Capítulo treinta y nueve

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Ella era toda una visión. 

Una diosa. 

Un deleite para sus ojos. 

Sus rizos plateados estaban sueltos sobre sus hombros y alrededor de sus pechos, su piel cálida y húmeda por el sudor lo hacía temblar bajo el toque de sus dedos, y el calor de  sus estrechas paredes lo envolvía como una manta. 

No estaba consciente de cuantas veces habían estado juntos. Dejaron de contar una semana después de su boda. 

Lo que comenzó como una obligación terminó como una necesidad implacable e incontrolable que ambos buscaban saciar en el otro. 

Muchas veces la princesa se desnudaba frente a su esposo, buscando acabar con su creciente anhelo. Otras veces Jon la asaltaba por la espalda mientras pensaba su caballo y no sé detenían hasta el siguiente amanecer. 

Esa mañana, tres días después de la partida de la armada a Dragonstone, la habitación de baño de los príncipes estaba cerrada con llave. 

En el interior, la gran bañera de piedra estaba rebosante de agua caliente que se mecía con duros movimientos hasta temblar y saltar al piso.

Un gritó de placer resonaba en las paredes, disparado de  los labios de la princesa mientras su esposo devoraba uno de sus pechos con devoción, y su dureza yacía en su interior abriendo en dos sus paredes hasta lo más profundo de sus entrañas. 

 Ella quería que el se estrellara mas fuerte, que entrara y saliera de su cuerpo llevándola hasta la cima del placer absoluto pero él no hacía más que torturarla. Pellizcaba, mordía y lamia su pezón intercalando gruñidos cada vez que ella se movía un poco las caderas buscado la fricción entre sus sexos. 

Jon se despegó del pecho de su esposa cuando ambos pezones estuvieron duros, erectos y rosados y casi irritados. 

Llevó sus manos hasta el trasero de su esposa y lo apretó con fuerza para luego subirla arriba y abajo en su miembro, dándole el tan ansiado roce que ella buscaba. 

Daenerys se permitió perderse en el mar del placer que pronto la ahogaría, de modo que se aferró a los musculosos hombros de su esposo como si fueran el único trozo de madera capaz de salvarla. 

El agua se precipitaba contra la roca, la habitación retumbaba y eso no importaba.

 Jon movía sus caderas contra Daenerys con deseo y frenesí mientras ella repetia el mismo movimiento, buscando más de él y gimiendo en alto sin importar quien podría escucharla. 

La sensación comenzó a cosquillar en sus pies y se detuvo bruscamente. 

Daenerys se quejó e intento moverse buscando la nueva fricción pero le fue imposible cuando su esposo la tomó por los muslos, y sin sacar su miembro de su interior se fue hacia la hermosa cómoda donde guardaban todos sus perfumes y esencias de baño. 

Arrojó todo al suelo y la sentó en el lugar, quedando de espaldas a un enorme espejo. 

Daenerys volvió a abrazar los hombros de Jon cuando el retomó sus penetraciones desbocadas y salvajes en contra de su sexo. 

- ¡Jon! - Gritó en su éxtasis. 

Él sonrió al escuchar a su esposa gritar su nombre y la penetró con un más dedicación, abriéndose paso difícilmente en sus paredes cada segundo más estrechas.

 El gruñó cuando ella contrajo sus músculos vaginales, sintiéndola cada vez más cerca de su orgasmo. 

-¡Mierda! - Maldijo Jon golpeando con fuerza. 

Daenerys explotó en un orgasmo bestial. Sus gritos y arañazos fueron dirigidos a su esposo, que aún bombeaba con fuerza.

 Su orgasmo había sido alcanzado y su zona estaba más sensible que nunca y aún era penetrada. Una fuerte embestida la hizo jadear y sintió como la espalda de su esposo se tensaba contra su cuerpo. 

Jadeó mientras dejaba todo de sí en el interior de  su esposa, y se quedó allí hasta que su miembro dejó de estar duro. 

Ella jadeo al perder el contacto y él la abrazó contra  su cuerpo sudoroso y caliente tratando de calmar su respiración desbocada. 

- ¿Estas bien? - Preguntó Jon

Ella asientió sin decir nada. 

El la tomó a por los muslos y la llevó hasta el lecho, esquivando los trozos de algunas perfumes que fueron rotos.

 La depósito en el lecho y beso sus labios tiernamente para luego acomodarse detrás de ella, posando su mano sobre su vientre plano. 

Poco a poco su respiración se calmó, sus músculos cansados de calmaron y se dejó llevar entre los brazos protectores del otro, entregándose al más profundo de los sueños. 

Valar MorghulisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora