La invasión... está en nosotros

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Frank paró en seco, en medio de aquel sendero conocido, acababa de ver un fogonazo en el cielo, como si alguna nave se hubiera estrellado a pocos metros de donde él se encontraba, lo extraño, muy extraño — se dijo así mismo — «Ese fogonazo no ha sido seguido por un estruendo o explosión y eso sí que es raro» —. Se alarmó. Frank, se apartó del sendero y se adentró entre chopos y álamos, pese a los espeso del follaje que lo cubría todo y que casi le impedía el paso a su voluminoso cuerpo y que le acabó produciendo rasguños en espalda, brazos y piernas. Cosa que no pareció importarle, estaba demasiado concentrado en querer saber qué había sido aquel fogonazo inusual en medio de aquel bosque como para darse cuenta del daño que se hacía. Al llegar al claro, se maldijo entre dientes, «había lo menos una docena de senderos que llegaban hasta allí y no estaban muy lejos de donde él había decidido arriesgarse y entrar. Si hubiera andado unos metros más, podría haber elegido cualquiera de ellos» — pensó enfadado consigo mismo —. Su enfado duró apenas un segundo, lo que vio allí le alejaron millones de años luz de ellos. En lo alto del claro, una enorme nave de aspecto ovoide ocupaba prácticamente todo el cielo, al menos todo lo que ocupaba aquel claro. Frank con asombro siguió con la mirada el haz de luz que bajaba desde la parte baja de la nave, desde lo que parecía ser una puerta abierta en la nave y que era seguida por una larga rampa que descendía hasta... — ¡Diós! ¿qué era aquello...? — pensó Frank angustiado.

No era para menos, lo que Frank estaba viendo era como un haz de luz de forma cilíndrica, opaca y gaseosa, en ese mismo momento se estaba introduciendo por la nariz y la boca en un chico de unos veinte años, vestido con chándal y gorra de béisbol y que, aparentemente, se estaba dejando hacer, sin que, al parecer, pusiera ninguna clase de resistencia, era como si estuviera sedado o peor, hipnotizado. Fueron escasamente tres segundos, luego de que aquella forma gaseosa desapareciera, una vez dentro del cuerpo del chico, éste parecira despertar de su obligado letargo y, sin inmutarse, se pusiera a correr, como si tal cosa solo hubiera sido producto de un sueño. Al pasar junto a Frank, éste pudo percatarse de que el chico actuaba de un modo normal, nadie, mirándole de cerca, se podría haber dado cuenta de que ese chico... ya no era el mismo.

Frank volvió a girarse hacia el haz de luz y esta vez vio que la que estaba siendo ¿poseída? Era una señora de edad media, de amplia frente y gafas de pasta dorada, detrás de la señora, un señor, de aspecto cansado, seguramente su marido — pensaba Frank — esperaba su turno para ser invadido. Nadie, ni la señora, el señor o ni tan siquiera los invasores, parecían darse cuenta de la presencia de Frank ni de que estaban siendo observados por él. Desde lo alto de la nave seguían saliendo figuras luminosas cilíndricas y opacas, como a su vez aparecían de cada uno de los senderos, más y más personas “como si estuviesen siendo atraídos por cantos de sirenas” — se decía entre dientes Frank. De pronto, una de los haces de luz, se volvió hacia Frank. a Frank, pese a no distinguirle agujero que pudiera parecerse a una boca, le pareció que le sonreía. Frank sintió un estremecimiento, se “reconoció” en aquel gesto, o sonrisa, y, entendió... ahora sabía el por qué desde hacía algunos años, él... ya no era él.

DISPARIDAD DE MICROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora