Soñando en las Maldivas

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Me acerco a él e intentando que no note lo que me tiemblan las manos, le echo las gotas y la crema con éxito. Tras unos minutos en silencio, Can se incorpora en el sofá y con los ojos rojos como un vampiro, me mira fijamente.

-Deja de culparte por algo que no es tu culpa, Demet.

-Pero..

-No es tu culpa y no voy a discutir, me duelen los ojos y estoy cansado gracias al polvo que he hechado hace unos minutos.

-¿Quieres que te traiga algo? ¿Agua? ¿Pan? ¿Fruta?

-No, ahora pedimos algo para cenar, quédate aquí. -Can agarra mi mano y sonríe en modo tranquilizador. -Contigo, suficiente.

*******

*Meses después..*

Acaricio la hierba fría y húmeda con la yema de mis dedos. El sol del atardecer calienta mi cara con timidez, desterrándome de mis pensamientos. Can se incorpora en la tumbona y me mira con el ceño fruncido, abre la boca y la vuelve a cerrar, así varias veces, como si quisiera preguntar algo. Le miro con el ceño fruncido y sonríe, echándose de nuevo en la tumbona.  Instintivamente me toco el vientre, plano como una tabla.

-¿Can?

-¿Si?

-¿Hay algo que quieras decirme? -nos incorporamos a la vez.

-No. -el silencio se instala entre nosotros, mientras liberamos una guerra entre nuestros ojos. -Si. Estoy preocupado, ¿seguro que estás bien? ¿crees que esto te está ayudando? ¿qué más puedo hacer por ti?

Can me mira con el ceño fruncido mientras se rasca la barba, frustrado y yo le sonrío con cariño. Mi niño.. Siempre tan preocupado. Acorto la distancia entre nosotros y me siento en los pies de su tumbona aún mojada por el baño en la piscina y cojo sus manos entre las mías. Nos miramos unos segundos.

-Estoy bien, estas pequeñas vacaciones me están ayudando.. Tu me estás ayudando.

-¿Me lo prometes?

-Lo prometo. Tranquilízate Can, no va a pasarme nada malo.

-Llevas unos meses mal, puedo verlo pero no puedo soportarlo más. ¿Por qué no vamos a la psicóloga?

-Una psicóloga no va a devolverme a nuestro hijo. -digo cortante. -Estoy bien, Can. Vamos al agua, ven conmigo.

Pasamos las últimas horas de la tarde entre risas, empujones y caricias. Las pequeñas cabañas que rodean el complejo en el que estamos, se iluminan con redondas bombillas, manteniendo la oscuridad pero permitiéndonos ver el camino. La música del chiringuito suena a lo lejos, transportándose por el viento y sigo el ritmo con mis dedos sobre la mano de Can. Él sonríe sin mirarme, más que acostumbrado.

>Andamos por encima del agua sobre un camino de madera, con las bolsas de la piscina colgando de nuestros brazos. Nuestra cabaña está apartada de todas entre árboles y plantas por lo que llegar nos toma más tiempo de lo normal. El viento, aún cálido, enreda entre mis piernas el pareo que me regaló Can al darme la noticia de que nos íbamos de viaje. Su cara nerviosa y sus palabras atropelladas vuelven de nuevo a mi cabeza, haciéndome sonreír.

*Flashback*

Al abrir la puerta de casa un olor a pan recién horneado me recuerda lo hambrienta que estoy. Suelto el bolso, acaricio a Civan y corro hacia la cocina para ver lo que ha hecho Can. Cuando llego, cinco bollos de pan recién hechos me esperan en la encimera y justo al lado, una caja y un sobre. Can sonríe con nerviosismo apoyado en la encimera.

Mi mejor destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora