Cap 15: La vida si es preciso.

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Verónica.

Pierdo el hilo de la conversación con los agobiantes recuerdos de la pesadilla, sólo veo cómo sus labios se mueven y con sus manos me acaria.
No sé cuánto tiempo me tome agarrar coraje para hablar con él sobre lo que pasó aquella noche del concierto, estoy desorbitada, y sinceramente prefiero regarla diciendo la verdad que guardando un secreto que cada día que pasa me cobra la tranquilidad.

Ricardo es para muchas, inalcanzable, para mí también algún día lo fue, recuerdo las primeras semanas de su llegada al campus, media universidad murmuraba cosas que nunca llegué a creer, por ejemplo, que venía de la milicia y por eso su comportamiento calculador y frívolo. Que había dejado en embarazo a una joven de otra universidad, con ese chisme reí mucho, de plano descarté ese detalle. Después escuché que era divorciado, que vivía en un barrio bastante exclusivo, que venía de un historial amoroso prudente que según cuentas de las estudiantes enamoradas no pasaba de más de 4 chicas al rededor de toda su juventud. Llegó a oídos míos que gustaba presionar a los estudiantes para conseguir lo que quería, sin embargo, aquel cuento sólo era un chisme, de ser así yo no hubiese arriesgado tanto en una optativa como historia universal.

Quién lo diría, Verónica Engel enamorada del insoportable profesor Miller, prendida hasta las bragas de alguien que, a duras penas, le correspondía una sonrisa en el pasillo, o que a veces la ignoraba por el simple hecho de ser una estudiante. Engel, como me llamaba, él jamás pensó que esa chica obstinada volvería su vida un jodedor juego de ajedrez.

De no estar tan mal de la cabeza no habría conseguido conquistarlo, y no cualquiera está en esa condición mental, no cualquiera arriesga tanto sin saber qué ganar.

─Y me haces bien ─concluye sacándome del trance ─, no importa si eres mi alumna, o si eres 10 años menor que yo. Me haces feliz.

─ ¿Y si te fallo?

─Aprenderé a escucharte, a comprenderte, y si es lo más sano, a perdonarte.

Reprimo las ganas de llorar, con la llema de sus dedos dibuja círculos sobre mis mejillas, así hasta que me besa el hombro.

─Eres mía ─me dice. No sé si tomarlo como un halago o un mensaje subliminal.

Deja una hilera de los mismos por todo mi cuello, luego aterriza en mi boca, sus labios mantienen una danza que los míos no interpretan, es sublime y me llena de paz, me hace sentir especial y querida, importante, delicada pero no frágil, más bien valerosa. Independiente de lo que yo sea como mujer o persona, así es como alguien me debería hacer sentir, no condicionar los afectos en razón de mi comportamiento o de lo que la gente cree que merezco.

─Verónica ─gruñe excitado cerca de mi oreja ─, cariño, pídeme que pare o no podré hacerlo.

─Bien has dicho que soy tuya ─escucho el sutil aliento de su sonrisa sobre mis hombros.

Con cuidado me gira sobre el sofá y queda sobre mí, escabulle sus manos bajo mi ropa y busca el broche de mi sostén, sigue la débil y tierna hilera de besos hasta mi abdomen donde reacciono con risitas. Me quita la camisa que me había prestado y también el sostén, tira todo al piso.

─ ¿Estas segura? ─sus pupilas dilatadas me dicen que lo único que espera es una respuesta positiva. Asiento.

Se pone de rodillas entre mis piernas para quitarse el pantalón, lo baja con paciencia mientras clava sus lujuriosos ojos azules en los míos, sonríe con perversión en lo que continúa desvistiéndose.
Baja su boxer, tomo aire para calmarme, la erección es asombrosa, mis piernas se abren por instinto y él niega sonriente. Por más que quiero tranquilizarme no puedo conseguirlo, la ansiedad me mata.

El profesor Miller © (SIN CORREGIR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora