Capítulo 5.

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Capítulo 5

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Capítulo 5.

(Samanta).

La semana pasó volando y ya me había familiarizado lo suficiente con mi nuevo hogar. En la tarde, cuando salí de la universidad, aún tenía energías. Y es que mi madre tuvo razón cuando mencionó que la institución donde estudiaba se ubicaba más cerca. El tramo se me hacía mucho más sencillo, porque solamente debía caminar desde donde vivía hasta las afuera de la urbanización ya que había una estación para el bus público.

—Liz, ya voy de regreso a casa. Estoy llegando —le dejé un mensaje de voz ya que no respondió al momento. Suponía que estaba en su trabajo, porque ella no había tenido que ir a la universidad.

Le daba un sorbo a mi Coca-Cola cuando un vehículo gris oscuro pasó por mi lado. El agua estancada de un maldito cráter en la calle me salpicó por la velocidad exagerada en la que manejaban. Me quedé con la boca abierta al sentir cómo las gotas apestosa bajaban por mis piernas y mi corta falda de volantes.

—¿¡Pero quién puede ser tan estúpido para correr tan rápido en una maldita urbanización!? —grité con furia y continué sacudiéndome como podía.

No me había dado cuenta de que el vehículo se había detenido a un lado de la calle. Alguien salió de este mientras exhalaba el humo de un cigarro.

Tenía una gorra colocada hacia atrás que cubría su lacio cabello negro que sobresalía hacia los lados de su rostro y su nuca. Sus ojos estaban cubiertos por unos lentes Ray-Ban muy a la moda. Sin embargo, para mi mala suerte, cada vez que fue acercándose hacia mí, comprobé que me ganaba en estatura.

Vestía un abrigo oscuro con el estampado de Adidas. Sus mangas eran decoradas con rayas largas y blancas que se extendían desde su cuello hasta sus muñecas. Parecía un chico malo al combinarlo con unos oscuros y rotos jeans mientras calzaba unas clásicas Converse. Tenía un piercing negro muy pequeño en forma de aro en una de sus orejas, muy cerca de su oído.

«¿Y quién carajo era este tipo?» Pensé un poco intimidada ya que no quería buscar problemas.

—Oye, espero que tengas más ropa para que te puedas cambiar —fue lo primero que me dijo cuando me fijé en cómo sus rosados labios le daban una calada a su cigarro—. Iba muy rápido y pillé ese cráter del carajo.

—¿Esa es tu manera de disculparte? ¿Asumiendo que yo tengo ropa para cambiarme? —mi disgusto aumentó cuando me di cuenta de que no parecía para nada preocupado.

—Mira, niña, creo que hice más que suficiente al detenerme y ver que estás bien —exhaló el humo de su cigarro al elevar la cabeza—. Deberías agradecer que salí a comprobar que solo fue un pequeño accidente.

—¡Y tú deberías agradecer que no te he partido la madre todavía! ¿¡Qué clase de patética disculpa es esa!? ¡No eres tú el que está salpicado con su pendeja ropa de niño rico!

Alguien silbó desde el vehículo cuando la ventanilla del copiloto descendió. Un chico que parecía igual de engreído sonrió a lo lejos, como si disfrutara el espectáculo.

—Jah, tras que salí a ver que estuvieses bien, vienes a hablarme de esta manera —tiró la colilla del cigarro con cierto fastidio—. Creo que fui claro con mi disculpa. Me bajé de mi belleza, que no tenía porqué hacerlo. Sin embargo, así me tratas. Ni siquiera sabes quién soy para que me hables como lo estás haciendo. De hecho, no estás en una posición que puedas hacerlo —se encogió de hombros y mi quijada casi se cayó al cemento de la acera—. Pero está bien... —me dio la espalda y siguió su camino hacia el vehículo lujoso—. La gente de clase baja siempre es igual. Típico...

No pude soportar sus comentarios tan arrogantes y fuera de lugar. Me dirigí hacia él por su espalda y decidí olvidar que era la Sam buena de siempre.

—¡Se nota qué eres un puto niño rico de mierda, pero a mí no me vas a hablar así! —derramé mi Coca-Cola light sobre su hombro derecho y su cuello—. ¡Pendejo! —tiré la botella con enojo y él no dudó en bajar la cremallera de su abrigo.

—¿¡Pero qué coño has hecho, niñita vulgar!? ¡No puedes ser tan salvaje! —me gruñó con enojo y se quitó el abrigo a la fuerza, dejándome ver por leves instantes un tatuaje que no logré descifrar al estar cubierto por su camiseta blanca.

El chico que lo acompañaba reía a carcajadas en el vehículo mientras fumaba y se ahogaba con el humo al no aguantarse.

—¡Puta madre, cabrón! ¡Mira como te dejaron! —más carcajadas salieron de la boca de su amigo mientras el interior del vehículo parecía una puta cortina de humo.

No podía reconocer a ninguno de los dos, porque estaba segura de que jamás los había visto en mi vida. Además, se me hacía imposible identificar sus caras al tener lentes de sol muy similares con sus gorras de marca que usaban hacia atrás.

—Se nota que no sabes lo que es educación —tiró el abrigo en mis narices y agarré la tela con rabia—. Toma, te lo has ganado por vulgar y desconsiderada.

—¡Te lo agradezco tanto, estúpido! —le mostré mi dedo corazón y solo soltó un bufido, dejándome con el abrigo en la mano.

El enojo era tanto que ni siquiera me di cuenta de que aún sujetaba la tela con fuerza. El chico volvió a subir a su lujoso vehículo y me hizo señas con sus dedos, recreando un círculo con ellos para mi dedo corazón. Aceleró con la música a un volumen demasiado elevado y yo me tuve que contener al quedarme sola nuevamente.

«Sam, respira. Respira, respira, respira... No vale la pena mortificarse por gente así». Inhalé y exhalé repetidas veces.

En unos segundos más, mi teléfono sonó y Liz interrumpió mi momento de rabia. Sin embargo, no podía creer que el primer mal rato en mi nueva vida me lo hizo pasar un riquito petulante.

El Segundo Amor ©️ (¡Completa!) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora