2. El susurro de un corazón

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Los ojos marrones de Ayaka observaron atentamente al Sol a través de la ventana. Este empezaba a esconderse en el horizonte.

Ahora era el turno de la Luna de salir, y con ella, venían los demonios.

El tiempo de descanso de Ayaka terminaba con su llegada.

Le agradeció con una sonrisa por pura cortesía al vendedor por el takoyaki que le había preparado. Dejó un par de monedas en el mostrador y se levantó del taburete.

Daba gracias a que su cuervo no estuviese allí, pues le había mandado a entregarle una carta a Himejima-san. En parte porque quería informarle de su progreso y también para quitárselo de encima.

Estaba aliviada de no tener que estar escuchando sus gritos, así su mente estaba más clara. Sus pensamientos no eran interrumpidos por los constantes chillidos, y eso la ponía de buen humor.

Tan pronto como el Sol se puso, toda la gente que estaba merodeando por la calle desapareció.

Los puestos cerraron. La gente del puerto se apresuró en dejar los barcos preparados para la mañana siguiente. Las muchachas que charlaban alegremente con sus amigas se despidieron rápidamente y se encerraron en sus casas.

En un momento, lo que era una ciudad llena de energía y alegría se convirtió en una ciudad fantasma.

Incluso se podía notar el ambiente sombrío que se apoderó de las calles en cuestión de segundos.

Eso era lo que hacían los demonios. Implantaban el miedo en los corazones.

Y su trabajo era exterminarlos.

—Debería irse a casa, últimamente han desaparecido muchas jóvenes —advirtió el tendero a Ayaka, mientras empezaba a cerrar su puesto.

Ella solo alzó las cejas, sin esperar aquel comentario.

—¿Tiene miedo de perder su clientela? —preguntó Ayaka con calma, mirándole por encima del hombro.

El tendero la miró, parecía que había herido su orgullo. Aunque Ayaka no podía saberlo con certeza. De todas formas le daba igual si le ofendía o no, probablemente no volvería a verlo.

Si su madre la viese ahora le diría que fuese más amable, pero no estaba allí para reprimirla. Ayaka era libre de decir lo que quisiese. De todas formas no le importaba el dañar los sentimientos de los demás, acabarían siendo dañados de una forma u otra. ¿Para qué molestarse?

—Solo me preocupaba por usted -dijo el tendero con un bufido, cerrando completamente su puesto—. No se atreva a acusarme de motivos tan viles.

Ayaka le lanzó una mirada interrogante, sintiendo curiosidad por aquel singular hombre. Era extraño.

—¿Por qué se preocuparía por una desconocida? —cuestionó Ayaka. Sus cejas se arrugaron en una mueca. El hombre solo sonrió apaciblemente, y Ayaka vio como sus ojos se llenaron de una triste pero calmada melancolía.

—¿Tienes padres? —preguntó en respuesta, evitando su pregunta. Ella afirmó con un asentimiento, su confusión cada vez mayor.

—Y si tú murieses, estarían tristes, ¿no? —dijo el hombre. Ayaka parpadeó, y por un momento aquel hombre la dejó paralizada.

—Pues claro —contestó.

Por supuesto que lo estarían. Ella era su única hija y habían derramado sangre y lágrimas para poder verla crecer.

Kaori y Makoto Iwamoto habían deseado con todas sus fuerzas el tener un hijo.

Solo eran una familia humilde y trabajadora, campesinos de un mero campo de arroz. No podrían proporcionarle a su sucesor la mejor vida, pero de todas formas estaban deseosos de hacerlo.

Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora