1. Como todas las mañanas

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Como todas las mañanas, Bruno fue uno de los primeros en llegar a su salón de clase, él y otros tantos, claro.

Dejó su mochila en el suelo y se acomodó en su pupitre, dejándose caer en su asiento y recargando su rostro en la mesa para acurrucarse, cerró sus ojos.

—¡Bruno, hola! —se sorprendió, él conocía aquella voz. Era David.

—Hola... David —dijo nervioso, mirando su rostro pero no sus ojos.

—¿Estás bien? Tu cara está roja —habló, preocupado. Dejó su mochila en el asiento de alado y se acercó, posando su mano en la frente rojiza de Bruno.

—Eh, sí —miró el suelo—. Está haciendo mucho calor y me siento enfermo desde el viernes en la tarde.

David asintió, alejó su mano y le regala una sonrisa. Y entonces Bruno quiso desaparecer.

—Entiendo, procura cuidarte, eh.

Bruno miró sus ojos, y sintió su corazón dar un pequeño brinco.

—Sí, lo sé —susurró, medio embobado—. Gracias.

Solamente lo miró y él sonrió más, devolviéndole la mirada. Se sentía como un enorme torbellino dentro de su pecho. Un enorme torbellino emocional.

—Bueno, eh. Iré con... —David comenzó a ponerse nervioso y apuntó hacia donde están sus amigos.

Bruno se dio cuenta a lo que se refiere.

—Oh, sí —dijo—. Claro, ve. No hay problema.

David asintió y se despidió con la mano, mientras que el pobre Bruno dejó salir el aire retenido de sus pulmones.

El miedo de BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora