39: Deja ir a la chica.

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—No necesito que me acompañes, Simón. Estaremos bien, no te preocupes.

Tenía a Simón haciendo el puchero más adorable mientras intentaba irme en busca de Emily. Se suponía que teníamos que encontrarnos a las nueve y llevaba veinte minutos siendo bloqueada por cierto morocho.

—Estoy seguro que soy el único que no es bienvenido. —Se cruzó de brazos, completando su postura de niño caprichoso.

—Por el amor de Dios hijo, deja ir a la chica.

Y Helen estaba siendo testigo de todo este momento. La madre de Simón se estaba riendo de su propio hijo por su pequeña rabieta. Habíamos desayunado todos juntos mientras arreglaba el horario con Emily. La hora la habíamos acordado para que ella pudiera escapar de Ian mientras estaba reunido con su padre por algún asunto familiar. Por lo que las dos estábamos teniendo el mismo problema para alejar a los Hilton por un par de horas.

Me encantaba pasar tiempo con Simón y no me arrepentía de haber estado con él en estos meses, pero necesitaba un poco de tiempo con Emily para poner en orden mi vida. Y sobre todo tener un momento conmigo misma. Tenía que encontrar la forma de acomodarme y saber que voy a conseguir ser la mejor versión de Valery Smith que pueda compartir su vida con él.

—Vamos lindo, entrega las llaves de la moto y déjame ir a buscar a Emily. —Sonreí mientras me acercaba a él para hacerle el pedido.

—No pienso dártelas, no te irás sin mi Smith. —Negó completamente encaprichado.

—Dios, estos hombres —Helen levantó sus manos en señal de exasperación antes de ponerse de pie—. Ven querida, toma —La vi acercase a un aparador y tomar unas llaves para luego entregármela—. Te presto esta, es la gris que está en el garaje. Cuídala como oro.

—No puedo aceptarlo Helen, sería demasiado. —Me negué a aceptar las llaves.

—Querida, claro que puedes. Y si esperas que Simón deje ir su motocicleta estás muerta —Helen tomó brazo y dejó las llaves en la palma de mi mano—. Además, no me gustaría que andes por ahí caminando cuando se te dan muy bien las motos.

—Muchas gracias —Le sonreí llevándome la mano con la llave a mi pecho. Cuidaría la como si fuese oro—. No sabes cuánto se lo agradezco Helen.

—No hay nada que agradecer —Sonrió antes de volver al lugar donde estaba sentada—. Ahora ve y disfruta del día con tu amiga.

Me acerqué a darle un beso en la mejilla antes de salir. Estaba realmente agradecida con esa mujer, el trato que me estaba dando me llenaba el alma. Nunca había tenido una figura femenina o materna que intentara acercarse a mí, no hasta Carmen. Pero el intento de Helen para hacerme sentir cómoda, tratándome como si fuese parte de su familia, comenzaba a hacerme bajar la guardia.

Me volteé una última vez para observar a un Simón muy sonriente. Arqueé una ceja en su dirección levantando las llaves para conseguir que se riera fuerte de mi gesto. Dios, amaba ese sonido. Helen aún sonreía viéndonos.

—Tu madre me ha dado la libertad —Me encogí de hombros antes de volverme a voltear para salir—. Te veré más tarde bonito.

La risa de Simón siguió llegándome fuerte y claro, junto con la voz de Helen diciendo algo que no llegué a comprender. No importaba. Estaba emocionada por lo que sería el día. Entré en el garaje de la casa para localizar la moto gris que me había prestado la madre de Simón, quedándome completamente impresionada por el espacio. Definitivamente entraban tres automóviles y aún quedaba espacio para guardas las motos. Y madre mía que motos.

Lonely Soul.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora