No había monstruo

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Como fruta madura…

Así me devuelve la imagen el espejo, tan madura ya que, a poco, se pudre.

― ¡Amor! ¿Qué haces? ― La voz de mi esposa me sacó del trance.

― No es nada, amor, solo quiero estar guapo para ti ―. La dije para quedarla tranquila.

Pude contemplar la belleza espléndida de mi esposa. ¡Qué maravilla de juventud! Nunca podré entender qué vio en este ser espantoso que contemplo en el espejo, esos ojos, apenas visibles por la oronda capa de grasa que cubren sus parpados, de «color mierda» y sin brillo. Si continúo por su grasiento rostro, sólo veo arrugas y surcos, y mucha grasa… bajo la vista por su cuello, su pecho ya no esconde la decadencia. ¡Qué asco! Lo que debería de ser unas simples “tetillas” son dos enormes pechos, caídos a lo largo de su enorme barriga, inflada a lo largo de años de abusos por los dulces y las grasas animales…

― Cielo, Ven a la cama, «te necesito… estoy caliente»

Volví a echar un vistazo al espejo… No había monstruo.

Siempre que ella me llamaba salía la «bestia, que vivía en mi interior» y el monstruo, huía como un cobarde.

DISPARIDAD DE MICROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora