Candelabros estaban alzados en lo alto de los salones, estandartes perfectamente planchados y enormes velas encendidas. Los invitados en sus lugares, el alto Septon junto al trono de Hierro mientras el sol atravesando la estrella de siete picos en la última luz del día hacia el anochecer.
Entre murmullos, las habladurías estúpidas cesaron en cuanto los niños del coro comenzaron a entonar sus dulces melodías en Valyrio.
En un deslizamiento casi eterno, la enorme y pesada puerta principal se abrió, junto con los ojos de los invitados que desviaron la mirada hacia el desfile de riqueza, poder y gradeza de la dinastía más gloriosa que el mundo haya visto.
La sangre del dragón
Viserys de la casa Targaryen, príncipe de los siete reinos, príncipe de Dragonstone y protector del reino. Fue el primero en ser anunciado gracias a su lejanía en línea de sucesión. Ataviado con un jubón de color negro con bordados de cabezas de dragones que daban simple un diseño monocromático y exótico a la tela, sobre sus hombros, descansaba una capa color negro con bordes de piel del mismo color además de una pequeña corona de dragones y puntas que adornaba su cabeza. Caminó solemne como de costumbre hasta su lugar en el lado izquierdo del trono de hierro al pie de los escalones.
Un aire de extraña satisfacción cruzó por los rostros de varios de los presentes con la siguiente presentación, aunque para otros fue una chispa insaciable de envidia.
Aegon de la casa Targaryen, el sexto con el nombre, príncipe de los siete reinos, protector del reino y legítimo heredero al trono de hierro y Daenerys de la casa Targaryen, la primera de su nombre, princesa de los siete reinos, protectora del reino y futura reina de los siete reinos.
Su anuncio se dió junto mientras entraban con los brazos entrelazados uno con el otro, con las cabezas en alto y estoicamente imponente. Su imagen era tortuosamente poderosa. Dos Targaryen legítimo, dos dragones de sangre, un rey y su reina implacables ante todo. Daenerys usaba con un vestido de color negro con mangas largas que dejaba al descubierto su cuello y sus hombros, con una capa que nacía desde la espalda de color rojo intenso adornado con detalles de estampado de dragones en oro y por último una tiara de acero Valyrio acompañado su peinado de trenzas elaborado.
A su lado, el principe Aegon estaba completamente a la altura de un rey, vestido con jubón negro con el símbolo de Targaryen en el pecho bordado en una combinación de hilo de rojo y de oro sutilmente, con la capa sobre sus hombros y sostenida por un cinto de plata. Sus rizos peinados hacia atrás y sobre su cabeza estaba la corona de acero Valyrio y diamantes que antes pertencecia a Rhaegar y que ahora era suya.
Nada podía comprar la grandeza de los Targaryen en todo el país.
En otra situación, Daenerys se hubiera reido de la miradas envidiosas de las damas y las ancianas por su belleza, pero detrás de pronto sintió lástima por ellas, deseando tener la vida que ella tenía cuando no estaban enteradas de su completa y desgraciada infelicidad
Sin embargo, permaneció estoica y con la cabeza en alto.
Nadie la derrumbaría hoy.
Ambos llegaron al final del pasillo, y se posicionaron del lado derecho del trono al pie de las escaleras sin soltar sus manos.
Era más incómodo de lo que imaginaron, pero una parte de ellos parecía estar disfrutando este momento, sintiendo levemente caricias con los dedos el uno al otro.
Entonces, el coro cambio su cántico hacia uno más profundo y menos angelical.
La luz lo que atravesaba la estrella lo iluminó como si fuera una especie de ser divino y sobrenatural, creando la increíble impresión colectiva en el público hacia su nuevo rey.
Rhaegar de la casa Targaryen, El primero con el nombre, legítimo rey de los Rhoynar, los andalos y los primeros hombres. Señor de los siete reinos y protector del reino, él era la presencia pura de la grandeza, el poder y la fuerza que Aerys siempre representó. Su cuerpo vestido con un jubón color rojo y una capa gruesa de color negro bordada con el dragón de tres cabezas.
Sus pasos parecían hacer temblar a sus invitados, que se reverenciaron conforme caminaba por el gran altar directamente hacia su trono.
Se detuvo al pie de los escalones, contemplando a los nobles a sus pies mientras se tragaba el nudo y los crecientes nervios en su estómago.
«No importa cuánto tiempo pase. Nunca te sentirás preparado para ese momento, mi pequeño dragón»
Su madre
Ella le había dicho eso cuando descubrió su plan de escapar al norte y "raptar" a Lyanna. Pensó que lo impediría a toda costa, y que incluso lo encerraría en una celda, pero ese era el estilo de su padre.
Rhaella le había besado la frente como cuando era un pequeño niño y le dijo que buscara su felicidad, sin importar que tan difícil podría ser, el amor siempre es el deseo más fuerte.
Entonces, el alto Septon comenzó a recitar una palabras en otro idioma que Ninguno conocía más que por su traducción recitada a través de los siglos ante la coronación de un nuevo monarca pocos conocían.
Rhaegar se puso de rodillas frente a su trono con la cabeza gacha y el sol sobre su figura implacable.
- ¡En nombre de los siete!
Un lacayo apareció entre las sombras y se fue hacia el alto Septon con una caja de tterciopelo negro y el dragón tricefalo en la tapa.
- ¡En la octava luna de este año!
El Septon abrió la tapa, y levantó la corona frente a todos, dejando que el sol la bañara con su brillo. Forjada en acero valyrio, ensamblando tres dragones con incrustaciones de diamantes.
- ¡Con la bendiciones de los dioses y los hombres como testigos...Te coronó a ti Rhaegar de la casa Targaryen, el primero con el nombre, Rey de los Rhoynar, los andalos y primeros hombres, señor de los siete reinos y protector del reino.
La corona cayó delicadamente sobre la cabeza de Rhaegar, presionando su cabello plateado contra su frente y un nuevo peso sobre sus hombros y su cuello.
- ¡De pie! - Pidió el Septon
Rhaegar se levantó con orgullo, y con la respiración entre cortada subió los escalones hacia su trono.
«Mi trono»
Ya se había sentado antes en esa silla , sin embargo nunca le perteneció aúnque siempre estuvo destinado a ser suya, y cuando tomó asiento nunca se había sentido tan nervioso y excitado.
- ¡Largo sea su reinado! - Dijo el Septon
¡Largo sea su reinado!
Todos se reverenciaron ante el nuevo rey.
Todos se reverenciaron ante el dragón de oro.