Blind Love

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Había vivido solo desde que tenía 13 años.

Su madre lo había abandonado al nacer y había matado a su padre para que no haya pruebas, dejándolo solo con su hermano mayor. Para Shiro fue difícil cuidar de él, y por eso el azabache lo admiraba. Su hermano fue capaz de mantenerlo vivo sin ni siquiera poder mirarlo a los ojos, era un héroe en persona.

Pero todo acabó esa noche.

El 23 de Octubre, cuando Keith fue a explorar por primera vez el bosque, se emocionó tanto que abrazó a su hermano, dándole las gracias.

Se emocionó tanto que olvidó su maldición.

Al mirar al mayor a los ojos, no pudo hacer nada más que aterrarse al ver esos ojos sin vida, aún con compasión en ellos.

Se alejó de la figura petrificada lentamente, sin poder creer lo que veía. Sin poder contener las lágrimas ni el sufrimiento, corrió hacia la cueva dónde vivían y cerró los ojos, convencido de que todo era un sueño y que al despertar escucharía la voz de la única familia que tenía, despertándolo para ir a desayunar.

Pero al abrir los ojos por la mañana, no escuchó ninguna voz.

Ni sintió el olor de ninguna baya salvaje.

Ni vio ningún hermano.

Corrió hacia el lugar dónde la pesadilla había pasado, y en efecto, la estatua de su hermano aún seguía ahí. Ignorando el agua que estaba por salir de sus ojos, levantó la figura y la llevó arrastras a la cueva, la cual por suerte no quedaba muy lejos.

Le brindó un altar digno, lo rodeó de sus flores favoritas y le sonreía cada noche. Creía que si lo cuidaba con tantas fuerzas, él volvería a la vida.

Pero, a sus 21 años, Keith no vio esa estatua moverse jamás. Ahora el azabache era mayor que su hermano, rió ante la ironía. Luego se sintió mal y salió a recoger más flores para olvidar lo sucedido. Demoró para eligiendo las más bonitas, pero valía la pena.

Caminó hasta su cueva, decidido a salir a cazar su desayuno.

Pero al poner un pie dentro, se sorprendió con lo que encontró.

Un muchacho moreno, aproximadamente de la misma edad que Keith pero un poco más alto, estaba revisando sus cosas. Estaba dado vuelta, por lo que solo notó su corto cabello castaño, sus ropas extravagantes y una cámara de fotos colgando de su cuello.

Sin perder más tiempo, llamó su atención para petrificarlo. Pero cuando el muchacho dio la vuelta, no pasó nada.

Tenía unos brillantes ojos azul mar, como el agua del lago que había cerca de su cueva. Y aunque esos ojos miraban directo a los suyos, seguía en su estado original.

–¿¡Quién eres!?– Preguntó el intruso, miedo en su voz.

–Soy alguien a quien no querrías estar viendo– Por alguna razón, el muchacho rió.

–Me iré, pero si no me haces daño– Aparentemente, el miedo había desaparecido.

–¿Qué acaso no ves quién soy?– Estaba más concentrado en el hecho de que el explorador no le tuviera miedo que en el hecho de que no era una estatua.

–Hay una falla en esa oración– Esa risa volvió a escucharse.

–¿De qué hablas?– Preguntó rígido y mostrando autoridad.

Pero las siguientes palabras hicieron que cualquier rastro de rigidez se esfumara.

–Soy ciego– Dijo aquella voz.

Silencio. Mucho silencio.

Nunca había visto a un ciego, pero su hermano solía contarle que su padre lo era y por eso se enamoró de Medusa. De chico, Keith creía que los ciegos eran seres especiales, con la capacidad de evitar el poder de su madre.

Sin embargo, Shiro también decía que los ojos de los ciegos eran grises y sin vida, pero este extraño tenía los ojos más llenos de vida que jamás pudo haber visto.

Bajó la guardia, este chico no parecía querer hacer daño.

–¿Qué haces aquí?– Murmuró al volver en sí.

–Busco a Medusa, ¿sabes dónde se esconde?– Al parecer, el moreno también había bajado la guardia, ya que sus músculos estaban más sueltos y su expresión más suave.

–No sé dónde se esconde, pero si lo supiera, solo podrías visitar su cadáver– Al ver que el castaño dejaba las cosas que agarró a un costado, supuso que se estaba por ir.

–Hey, ¿por qué tanto odio hacia ella? En realidad la admiro– Eso hizo enfurecer al híbrido.

–Claro, abandonar a su hijo recién nacido con su hermano de 7 años, no volver jamás, tirarlos en una cueva y dejarlos a su merced sabiendo que ese hijo tenía la misma maldición que ella es bastante admirable– Los puños del más bajo se cerraron.

–Wow, ¿cómo sabes todo eso?– Preguntó, una mezcla de impresión y confusión en su voz.

–Estás hablando cara a cara con el protagonista de la pesadilla en la que se volvió ser hijo de Medusa– Soltó el híbrido.

El explorador quedó quieto en su lugar, incapaz de hacer cualquier movimiento.

–Yo...Tú...Lo siento– Fue lo único que dijo.

–Vete si no quieres que te mate– Sin esperar, el intruso se fue, dejando la cueva silenciosa otra vez.

Caminó hacia el altar de su hermano, casi se olvidaba de las flores que portaba en la mano. La visita de ese intruso había sido repentina, pero le sorprendió que no se haya acercado al altar.

Al pararse frente a la estatua, casi se larga a llorar. Se arrodilló para dejar las rosas que había agarrado, pero se sorprendió al ver rosas azules junto a las demás.

Por dónde Keith vivía, no habían rosas de ese color.

Miró hacia el bosque y vio entre los árboles la mochila del extraño, la cual tenía una mata de pétalos azules en uno de los bolsillos.

Su boca se abrió con sorpresa mientras veía como la figura se alejaba hasta ser solo un punto en la lejanía. Cuando pudo cerrar la boca, se sorprendió formando una sonrisa diminuta.

Tal vez no le molestaban del todo las visitas de ese extraño.










|:Klance One-Shots:|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora