emociones para un solo día, más de lo que podía tolerar.

—N-no puede seguir con esa ropa, está empapada p-puede resfriarse.

Eso era, lo más convincente que había escuchado en mucho tiempo. Ciertamente continuaba importándole poco lo que pasara con él.

—También necesitas cambiarte.

Sin embargo, con ella la historia era totalmente diferente. Podía estar en el más doloroso y cruel infierno pero lo sacó del agua, lo salvó, no iba a ignorar eso.

—E-estaré bien.

«Ella no, no tiene la culpa de nada» Si había un inocente en esta ecuación esa era ella. Era tan joven, no tenía necesidad alguna de hacerse cargo de un asunto como ese además, tan bella. Reprimió ese pensamiento, la chica que estuvo en el lugar y la hora precisa así la vería hoy y siempre. Pero, ¿realmente podría? Se pondría a prueba.

Se iría y no volverían a cruzar palabra ¿verdad?

—Lamento haberte hablado de esa forma, por favor discúlpame.

Se hundió en el sillón, verdaderamente estaba apenado, él no solía comportarse así. De ser Kushina ya estaría siendo golpeado en el suelo o en su defecto, muerto.

«Deja de hacer eso, ella no es Kushina» No, no lo era. La chica que tenía enfrente lucía serena, callada y tímida, sumamente opuesta. El silencio era cómodo, la observó tomar asiento a su lado, deslizó un mechón de cabello detrás de su oreja y mirando a la nada, no contestó. En los últimos años Minato había desarrollado una extraña y enferma costumbre, veía en las mujeres el rostro de su esposa, como si volviera para impedirle olvidarla por esa razón quería mantenerse alejado lo más que pudiera o los recuerdos penosos volverían a él y lo golpearían. A ella pudo verla tal como es, sin imaginaciones, expectativas, sin ninguna angustia.

La luz que me guía [MinaHina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora