Epílogo

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—Y así fue como el tío Fer rompió con su novio.

David parpadeó, su rostro mostrando sorpresa con lo anterior dicho por Noah.

—Eso fue... ¿inesperado?

Bruno asintió, dándole una mordida a su helado.

—Es mejor, supongo. Es decir, discutían mucho —dijo, con la boca llena de helado de menta.

—Mucho —hizo comillas su hermano— es minimizarlo. Discutían siempre. Cuando estaban juntos y cuando no.

—Era un caos —dijo Bruno, y Noah, estando sentado a su lado, picó con un dedo la mejilla de su hermano.

—Si sigues mordiendo tu helado tendrás un cerebro congelado.

—Déjame comer en paz —chilló molesto el más alto de los dos, pisándole el pie como venganza, Noah se quejó.

Con eso, inició la pelea entre los dos hermanos, y obvio, Noah iba ganando. Hasta que la campana de la heladería sonó, dando la bienvenida a un cliente más.

—Al parecer tengo que regresar al trabajo. Me hablan si necesitan alguna otra cosa —y así, Noah se levantó de la mesa, pellizcó una vez más la mejilla de Bruno y se fue al mostrador para atender a una señora de tercera edad.

David y Bruno siguieron comiendo su helado. Una que otra vez hacían los ejercicios que había dejado como tarea el profe Xavi.

—No le entiendo —Bruno pegó su rostro contra su libro, gruñó dramáticamente.

Como buen novio, David le explicó por segunda vez. Y luego por tercera, después cuarta y, por fin, una quinta.

—Oh —dijo, sonriendo grande—, ya entendí.

Continuaron su trabajo hasta terminarlo por completo. Sus vasos de helado ya estaban casi vacíos, por lo que los dejaron en una esquina de la mesa miéntras hablaban sobre la escuela y sus familias.

—Como este ya casi es nuestro último año —comenzó a decir, nerviosamente, David—, he decidido quedarme aquí para estudiar Ciencias de la comunicación. Aún estoy decidiendo dónde ir, pero ya tengo mis opciones.

Bruno procesó sus palabras atentamente, asintiendo a la vez que pensaba qué decir.

—Yo aún no sé qué quiero hacer o estudiar —se sincerizó con un poco de pena—. Es decir, me gusta mucho el arte y la música, pero no sé si pueda soportar estudiarlos, ¿me entiendes?

—Sí, bueno, aún tienes tiempo.

—El tiempo va y viene. Necesito ponerme las pilas y saber qué estudiar, David. Y también conseguir un trabajo —lo pensó un poco—, ¿crees que en la tienda de conveniencias cerca de la escuela estén contratando?

—¿La que está por la plaza?

—Esa mera, ajá.

David se encogió de hombros, guardando sus libros en la mochila. Bruno se dio cuenta que aún no había guardado los suyos y rápidamente lo hizo.

—Quizá, será preguntar —habló su novio—. Pero ten en cuenta que si trabajas ahí, te estaré visitando. No te librarás de mi tan fácil.

Ambos rieron, no notando como la doña que estaba sentada en la mesa opuesta a ellos gruñía.

—¿Y si ambos trabajamos en el mismo lugar? —aquello que dijo Bruno eran puras palabras, pero no podía evitar ilusionarse un poco—. Así podemos estar juntos, ¿no crees?

—Con nuestra suerte, seguramente trabajaremos diferentes turnos.

—¡Pero se vale soñar! —exclamó indignado, su sonrisa aún más grande.

El miedo de BrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora