Sin justicia

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Javier, con aparente calma, fue depositando sobre la mesa del despacho todos sus enseres y recuerdos de tantos años; no se quería engañar, su testarudez, como siempre, tendía a jugarle malas pasadas. Pero, ¿podría haber reaccionado de otra manera? Aunque de sobras sabía que de nada le iba a servir, una vez fuera de aquel despacho, no habría un después para él. Y es más… ¿para qué recoger esos recuerdos y enseres, de qué le iban a servir allá a donde iba?

Pensó de nuevo en su esposa ¡Maldito cabrón! Sus ojos se empañaron.

Javier, no pudo por menos que soltar una carcajada nerviosa.

Al salir por la puerta, esa puerta que tantas veces utilizó su esposa para entrar y comunicarle las visitas. Echó un vistazo nostálgico a lo que dejaba detrás. Sus hasta entonces compañeros, lo miraban de reojo y con lástima. Sabían de sobra que no iba a volver.

 Javier, no les dijo adiós, ni con un simple gesto, ¿Para qué?

Al salir a la calle su mirada fue de un lado a otro de la avenida, parecía buscar algo, no lo encontró; nadie vino a despedirse. ¿O quizás sí?

Un chasquido detrás de él le hizo estremecerse, cerró los ojos, quería llevarse como última imagen el rostro de su esposa. No tuvo tiempo de más, el disparo le entró directamente desde la nuca y le reventó con gran estruendo la tapa de los sesos, muriendo al instante.

Aún tuvo tiempo, «su asesino» antes de desaparecer avenida abajo, lentamente y con las manos en los bolsillos, de decirle con gran desprecio;

― Abogado. No debiste rechazar el ofrecimiento de mi jefe―. Le escupió.

Si Javier hubiera podido contestarle desde el más allá, seguramente le abría contestado;

― Y qué otra opción me habría quedado, ¿defender al hombre que secuestró, violó y mató a mí esposa?

No, Javier no podía contestar y su secreto se lo llevó a la tumba.

DISPARIDAD DE MICROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora