Cap 25: ¿Fumas?

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Ricardo

Inhalo hondo mientras mi cuerpo descansa en el espaldar del asiento, quedo en ese profundo trance recordando la escena de ayer, Verónica espantada tanto como preocupada, admito que me pasé de copas, que actué intempestivamente. Es posible que dentro de mis opciones estuviera ahorrame el espectáculo e ir por ella la mañana de hoy, pero mi espíritu controlador y carente de tacto me impulsó, porque fue exactamente eso, un maldito impulso de celos.

Basta, Ricardo, Verónica te ha demostrado que puede alejarse aunque te ame; no está para huevonadas, suficiente con joderla haciéndole creer que la quería lejos.

Con calma aterrizo el whisky en mi garganta, sonrío ante mi jodido momento de reflexión y luego vuelvo a mirar las carpetas que me entregó Gregory al llegar. De repente recibo un mensaje del mismo número desconocido de ayer, esta vez decido ignorarlo pese a que insiste unas tres veces.

─Julia Forbes ─escucho la delicada y segura voz de una castaña con pecas, alta, bastante, de buenas curvas. Camina a paso de caballo fino hacia mí sin reducir la comesura de sus labios, su perfecto peinado en una coleta y su elegante atuendo me embelezan. Le estrecho la mano con el mismo aire taciturno de hace unos minutos ─, usted debe ser Ricardo Miller, es un gusto verlo.

─ ¿Y usted es...? ─¿dónde habré escuchado ese nombre antes?

─La directora general del departamento de finanzas ─toma asiento y por alguna extraña razón me recuerda a Verónica, tan segura y confiada de sus movimientos ─, no había tenido el tiempo para presentarme con usted, estuve de luna de miel por un mes y hasta ahora vuelvo.

─Ehm... ─la miro confundido y bastante expectante, me parece conocida ─, creo que el gusto ha sido mío, la sorpresa igual.

─ ¿Cree?, señor Miller, ¿es qué ni siquiera me recuerda? Le he dicho mi nombre, mi cargo y nada que arma el rompecabezas ─se inclina un poco sobre el asiento frente a mi escritorio y empieza a jugar con una de mis plumas ─, recuérdame no matarte cuando lo hagas.

Sonrío solo al percatarme de una simpática y vieja cicatriz que sobresale de su brazo, a la altura del codo. Yo se la hice al lanzarla de una colina en bici.

─ ¡Jul! ─salto de la silla, rodeo la mesa y la abrazo ─, dios, cuánto tiempo sin verte.

No entiendo cómo pude pasar por alto aquellas pecas de su cara, de niña eran menos notables pero ahora... vaya, está... cambiadísima.

─Desde que cumplimos catorce nunca más nos vimos ─recuerda.

─ ¿Tanto así? ─reparo sus hermosos ojos verdes, mi entonces mejor amiga aquella época, todo era perfecto y de la nada lo estaba olvidando.

─Sí señorito ─pone los brazos como jarras, aún se muerde el carrillo mientras habla ─, hace dieciocho añitos que no nos veíamos las puercas caras.

Suelto una sonora carcajada, ella igual, luego quedamos en silencio viéndonos fijamente sin todavía creerlo. Oliver no lo creerá cuando le cuente, nuestra gran y única mejor amiga está de vuelta y es una mujer hermosa, profesional y casada.

─Cuéntame, ¿ya te casaste? ─volvemos a nuestros asientos.

─No, bueno sí, estuve casado con Renata.

─ ¡¿Con la oxigenada?! Es decir, ¿la hija de Gregory?

─La misma ─sonrío ─, pero fue un fracaso. Nos separamos año y varios meses atrás, fue lo mejor.

El profesor Miller © (SIN CORREGIR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora