19. Era una noche solitaria

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Era una noche solitaria y allá, por el porche de la casa de Bruno, estaba David sentado en las escaleras, esperando a que apareciera una de sus mamás en cualquier momento para recogerlo y llevarlo a su casa. La cena ya había terminado y pese a la insistencia del tío Fer en llevarlo su casa, David se negó alegando que ya hizo suficiente por él.

Ahora Bruno miraba desde dentro de la casa, analizando de forma detallada como David jugueteaba con sus dedos de forma nerviosa, muy expectante mirando a un lado al otro de la carretera. Deseaba ir afuera con él y acompañarlo, pero como que había algo que impedía que lo hiciera, y no sabía qué exactamente era.

—¿Qué haces? te miras como un acosador —la voz de Noah lo hizo voltear con espanto. Saltó del susto, dejando de lado las cortinas de la ventana y tocando temerosamente a su pecho, cerca de su corazón.

—¡Claro que no! —dijo, recobrándose del susto.

—Si tanto quieres estar con él, ve. Nadie te lo está impidiendo.

—Es que no sé —habló inseguro, luego mira al suelo—, ¿no pensará que es raro?

—Nah —negó Noah—. Anda, yo te veo desde aquí, cualquier cosa me haces una señal y yo voy y te rapto.

Tanto Noah como Bruno se miraron y sonrieron. Noah entonces se paró de puntitas para poder despeinar a su hermano pequeño, que por su altura era algo dificil así que Bruno se agachó lo suficiente como para que lo haga.

—Suerte.

Bruno asintió, con notable emoción y nerviosismo.

—Gracias —dijo, y luego se acomodó un poco el cabello mientras salía de la casa. Ya afuera, caminó lentamente hasta donde está David y se sentó junto a él.

—Hola —dijo Bruno, acomodándose en las escaleras.

—Hola —contestó David, mirándolo de reojo, estando aún pendiente de la carretera y de su celular por cualquier mensaje o llamada.

Y ahí murió la conversación, una que apenas y había empezado. Pero el estornudo de Bruno se hizo notar, uno tras otro y tras otro, y se maldijo en silencio por olvidarse de algo de lo cual arroparse en esa fría noche de invierno. David entonces volteó a mirarlo, se quitó la chamarra escolar que tenía consigo y se la entregó a Bruno.

—Ten, hace frío y estás enfermo.

Bruno se le quedó mirando a lo que le había sido entregado en sus manos por un rato, y sonrió.

—¡Gracias! —estaba muy contento—, ¿pero tú no tienes frío?

David negó, ahora mirando hacia enfrente y no a los ojos de Bruno.

—No, en verdad.

—Oh, ya —Bruno se pone la chamarra. Le quedaba un poco pequeña pero eso no era problema para él porque olía a David, no pudo evitar el color carmesí que pintaba sus mejillas.

—Mis mamás llegaron —dijo mirando hacía el lado derecho de la carretera, por donde habían pocas luces y muchas más casas.

Efectivamente, un carro se estacionó cerca de la casa y David se levantó de las escaleras, y miró hacia Bruno.

—Nos vemos mañana —dijo, para luego besar su mejilla.

David ya se había ido muy deprisa, y Bruno se quedó un rato con la mente en blanco, mirando hacia la nada. Ya cuando se dió cuenta de lo que había pasado, en su pecho algo comenzó a crecer, algo cálido. Luego ya dentro de su casa, recordó que aún tenía el suéter con él.

—¿Qué fue eso? —preguntó su hermano tan pronto como lo vio con una sonrisa de oreja a oreja.

—Algo bueno —dijo, entre suspiros—, algo muy bueno.

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El miedo de BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora