Capítulo 32.

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Capítulo 32

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Capítulo 32.

(Sam).

Cuando dejé a Samanta sola y salí del cuarto de juegos, caminé con el corazón acelerado. Y no era por la leve posiblidad de que el tío Ian me pillara, sino porque la respondona y yo nos estábamos volviendo muy cercanos. Fue tan tierna cuando me abrazó que no dudé en dejarla hacer aquel tonto gesto sobre mí.

Hubiese mentido si yo decía que no me sentía bastante pasmado, porque no soy el tipo de persona que expresa cariño abiertamente y con facilidad. Ella no lo sabía, pero se había arriesgado a que yo rechazara tremenda cursilería. Sin embargo, su tenura y su dulzura junto a su facha de niña frágil me hacía creer que era única y especial.

Ni siquiera podía describir a la perfección lo que sentí a su lado en aquel juego sexual que tuvimos —aunque no llegué a metérselo—. Era una sensación única, llena de pasión, pero a la vez de vulnerabilidad.

Y sí, me tiraba a Rebeca innumerables veces, tanto como que ella ya me había hecho experimentar una vida sexual llena de lujuria. Y aunque la rubia siempre fue primordial para mí, complaciendo nuestros más bajos instintos sexuales, con Samanta era una experiencia diferente. Y es que con la respondona hasta discutiendo me ponía bellaco, hacía que se me parara de cualquier forma.

Después de tanto tiempo sentía mi vida refrescante. Presentía que podía ganar algo que todavía no comprendía muy bien. Samanta y yo realmente podíamos buscarnos un problema por mi culpa, pero es que no podía evitar acercarme a ella. Desde que la vi por primera vez, y luego de tantas negaciones, tenía que aceptar para mí mismo que esa pobretona me hacía babear como un pendejo.

—¿Sam? —la voz de mi tío se escuchó más cerca, pero no dudé en ponerme la capucha de mi abrigo sobre mi cabeza para cubrir un poco el ridículo rubor que se reflejaba en mis mejillas pálidas después de un rato de tanta intensidad—. ¡Mi chico! —fue cuando lo vi acercarse desde una distancia considerable—. ¡Dragón, te estaba buscando! ¡Hacen días que no te veía, hijo mío!

Rasqué mi nuca con un poco de tensión, pero él me abrazó con normalidad, aunque realmente estaba emocionado de verme. Le sonreí y con cuidado le di varias palmaditas en su ancha espalda. Es decir, estaba siendo considerado después de haber tenido las manos en algunos lugares húmedos...

Y sí, ver al tío Ian era como verme a mí de mayor. La familia de mi madre eran en su mayoría personas de tez blanca con ojos claros, a diferencia de mi padre, aunque también mis rasgos físicos lo representaban.

Sin embargo, la señora Sara tenía razón, al igual que todos los que comentaban lo mismo... Me parecía más al tío Ian. Y es que si yo hubiese sido su hijo biológico no nos hubiésemos parecido tanto. Era el hermano mayor y consentido de mi madre. Sin contar que mi padre y él eran los mejores amigos del mundo. Podía compararla con la amistad que yo tenía con Héctor.

El Segundo Amor ©️ (¡Completa!) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora