Puedo ver aquella altivez desmoronarse, hace un favor iéndose.
Cuando me vuelvo a mi profesor este desde las alturas me repara hilarante en enojo. Consigo parpadear unos segundos, los justos para sopesar mis siguientes palabras.
─No lo digas ─me corta ─, ya sé que me estás devolviendo el favor.
Me da la espalda y entra al edificio, voy tras suyo con una sonrisa que no me quita nadie.
─ ¿Seguirás haciendo mi vida miserable, verdad?
─Ya toda tu vida lo es ─me muerdo las uñas mientras el ascensor sube ─, no te quejes, admite que te causó gracia mi comentario. Se lo merecía.
─No.
─Obvio sí, no te voy a juzgar si lo aceptas ─le doy un toquecito con el codo en el brazo. Con el rabillo del ojo me mira y sonríe. Es perfecto cuando lo hace ─. Ves, estuvo chistoso.
─ ¿A qué vienes? ─le muestro las croquetas.
El ascensor se abre y llegamos a su apartamento, no puedo eludir los recuerdos del día anterior, Sam diciéndome que era un 420 siendo un 912, estúpida, así tonta la quiero.
Rocky corre a la puerta cuando nos ve, para nuestra sorpresa se decide por mí. Buen chico. Ricardo lo mira casi que acribillándolo pero no dice nada, sólo resopla una serie de groserías.
─Oh, cariño, calma ─lucho para que no me arranque la bolsa de croquetas de las manos ─. ¡Rocky, NO!
Miller voltea y se queda atónito con la actitud del perro, me obedece, se sienta frente a mí mientras abro la bolsa de galletas.
─Vaya, ahora Rocky te hace más caso a ti que a su propio dueño ─celos.
Me encojo de hombros y sonrío, lo hago con picardía.
─Sabe lo que le conviene.
En el transcurso de la noche la plática se hace amena, nos sentimos cómodos en nuestra mutua compañía. Reímos, yo más que él, y compartimos algunas anécdotas.
Cuando había llegado a casa de mi hermano aquella mañana del sábado, sentía que por primera vez algo extraño ocurría dentro de mí, no sabía si eran nervios, rarísimo porque muy poco los experimentaba, ó ansiedad, puesto que las cosas entre mi profesor y yo iban cediendo. Por fin.
Quería verlo, ya no tenía más planes en mente para acosarlo, pero debía hacer algo.
─Sam ─llamo a mi amiga.
─Verónica, ¿sabes qué hora es?, son las ocho de la mañana ─inspiro hondo en un intento por ser paciente. Salta a la vista que la he despertado ─. ¿Qué quieres?
Sus gruñidos, todos maldiciéndome.
─Sam, quiero ver a Ricardo, después de lo de hace dos noches mi cuerpo ávida otro momento así.
Repite lo que le digo pero en un tono meloso, burlón y con algo de cursilería. "Estás enamorada, estas enamorada y nadie lo puede evitar" canturrea.
─Nah, sí atraída pero no enamorada. Es muy pronto.
─ ¿Qué te inventarás ahora? Ni de juego voy a ayudarte a entrar a su casa.
─Ay no, nada de eso, hagamos algo menos tonto.
─Invítalo a la fiesta de Raquel, veamos qué tan joven es en su interior.
─Me dirá que no ─oblígalo me dice ella. Sopeso un poco la idea. Ricardo es un hombre de 31 años, ya no está para fiestas de universitarios ─. Hablamos después.
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El profesor Miller © (SIN CORREGIR)
RomanceElla no es la típica chica objeto de acoso por parte de su profesor. ¡Eso jamás! Verónica es... la acosadora, la desquiciada, loca y pervertida estudiante sin límites; que a un semestre de graduarse decide arriesgarse a dar una optativa ajena a sus...