Cap 30: Verochernobyl

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Chris me trae de regreso a casa, mi madre se opone, quiere cuidarme, Sam me sugiere que vaya con ella pero no, ahora quiero descansar y en lo posible hablar con Ricardo de lo sucedido.

Finalmente, después de una ardua lucha por sacarlos de mi camino, voy sola al apartamento, sé que creen que no estoy en condición de hacerme la fuerte, pero la verdad es que sí estoy.

Me pego a la pared del ascensor, cierro los ojos e inspiro hondo. Espero encontrarlo en casa, necesito verlo.

El aparato se abre y un horrible presentimiento me aborda al ver la puerta de par en par, mis pasos son ligeros e inseguros. Entro a la casa y encuentro vidrios por todos lados, la mesita que decora los sofás ya no existe, como varios jarrones carísimos del diván, algunos cuadros, las macetas que decoraban el balcón. ¡Por dios, qué hizo!

Camino en medio del caos hasta que escucho su voz en la cocina, de inmediato hago presencia y lo encuentro sentado en la isla, con los puños llenos de sangre, su camisa blanca manchada y una botella de vodka en su mano.

─Ricardo ─me le acerco con sumo cuidado, no porque tema de su reacción sino por lo frágil que estoy.

Abro uno de los cajones y saco servilletas y vinagre, luego lleno una taza con agua y me siento frente a él.
No se opone a que limpie sus heridas, tampoco se queja o hace muecas de dolor, me observa con mirada perdida pero llena de... decepción. No lo culpo.

─ ¿Por qué hiciste eso? ─inquiero ─, Ricardo, pudiste hacerte más daño.

─Estoy bien ─le da otro sorbo a la botella, antes de que pueda alejarla se la quito de malas ganas, me abre los ojos furioso pero no dice ni hace nada.

─Me siento como una mierda, créeme, no quiero estar frente a ti en este estado, lo único que deseo es dormir por días ─los ojos se me llenan de lágrimas ─, pero sin embargo eres prioridad para mí, ¿de algo sirve eso?

─Ve, duerme, necesitas hacerlo ─intenta quitarme la botella, esquivo su mano.

─Antes quiero que me mires a los ojos y me digas que también lo harás ─por un segundo creo que se atreverá pero no, se pone de pié y sale de la cocina directo a la segunda planta.

Todo pasó tan rápido y cada vez peor, que de pronto empecé a extrañar su escurridiza mano sobre mi muslo, la mirada lasciva con que me desnudaba sin ni siquiera quitarme la ropa, el perfecto y odioso tono de su voz al decirme "señorita", el delicado roce de nuestras pieles por las mañanas, el dulce aroma del café casero que hacía exclusivamente para mí. Sí, aquello no había sido una decisión pero se había vuelto en secuencia una sentencia, mejor dicho, estábamos juntos y seguíamos sintiendo la necesidad de llenar algún extraño vacío. Perdimos pasión y el importante deseo de seguir luchado por lo que sea que habíamos creado; lo sé, nunca estuve preparada para cargar un ser entre mis brazos y decirle cuánto lo amaba, por más divertida que fuera la idea cuando niña ahora no tenía el mismo pensamiento, sin embargo creo que nadie viene con un manual de cómo ser madre o padre, de ser así seguramente lo habría perdido hace mucho tiempo.

Sé lo significativo que es conformar una familiar para Ricardo, no se trata de expandir o hacer trascender su ADN, es una cosa de sentirse estable y rodeado de lo bueno de la vida. No pude ser tan perfecta incluso siendo yo, fallé, y me odio por ello, por no tener el valor de encarar las cosas, de romper esquemas, de gritar cuando era justo y pertinente para mi tranquilidad.

Después de una semana seguimos distantes, por lo menos habla para ordenarme que no salga de la cama y que coma puntual, en dos días será la ceremonia de grado, no le he querido decir pero supongo que debe saberlo.

El profesor Miller © (SIN CORREGIR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora