Happy Pills

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Lance había salido de su casa apurado, no podía fallarle a Hunk luego de haberle dicho que lo ayudaría con sus deberes antes de empezar el horario.

Se arregló la camisa en el camino, mientras caminaba a una velocidad rápida, tratando de no molestar a nadie. Se había despertado tarde debido a la fiesta de ayer, y debía estar con Hunk a las doce en punto.

Al llegar a la casa de su amigo, llegó nervioso y asustado, bastante peculiar en sí mismo. Tal vez era por la rapidez a la que había ido.

Hunk lo saludó al entrar a la cocina, juntando un poco los libros que había desparramado en la mesa.

–¡Lance! ¿Listo para un asombroso día?– Preguntó el samoano.

Pero Lance no lo estaba.

–Claro, aunque creo que me duele un poco la cabeza–  Se quejó, sentándose junto a su amigo y agarrando una de las galletas que había en la mesa.

–¡No te preocupes! Te llevaré al doctor lo más rápido posible, no queda tan lejos– El muchacho de ojos oscuros le agarró la mano y se paró, caminando hacia la puerta.

–No, no, está bien –el cubano soltó el agarre, haciendo que su compañero frenara–. Iré yo, tú estudia.

–¿Seguro?

–¡Sip! No queremos que te vaya mal– Sonrió, poniendo un poco más de confianza el la mente del menor.

–Está bien, si te sientes muy mal ve a casa– Hunk volvió a su asiento para abrir un libro y seguir leyendo.

En el momento en el que cerró la puerta tras él, el barrio le pareció más grisáceo que lo recordaba.

Trató de ignorarlo mientras caminaba hacia la casa del doctor.

Algunas personas pasaban junto a él y lo saludaban con una sonrisa, y él la devolvía como siempre.

Pero no se sentía feliz.

Al pasar junto a otra calle o, hubo algo que lo desconcertó.

Retrocedió unos pasos y abrió los ojos, sin poder creer lo que veía.

Se dio una vuelta, y todas las paredes se veían como la de esa. Grises. Enredaderas cubriéndolas en su mayoría y sosteniendo los pedazos que aún no se caían por completo.

Miró el suelo y se sobresaltó. Ratas corriendo por doquier, humedad en cada esquina y una gruesa capa de suciedad.

Era imposible, tomaba las pastillas cada mañana, e incluso antes de acostarse.

Recordó el momento en el que despertó. Se vistió al ver el reloj, se arregló y desayunó. Pero en ningún lugar de su mente estaba él tomando la felicidad.

Debía regresar. Debía regresar a casa y tomarla.

Fugaces recuerdos de su infancia cruzaron su mente.

Su madre preocupada, la casa hecha un desastre, su hermana agarrando sus pastillas y yendo con él.

Se agarró la cabeza y volvió a la realidad. Estaba siendo observado, debía comportarse.

Volvería a casa porque se sentía mal, tomaría su felicidad y volvería sin que nadie lo notara.

Caminó hacia la calle principal y sonrió. Si alguien notaba que no había tomado la pastilla obligatoria, no quería ni imaginar las cosas que le harían.

|:Klance One-Shots:|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora