Capítulo 3

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No tan amigos.
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Gritos. Coques de espadas. Llantos. La voz de una mujer.

—Emmaline. Emmaline. ¡Ven ahora!

Abro los ojos y vuelvo a estar en un bosque, pero esta vez no soy una espectadora, sino que la protagonista del sueño. Miro mis pequeñas manos.

Soy yo, pero más chica.

La mujer es la misma del otro sueño —que por alguna razón recuerdo ahora, pero no despierta—.

Se ve asustada y su vestido está manchado de sangre, pero estoy segura que no es de ella. Lleva una gran espada en la mano y sabe bien cómo usarla. Tiene una gran corona y lindo vestido, y aunque alrededor nuestro esté todo descontrolado, ella no pierde su elegancia.

Mis pequeñas piernas reaccionan por sí solas y corro hacia esa mujer que me transmite confianza y tranquilidad. Pero antes de llegar, un hombre alto y grande con un uniforme negro y detalles marrones, aparece en mi campo de visón, haciéndome retroceder del miedo.

La mujer detrás del hombre grita y llama su atención, el hombre se da vuelta y lucha con ella.

Es impresionante la fuerza que tiene esa mujer y todo lo que sabe a la hora de pelear. Sin pensarlo, trato de esconderme atrás de una pared destruida por la guerra.

Puedo ver cómo la mujer cae inconsciente por un golpe de espada de aquel hombre. Mi pequeña yo rompe en llanto. Estoy muerta de miedo. El hombre que estaba peleando con la mujer me ve y camina hasta quedar frente a mí.
 
Yo quedo paralizada por el miedo y él sonríe, de una forma muy cínica, antes de golpearme con el mango de su espada en la cabeza.

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Despierto asustada y sudada, otra vez soñé. Y como las otras veces, no me acuerdo qué.

Me levanto a levanto a tropezones, voy al baño y me lavo la cara. Me miro al espejo y puedo ver mis ojos un tanto azulados. ¿Por qué se pondrán así cada vez que despierto?

Me vuelvo a lavar la cara para sacar algunas lágrimas secas que por alguna razón están en mis mejillas, me apoyo en la mesada y trato de controlar mi respiración. Mi pulso está a mil y mi corazón late tan rápido como si hubiera visto un fantasma.

Tengo miedo. No sé de qué, pero tengo miedo. Un escalofrío me recorre la espalda y cierro los ojos con fuerza para contar hasta diez. Es una táctica que usaba desde chica cuando creía ver monstruos.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco.

Respiro hondo.

Seis, siete, ocho, nueve, diez.

Abro los ojos y ya me encuentro más calmada. ¿Por qué estaba tan nerviosa? No sé qué demonios soñé, pero seguro no fue nada lindo.

Salgo del baño y en ese momento suena mi despertador. Lo apago y vuelvo al baño a darme una ducha. Ya vestida, bajo a desayunar y veo que mis padres al fin llegaron a casa.

—Mamá, papá. Buenos días —les digo mientras les beso a cada uno la mejilla, olvidando por completo la discusión de ayer.

Total, fui al fogón igual.

—Buenos días, amor —me saluda mi madre dulcemente como siempre, muy diferente a como estaba ayer en la oficina.

—¿Ayer tuvieron doble turno? No los vi en todo el día.

En mis manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora