Cap 33: Temas dolorosos

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Las persianas se agitan con fuerza mientras Ricardo y yo intentamos cerrar las puertas corregidas de vidrio. El albornoz que sujeta mi melena sale volando por el balcón y se pierde entre los árboles de la calle.

─Vamos, cariño, insisto en que entres puedes agarrar una pulmonía ─me pide Ricardo.

Echo otro vistazo más a la calle, silenciosa y vacía. Pocos autos ocupan los andenes, hasta entonces la calma prevalece y me gusta.

─ ¿Qué esperas ver? ─siento sus manos deslizarse suavemente por la piel de mi abdomen, su aliento aterriza en mi cuello cuando su barbilla también lo hace.

Quedo en silencio varios minutos hasta inspirar hondo.

─ ¿Estas agotada? ─niego, me remuevo entre sus brazos hasta volverme a él ─, ¿qué sucede? Te conozco, sé que algo te preocupa.

─ ¿Qué piensas de mi perdida?

─Nuestra ─corrige con despotismo ─, cariño ─añade para suavizar ─. No quiero hablar del tema.

─Esta bien. Perdón.

Frustrada, porque así es como me hace sentir con sus evasivas, vuelvo a la cama para reincorporarme. La seda fría y acogedora me recibe, él se acomoda poco después a mis espaldas hasta quedar profundamente dormido.

Mi celular empieza a repicar sobre el buró macizo contiguo a la cama, con cautela lo alcanzo y miro los mensajes en vista previa.

¿Dónde vivirás ahora que el cretino que tienes por novio te echó de su casa? Verónica sigo pensando que lo nuestro se merece una oportunidad. Piénsalo.

Nena, ¿por qué no contestas mis mensajes?

Verónica, intentemos llevarnos mejor, en nombre del bebé que perdimos.

Agarro fuerza y sigo mirando. Hay mensajes de Sam...

Amiga, el imbécil de tu hermano me tiene secuestrada en su casa. ¡Llamaré a la policía si no me sacas de aquí!

Oye, contesta.

Y otros de Chris...

Quiero saber si estás mejor.

Hey, Cristina estará en sala de parto a media noche. No faltes.

Releo atónita el último mensaje, reviso la hora. 11:40 p.m.

─Dios mío, Dios mío ─me pongo un pantalón de tuvo rasgado que saco de mi maletín, y unas pantuflas que Ricardo compró para mí ─. Ricardo, despierta.

Antes gruñe y se cubre la cara con una de las tantas almohadas que se apilan en la cama.

─Mierda ─me miro en el espejo, tengo el cabello perfecto para ser comida de caballo. Muy parecido al pasto.

─ ¿Podrías dejar de hacer ruido? ─lo escucho.

Agarro la primera franela decente que encuentro entre mis cosas y me la engancho sin sostén, de los tantos cajones del armario de Ricardo saco una caja de condones, me robo uno y lo rasgo sin precisión para hacer una liga. Eso se llama ingenio. Con el látex lubricado me hago una coleta alta.

─Ricardo, es un asunto de vida o muerte, si Cristina se llega a enterar que falté a su parto me va a exiliar.

─Duerme ─bosteza contra la almohada.

El profesor Miller © (SIN CORREGIR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora