10. Las puertas al infierno están en el mar

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—¿Seguro que podemos estar aquí hasta que nos recuperemos? ¿Sin pagar nada? —cuestionó Ayaka en voz alta, sin quitar la vista del emblema de la puerta a la que les había guiado el cuervo de Tanjirou.

Un emblema morado compuesto por glicinias, era el símbolo que para cualquier cazador de demonios significaba descanso y curación. Había oído alguna vez que la familia portadora de aquel emblema alojaba y prestaba sus servicios a todos aquellos cazadores de demonios que necesitasen ayuda, ya fuese después de una larga pelea o para solamente tener un sitio donde dormir.

Aun así, le sabía mal entrar en la casa de unos desconocidos. Y más todavía la idea del trato especial que le daban, aunque fuese una idea atractiva, solo pensar en que las personas del servicio de aquella casa la viesen casi como si perteneciese a alguna familia rica mandaba escalofríos por su espalda. Estando acostumbrada a la vida humilde, todo aquello a Ayaka se le hacía ciertamente incómodo.

—¡Los heridos descansarán hasta estar completamente curados! ¡Caw! ¡Descansar, descansar! —contestó a su pregunta el cuervo de Tanjirou a graznidos, cuyo dueño lo sostenía en sus manos.

—¿Eh? ¿Podemos descansar? —preguntó Tanjirou, lo que hizo a Ayaka levantar las cejas en sorpresa.

—No me digas que has estado luchando herido todo este tiempo —comentó con tono pesado, cruzándose de brazos mientras dejaba que su propio cuervo se posase en su hombro y se miraban mutuamente, como si los dos compartiesen un mismo pensamiento sobre Tanjirou y su cuervo. "Irresponsables".

El enfado que había pillado con su cuervo no había durado demasiado, como era normal, le había perseguido y gritado durante varios minutos hasta que habían llegado a un punto común, y aquel era que los dos tenían hambre.

Un cazador de demonios no podía desobedecer las asignaciones de misiones de su cuervo, y si hubiese querido, el suyo podría haberla mandado a una misión cercana como venganza porque quisiese convertirle en sopa, pero había una mejor solución que hacía felices a las dos partes. El cuervo la mandaba a la casa del emblema de las glicinias (a pesar de que no estaba herida), y ella no le convertía en sopa. A parte de que le ofreciese también una parte de sus sobras, porque claro, él tenía tanta hambre como ella.

Y en silencio y con suavidad, apareció una anciana, abriendo por fin la puerta de la casa del emblema de las glicinias que con tanta atención había mirado Ayaka.

Era una anciana que parecía muy mayor, pequeña y menuda con un gran moño en la cabeza tintado por canas de color grisáceo plateado, como hierro nuevo, del tipo que solo era posible ver en las grandes ciudades ya que el hierro en los pueblos estaba siempre cubierto por unas costras de tono marrón semejante al cobre, como una maldición ancestral que llevaba mucho tiempo vigente y solo se podía romper con un beso de amor verdadero.

Nunca antes le había preocupado a Ayaka el amor romántico, pero se preguntó si sería capaz de romper las costras del hierro viejo si les daba siquiera una pizca de amor, si de algo feo y difícil de mirar pasarían a ser tan relucientes y a albergar la Luna como los hierros de la gente rica, que podía permitirse tantos lujos sin necesidad de romper ninguna maldición. Se preguntó si sería siquiera ese tipo de maldición.

La anciana les miró con cierto aire perturbador, como de aquellos que saben cosas que uno no y solo se limitan a observar airosamente como uno termina con un destino final trágico. Fuese la anciana un ser sobrenatural que hubiese vivido miles de años, habría cumplido con la imagen que a Ayaka le transmitía, pero al fin y al cabo ella solo era paranoica y la anciana era una simple anciana que les miraba con amabilidad, lo que no sabía era si se trataba de una amabilidad forzada, propia de criados acostumbrados a servir en casas tan grandes como aquella, o si de verdad buscaba el bienestar de la gente a la que cuidaba.

Stone Cold | Tanjirou Kamado (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora