Fueron por helado a una tiendita no lejos de la escuela, era un lugar ubicado en medio de una plaza popular.
Noah le dio un gran mordisco a su helado de pistacho cuando ve a unas chicas entrar al establecimiento. Eran Jennie y Carmen.
—¡Chicas, aquí! —gritó el mayor de los dos hermanos, tan animado como siempre.
Ellas se acercaron y se sentaron junto a ellos.
—¡Qué sorpresa verlos aquí! —dijo Carmen sonriendo, sus brackets se notaban cuando lo hacía.
—Bruno tenía antojo de helado.
—¿Yo?
Noah miró feo a Bruno.
—Sí —dijo, enfatizando—, tú.
Su hermano rodó los ojos, siguió comiendo en silencio su helado de chocolate.
—¿Y ustedes? ¿También venían por lo mismo? —Noah se recargó en el asiento con su helado en mano. Le da otra mordida grande, y Bruno se preguntó cómo aún no se le había congelado el cerebro.
—Solo venimos por las malteadas —habló Jennie—, dicen que saben ricas y venimos a comprobarlo.
Ambos chicos no dijeron mucho ante esas palabras, así que solo las aceptaron y ya.
Jennie pidió tanto para ella como para Carmen. Sus bebidas no tardaron mucho en legar, máximo como diez minutos. Ya al ser servidas en la mesa, ellas agradecieron a la mesera mientras se alejaba de la mesa.
Jennie le dio un sorbo a su bebida, esperó un poco y luego sonrió.
—¡Está deliciosa! —exclamó notablemente encanta—, ¿Tú qué piensas? —miró a Carmen.
Ella se encogió de hombros.
—Está normal.
Jennie entrecerr9 los ojos e hizo una mueca.
—Si tú lo dices.
La conversación siguió su curso, obviamente la que más habló que Jennie, de eso no había duda. Por lo contrario, Bruno intentó seguir la conversación, pero no era muy bueno platicando así que decidió callar. Él era bueno escuchando.
—La siguiente semana hay exámenes —Jennie sorbió a su bebida mientras sube la mirada hacia los hermanos.
Noah asiente, tal vez recordando algo que sólo él sabe.
—Cierto —dijo—, ¿qué tienen primero? Yo física.
—Jennie y yo tenemos literatura —Carmen jugó con el popote de su malteada de fresa—, creo que nos irá bien.
Bruno gruñó desde esu asiento, soltó un suspiro dramático y obviamente, teatral.
—Yo solo quiero entrar a vacaciones y olvidarme de todo.
—Creéme, todos queremos hacer eso —negó Carmen después de darle unos cuantos sorbos a su malteada—. Eso me recuerda, ¿Qué habrán en las vacaciones de invierno?
—Yo iré a París—habló Jennie, jugando con sus trenzas—. Siempre voy todos los años, y éste no será la excepción.
Aquello llamó la atención de los dos hermanos, mas no de Carmen, que seguía en lo suyo.
—¿Y eso? —Noah preguntó, curioso.
—Mi papá es francés —habló ella—. Le gusta mucho ir allá, a la gran ciudad. No es de sorprenderse que también me lleve a mi y a mis hermanas.
Bruno la miró con sorpresa.
—¿Cuántas hermana tienes?
—2, yo soy la menor.
—Oh.
Ella se acomodó en su asiento.
—Pues sí, quizá nos quedemos en la casa de una tía mía. Aún no estoy segura, pero bueno, ya será ver después —dejó de jugar con su cabello y les regaló una sonrisa—. ¿Y ustedes qué harán?
—Pues nada —el mayor de los dos le dio bocado a su helado—, nos quedaremos en casa.
—Quizá veamos películas —agregó Bruno emocionado.
—Y hagamos palomitas para pasar el rato —luego siguió su hermano.
—¡Eso suena divertido! —asintió Carmen—. Aunque bueno, yo me quedaré en la casa de mis abuelos, viven allá por el sur.
—¿Por las montañas? —preguntó Bruno, recordaba que por allá era muy solitario.
—¡Por las montañas! —gruñó ella, juguetona—. Sin internet, sin televisión, ¡Sin nada! Moriré, les digo, moriré.
Todos negaron y rieron, Carmen era un caso perdido.
—¿Y sus padres? ¿No pasarán la navidad con ellos? —Jennie ahora pregunta a los dos hermanos, aún conservando su sonrisa.
Bruno no dijo nada, dejó que el silencio consumiera sus palabras que se habían atorado en su garganta.
Pero Noah sí habló.
—Es complicado —dijo simplemente a su pregunta.
Bruno sabía que aquellas palabras tenían un significado más profundo que eso, lo sabía pero dejó que Noah cambiara de conversación a algo más animado, y lo agradecía. Las cicatrises, pese al tiempo, seguían frescas aún.
Al dar las cinco, las chicas pagaron su parte de la cuenta, para después despedirse dando un abrazo y beso en la mejilla a cada uno. Fueron en dirección a la puerta principal del local y salieron. Mientras que media hora después de un silencio entre los hermanos, hicieron lo mismo.
Y caminaron de regreso a casa, y después de mucho tiempo, Bruno agradeció eso. El silencio. El no hablar. El poder disfrutar la compañía de su hermano.
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El miedo de Bruno
RomanceDrama, inseguridades y una pizca de dulzura, la vida de Bruno es como cualquier otra de un adolescente de dieciseis años. Pero hay algo que le tiene miedo: David, su compañero de clase, y no es del tipo de miedo del cual se imaginan. Esta historia e...