29. Poco antes de regresar a clases

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Poco antes de regresar a clases Bruno fue agregado, junto a su hermano Noah, al grupo de WhatsApp de los amigos de David. Aunque buenos ya en verdad comenzaba a verlos él también como sus amigos, de alguna rara manera.

Hoy, por ejemplo, estaban hablando en la madrugada sobre que oficialmente Bruno y David son pareja, cosa que vino con burlas inofensivas y emoticones de corazones por parte de Carmen (que por milagro estaba conectada pese a la mala señal) y Jennie.

Omar, por otro lado, solo dejaba en visto o simplemente respondía con un "sí" o un "no". Ya hasta Bruno estaba acostumbrándose a su naturaleza tímida y callada.

—¿Y esas caras? —el tío Fer preguntó, observando como los chicos reían sutilmente hacia su celular.

—Estamos hablando con los chicos —dijo Noah, dejando se lado su celular, y Bruno hizo lo mismo.

—Ya veo —dijo—. ¿Todo bien? ¿Nada de lo que me quieran contar sobre eso?

—No mucho, pensábamos en ir al cine uno de éstos días.

—¿Con el permiso de quién?

—Tío Fer, ¿Podemos ir al cine con los chicos la siguiente semana? —Bruno habló tímido—. ¿Por favor?

Él lo pensó un rato, luego sonrió.

—Claro que pueden, solo me tienen que decir el día y más o menos la hora en que se irán y regresarán —asintió—. Pero solo si dejan de usar el celular mientras comemos, es de mala educación.

Ambos hermanos asintieron muchas veces, guardando su celular en sus bolsillos. La cena siguió su curso hasta que llegó la hora de limpiar la mesa. Noah y Bruno se encargaron de limpiar todo mientras que el tío Fer se relajaba en el sofá porque, según él, ya había cocinado y se merecía ese descanso.

Pese a ser aún un poco temprano, ambos hermanos decidieron subir a sus habitaciones, cada uno por su lado. Ambos estaban sentados en sus camas.

—¿Qué harás, Noah?

—Tocar un poco la guitarra, ¿tú?

—Leer.

—¿Leerás el libro que te regaló Omar?

—Sí.

—¿Cuántas veces te lo has leído?

Bruno se recostó en su cama boca arriba y comenzó a contar en su mente.

—Unas tres veces.

Escuchó como Noah sacaba su guitarra del clóset y de como sentaba en la silla del el escritorio. Jugó un rato con las cuerdas.

—Parece ser que te gustó mucho ese libro.

Decidió no agregar nada más y Bruno agradeció. Sacó el libro de tapa dura del libero de su habitación y se acomodó en su cama, leyendo atentamente mientras que su hermano tocaba una melodía suave en su guitarra. Poco después escuchó que bufó irritado.

—Estoy aburrido, vayamos a jugar.

—¿Jugar? ¿A qué?

—Soccer o algo. Lo que sea.

—No.

—¿Por?

—Sabes que no sé jugar.

—¿Y? Yo te enseño. Anda, no seas malo. Hazlo por mi.

—Agh, ok. Solo deja de mirarme con esa cara de perro estúpido que traes.

Noah rió, levantándose y esperando a que su hermano hiciera lo mismo. Tuvo que insistir un poco más para que Bruno le hiciera caso, y cuando lo hizo no tuvo tiempo que perder. Fueron rápidamente al parque que se encontraba a unos cuantos metros de su casa, a Noah le encantaba estar ahí porque le gustaba el ambiente del lugar.

—¡Vamos, Bruno! Quítame la pelota.

Iban en la cuarta ronda y ni así Bruno había ganado nada.

—¡Que no puedo, baboso! Vas muy rápido.

—Es que estás viendo todo menos la pelota —le explicó. Y cuando Bruno estaba de nuevo distraído metió gol.

—No, así no juego. Estás haciendo trampa —se cruzó de brazos.

—¿Trampa? ¿De qué?

—Cállate —dijo con vergüenza. No quería admitir que estaba distraído pensando en que en unos pocos días vería a David.

—Va, me callo —fue por la pelota y regresó junto a su hermano—. ¿Quieres agarrar por algo fresco? Podemos ir a la heladería de siempre.

—No, solo quiero ir a casa a bañarme. Me siento asqueroso.

—Entendible.

Decidieron regresar a casa un poco después de lo esperado. El cielo estaba pintado de rosas, naranjas y violetas con apenas unas nubes flotando por los cielos.

—Días como éstos me hacen recordar a mamá —dijo Noah, caminando.

—A mi también —admitió Bruno—. Ya viene siendo su aniversario, ¿No?

—Doce de febrero.

—Doce de febrero.

Callaron ambos, aún caminando y con el silencio pesado por sus hombros, ahogándolos.

—¿Crees que odiemos ir al cementerio uno de éstos días? —habló de repente su hermano, y Bruno no pudo evitar mirarlo. Noah estaba apretando la pelota apretándose en su pecho con mucha fuerza. Se veía que estaba a punto de romper a llorar.

—Sí —y de nuevo calló.

Miró al cielo una vez más, sientiendo las lágrimas que querían salir de sus ojos, pero se contuvo. Al llegar a casa, ambos hermanos tenían una sonrisa en su rostro pese a la tristeza que había dentro suyo. Extrañaban a su madre, sí, pero lo hacían con cariño y, por supuesto, amor.

El miedo de BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora