Cómo otras muchas noches, he abandonado mi cuerpo y viajo por el espacio sin ninguna atadura ni cadena que me sujete. Durante meses viajé sin rumbo, queriendo olvidar cuanto me angustiaba o me dolía, pero esta vez no fue así, esta vez sabía adónde ir. Esta vez tenía un destino fijado, me guiaba el corazón y, en ese destino estabas tú. Vuelo sin cuerpo, vuelo a tu lado, pero no sin los deseos o la pasión que me produce el verte sonreír o hacer mohines graciosos y coquetos con tus labios delante de la cámara web. Ya estoy muy cerca... me llega el dulce aroma de tu perfume, un perfume, mezcla a chocolate caliente, a melocotón y a fresas. Por fin, mis ojos divisan tu casa y sin falta me aproximo a tu ventana abierta, la de tu cuarto, esa habitación que guarda todos tus secretos, y que ahora, serán al fin también los míos…
No me engañé, ahí estabas, desnuda y arropada tan solo por la sábana, estabas abrazada a tu almohada… sé que soñabas conmigo, tu media sonrisa así me lo confirmaba. Al enorme bulto que te acompañaba no le hice ni caso, él… no significaba nada.
Me aproximé muy despacio a ti, mis labios acerqué a tu oído para pronunciar solo tres palabras, en un susurro que, solo tú podrías escuchar. “Soy yo, mi amor, he venido y estoy junto a ti”. Noté entonces como te estremecías, tu cuerpo pareció sufrir una leve descarga eléctrica y tus labios soltaron un leve gemido de complacencia. Cerré entonces tus labios entreabiertos con un beso, lo suficientemente húmedo como para que suspirases y te dejaras hacer… viendo tu sumisión llevé mi mano derecha hasta tu barbilla, descendiendo luego por el cuello y haciendo que se te erizaba la piel, a la vez que veía como tus pezones se ponían erectos, como dos cerezas rosadas y hambrientos de caricias y de besos.
No pude contenerme y me deleité durante unos segundos en ellos, primero el izquierdo, después, el derecho, intercalando mordisquitos y lamidas, jugando con la punta de mi lengua con esas jugosas cerezas. Mi mano no se quedó quieta y siguió bajando por tu vientre, liso y suave y tu piel aterciopelada, provocándote espasmos de placer. Por el rabillo del ojo te observaba, y veía que te mordías los labios como queriendo acallar tus gemidos, temiendo despertar “al bulto durmiente”.
Al introducir mi mano entre tus muslos, mi dedo índice cobra vida propia y se hunde por entre la humedad de tu vagina, ésta está palpitante, caliente, muy húmeda, palpitante y abierta. Tuve entonces que cerrarte la boca con mis labios para que no soltaras un grito de placer.
Estabas tan bella... tan apetecible, y tus labios eran tan dulces, gruesos y sabrosos que, no me resistí y te besé largamente, entrelazando mi lengua a la tuya y dejando que bailaran la danza de la pasión más excitante y desesperada, llevados de la mano de la sola música de nuestros cuerpos, los únicos que allí se amaban y se decían algo.
Tu cuerpo estaba tenso, arqueado e intentaba lograr que mi dedo se hundiera aún más en tus entrañas, nuestros jadeos cada vez eran más difíciles de contener, así que me vi obligado a detenerme, sacando lentamente mi dedo de tu interior, consiguiendo tan solo que abrieras los ojos, me miraras un instante fijamente, a modo de reproche y en muda súplica, mientras me sujetabas la mano y “exigías” con la mirada, tirando con fuerza hacia adentro, me pedías suplicante que no parara. Mi excitación en ese momento era tanta que mi miembro erecto estaba a punto de estallar. Peor fue cuando dejaste tu sumisión a un lado y “pasaste” a la acción, dándote la vuelta en una pirueta digna de un prestidigitador, quedando los dos en forma de 69. Entonces no esperaste más, y ansiosa, te apoderaste de mi sexo, duro y erecto, mientras tus piernas montaban a horcajadas sobre mi cuello, quedando tu excitada y palpitante fruta del pecado a la altura de mi boca, sedienta, ansiosa y dispuesta a saciarse contigo. Entendí lo que me pedías y, como soy obediente, te obedecí.
Me lancé como lo haría un sediento en busca de agua en el desierto, y metí la lengua en aquel dulce manjar, arrancando de ti un alarido y… de mí un grito de dolor, pues debido al inmenso goce que te producía mi lengua, me mordiste el glande sin piedad, causando que casi perdiera la concentración y ésta desapareciera como por ensalmo. No obstante, la fruición con que me chupabas el miembro viril, y el modo de “experta” en que me masajeabas la bolsa escrotal, hizo que el dolor fuese una sola centésima de segundo, haciéndome sentir un placer feroz y salvaje y que hizo que yo arreciara con ímpetu en tu interior, buscando esta vez tu excitado y rosado clítoris en el cual y en círculos, fui siguiendo con mi lengua el ritmo de tu vientre y caderas que, subían y bajaban como si cabalgaras sobre mí lengua. Ni sé cómo aguanté y no dejé mi río de lava en tu boca. El modo en que te la introducías en la boca, la chupabas y la lamías me estaba volviendo loco, veía como tu cabeza subía y bajaba sobre ella y notaba húmedas descargas eléctricas que me subían desde los testículos, vientre y estómago, hasta estallar en mi vientre en un éxtasis de placer de una forma demoledora. Sin embargo sí pude notar a través de las convulsiones de tu cuerpo, que aflojabas la intensidad de fruición que ejercías sobre mi sexo, lo cual me indicó que estabas teniendo un fuerte y poderoso orgasmo, (hasta me tuve que tragar tus fluidos para no ahogarme, de la intensidad y de la cantidad que soltaste).
Una vez que tu cuerpo se aflojó, no quise dejar que te relajaras, te así con fuerza por la cintura y te alcé como una pluma sobre mis caderas, bajándote y dejando que mi miembro penetrase intensamente sobre tu palpitante y chorreante sexo. Introduciendo mi miembro hondamente en tus entrañas. Estabas tan mojada y caliente que mi carne, dura y recta, resbaló por tu interior sin esfuerzo alguno como si tu interior en vez de ser de carne viva y músculo palpitante, fuese solo pura gelatina. Mis manos se mantenían pegadas a ambos lados de tus nalgas y tiraban enérgicamente de ti, primero era lenta y suavemente, después, aceleré los movimientos y los acompasé a los tuyos, que se mantenían agitados y convulsos. Tu rostro era ahora la pura perversión, te mordías los labios, intentando ahogar los gritos que querían huir de ti, los ojos los tenías en blanco, mirando hacia el infinito y con la boca abierta, jadeando y gimiendo. Tus pechos, con sus dos delicadas cerezas, se me ofrecían golosos ante mis ojos, tanto que tiré de ti y me apoderé de ellos, sin querer que parases de cabalgar sombre mi, ayudándote yo, al agarrarme a tus caderas y tirar fuertemente hacia mí. No podía más, estaba a punto de estallar, solo esperaba el momento preciso para irnos los dos a la vez… no tuve que esperar mucho, te separaste de mi pecho mientras te agarrabas a mis muslos y ahora sí, parecías una amazona enloquecida, moviendo de un modo furioso las caderas, como queriendo sentir mi falo aún más adentro. Te ayudaron mis manos, agarradas a ambos lados de tus muslos, éstas te alzaban y bajaban, haciendo que la presión de tu sexo sobre el mío incidiera en que fuese ya un volcán a punto de una erupción. No esperé más, con un movimiento ágil y felino rodé y me puse sobre ti, busqué con desesperación tu boca, apoderándome con ansias de tus gemidos, bebiéndome ansioso y sediento tus jadeos, hasta lograr hacerme dueño de tu orgasmo y a mi vez ofrecerte con goce y pasión el mío.
El “bulto” se removía inquieto, parecía “intuir” que algo extraño pasaba y podía despertar así que, me despedí, dándote un dulce beso, y con un emocionado y enamorado… te amo, mi amor, te dejé allí, quieta, suspirando, relajada y feliz. Cuando al fin levantaste tus parpados, las lágrimas eran dueñas de tus ojos, pero estabas feliz y eras dichosa, sabías que lo nuestro no era posible y al igual que yo mismo habías aceptado con resignación nuestro destino. Segundos más tarde, a más de ocho mil kilómetros, entraba de nuevo en mi cuerpo, en mi cuerpo... un cuerpo inútil, inerte, muerto, desde aquel maldito accidente...
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DISPARIDAD DE MICROS
Short StoryMicros, salvando la realidad, siempre intempestiva y falsa.