Llegó a casa con los ojos tristes y con un vacío en su pecho, solo quería recostarse en su cama y llorar un rato. Pero no podía, su hermano Noah estaba en la habitación que ambos compartían, seguramente dormido y no quería que lo viese así de miserable.
Su tío Fer aún no había llegado a casa, y eran las 8:22 pm cuando Bruno se acostó en el sofá con la televisión encendida en un canal que poco le interesaba. Solo necesitaba sonido para acallar sus pensamientos un rato y cerró los ojos, dejándose llevar por el ruido y comenzó a recordar lo que pasó horas antes.
En verdad, él había pasado tan bien con David. Fueron a ver una película de acción que ambos disfrutaron enormemente, y después, por recomendación de David, comieron a un lugar de comida rápida. Y entre plática y plática, ambos comenzaron a hablar un poco de todo. Sobre lo asombrosa que estaba la película, de lo rica que estaba la comida y hasta un poco de sus vidas.
Para Bruno, hablar con David se le hizo tan natural y cómodo en esos momentos que su lado risueño y nada nervioso salió a flote. Ese era su primer error.
El segundo error vino cuando le hizo una pregunta que lo arruinó todo: ¿A qué le tienes miedo?
Cuando Bruno escuchó esas palabras salir de los labios rosados de David, no dudó ni un segundo. Habló antes de pensar.
—A ti.
El tercer y último error fue cuando no agregó nada más a la conversación y aceptó el silencio incómodo que se había creado. Cuando terminaron de comer, se despidieron sin ganas y con miradas nerviosas mientras cada quien iba por su lado.
Bruno abrió los ojos, había dejado de llorar pero el dolor no desaparecía. Se acurrucó en el sofá, dándole la espalda a la televisión con ruido en un intento en que todo fuera un mal sueño. Lamentablemente o no, no lo era.
Escuchó a lo lejos a alguien entrar a su casa, sabía que era su tío cuando escuchó su voz al preguntarle qué hacía acostado en la sala. Sintió a la figura de su tío sentarse junto a él y le acarició la cabeza.
—¿Ya quieres hablar?
—Un poco, sí.
Bruno volteó a mirar a su tío Fer y notó que su rostro estaba demacrado, seguro cansado de su trabajo de oficina.
—Vamos a la cocina, te prepararé un té y hablaremos un poco —él mantenía una sonrisa a pesar de su cansancio y fatiga que obviamente tenía.
Bruno sintió en ese momento que un peso se liberó de sus hombros, y por fin pudo respirar un poco mejor de todos los remolinos de emociones que tenía en su pecho.
Tantos pensamientos y preocupaciones estaban asfixiándole y sacando el aire de sus pulmones, y saber que tenía la oportunidad de hablar lo que sentía le era algo que agradecía mucho. Que lo mejor era hablar y no callarse todo.
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El miedo de Bruno
RomanceDrama, inseguridades y una pizca de dulzura, la vida de Bruno es como cualquier otra de un adolescente de dieciseis años. Pero hay algo que le tiene miedo: David, su compañero de clase, y no es del tipo de miedo del cual se imaginan. Esta historia e...